Hilos enlazados

Capítulo 6: El lazo.

En los últimos días, esta casa se ha puesto más silenciosa. Y no sé si eso sea bueno o malo, pero de algún modo me siento mejor. El pasillo hacia mi despacho es más silencioso de lo que recuerdo.

Llego a la puerta y la abro.

            -Mateo, eres un imbécil. –Mónica se acerca furiosa. Impide que ingrese a mi despacho.

Esa frase es lo que más he escuchado últimamente. Pero nadie se ha preocupado por lo que siento. Nadie.

            -Mónica, si viniste a tratar de cambiar algo, de una vez te pido que te retires. –Me detengo bajo el marco de la puerta. Mirando el piso, dejando a Mónica detrás de mí.

            -Mateo, por Dios. Escúchate.

            -Vete Mónica. –Y con esa última frase, le cierro puerta en la cara.

            - ¡Estás haciendo mucho daño, Mateo! –Mónica grita detrás de la puerta, en un intento de cambiar mi opinión y abrirle.

Durante los últimos tres días no he recibido más que quejas de todo el mundo. Estoy harto.

Toc toc. Alguien toca la puerta.

            - ¡Ya vete, Mónica! –Grito desde mi escritorio, mientras reviso mi computadora.

            -No soy Mónica. –La voz de André se escucha a través de la puerta–, ¿Puedo entrar?

            -Sólo di lo que tienes que decir.

            -Mateo, sólo quiero saber cómo estas. –Su voz es tranquila.

Me levanto de mi asiento indeciso, pero en el fondo sé que André se preocupa por mí. Abro la puerta. Efectivamente, el rostro de André es de preocupación al verme.

            -Amigo, ¿Tienes que dormir un poco más? –Habla.

            -Lo intento. –Le hago ademán para que ingrese. Una vez dentro, vuelvo a cerrar la puerta.

            -Sólo quiero aclarar, que nadie me envió para hablar contigo. Así que estate tranquilo. –Su voz es tranquilizadora.

            -No tendrá un micrófono escondido, ¿verdad? –Bromeo.

            -Estoy limpio. –Levanta las manos, mientras una sonrisa nace en su boca.

            -Me alegra tenerte aquí, hermano…

            -Lamento no haber estado antes.

            - ¿Cómo va todo con Karol? Natt me dijo lo que pasó.

            -Del carajo. Karol ni siquiera me dirige la palabra.

            -Deberías entender su punto de vista.

            - ¿Qué se supone que debo entender? Es ella la que debe comprender que hago esto porque la amo. Porque no soportaría perderla ni a ella, ni a nuestro hijo.

            -Ese es tú punto de vista. Pero ¿conoces el de ella?

            -No soy el villano de la película.

            -Lo sé, Mateo. Todos lo sabemos. Sabemos que quieres protegerlos, pero hay otras formas de hacerlo. Otra forma en la que se note todo el amor que les tienes, el cual yo sé que es enorme.

            -No la hay…

            - ¿Recuerdas que sentiste cuando tu padre hizo que los encerraran a ti y a Ismael en esta misma propiedad? ¿Qué era lo que me dijiste cuándo por fin saliste? Tú más que nadie deberías comprender su punto de vista. Porque tú ya pasaste por eso.

            -Eso fue diferente…

            -Sí, tienes razón. Eso fue diferente… Porque cuando estuviste encerrado, Ismael estuvo para hacerte compañía. Mientras que Karol se siente como prisionera en esta enorme casa, pese a que tiene a su hijo cerca, no tiene el amor de su esposo. Al que ha demostrado que ama muchísimo.

Incapaz de decir algo, me mantengo en silencio. Escuchando la certeza de sus palabras.

            -Tu silencio, sólo confirma mi certeza. Y discúlpame por mi franqueza, pero estás segado por lo que llevas en la sangre. El apellido Reátegui te está dominando, Mateo. Y lo aceptes o no, el daño que estás causando también te afecta. Y mucho.

            -No…

            -Hermano, Karol en este momento se está haciendo la misma pregunta que tú te hacías sobre tu padre, hace tres años. Y ahora tú tienes la respuesta. Te convertiste en él… Y lo sabes.

Carajo. Es cierto.

            -Eres un idiota, André. Te amo por eso, amigo. –Me levanto de mi asiento y rodeo el escritorio para darle un abrazo a mi mejor amigo. Mi hermano–. Gracias. Por todo.

            -Para eso estoy. –Sonríe–. Sabes lo que tienes que hacer, ¿Verdad? 

Asiento con la cabeza y salgo de la habitación. Es momento de hacer lo correcto, hacer lo que me diferencia de mi padre, lo que él nunca hizo. Pedir perdón.

André tiene razón. Todos tienen razón. Me convertí en una copia de mi padre, una copia diferente pero demasiado parecida a la vez. Todo esto me está haciendo mucho daño, más de lo que pensé.

Subo las escaleras rápidamente. Con la única esperanza de arreglar esto y solucionarlo entre dos. Llego hasta la puerta de nuestra habitación. Por un segundo me detengo con la mano en la perilla, invadido por el miedo. Pero porqué tiene que darme miedo el pedir perdón. Giro la perilla e ingreso, esta vez lentamente. Temeroso por lo que me encuentre. Karol está recostada en la cama, en posición fetal al lado derecho de la cama. No logro ver su rostro, no puedo notar si está dormida. Me acerco lentamente, para no generar mucho ruido si es que está durmiendo. Me recuesto en la cama y me acomodo en la misma posición detrás de ella, temerosamente pongo mi mano sobre su cadera.

            -Vete. Por favor. –Espeta.

            -Perdóname… –Susurro.

Se silencia por unos segundos.

            -Te convertiste en eso que tanto odiabas. –Solloza.

            -Creí que estaba haciendo lo correcto. A mi modo. –Me acerco un poco más a su cuerpo.

Ella vuelve a silenciarse por unos segundos. Unos eternos segundos que se hacen inquietantes cada vez.

            -Te necesito. –Soy incapaz de mantenerme firme. Me quiebro ante su indiferencia, pero la comprendo perfectamente. Ahora sí.




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