Abro los ojos, incapaz de poder seguir durmiendo. Ya dormí lo suficiente, lo que no pude dormir en estos días. Ismael y Karol siguen dormidos, ella lo rodea con el brazo derecho mientras él se acurruca en su pecho. La imagen es adorable. Me acerco un poco, lo suficiente para darles un beso en la frente a cada uno sin despertarlos.
Bajo de la cama lentamente y camino en dirección a la ducha. Necesito ducharme. El agua fluye por todo mi cuerpo, dándome una sensación relajante. Me tranquilizo, por todo.
Fuera, las gotas de lluvia son intensas. No ha parado de llover en toda la noche y por lo que veo a través de la ventana, no va a parar en un largo rato. Me entristece un poco porque quería pasar el día junto a mi esposa y mi hijo en el jardín, pero la lluvia no impedirá que me divierta con ellos dentro de la casa.
Bajo las escaleras. Mi felicidad es notoria, María sale de la cocina.
-Buenos días, señor. –Saluda.
-Buen día, María. –Le devuelvo el saludo, amablemente.
Saco el intercomunicador del bolsillo y lo pongo en mi oreja, mientras camino hacia mi despacho.
-Buen día, señores. –Hablo a través del intercomunicador. Mi voz la escuchan todos los personales de seguridad–. Quiero comunicarles que, desde hoy las cosas vuelven a la normalidad. Al menos en el hecho de que mi esposa podrá salir de casa, sola o junto a mi hijo, siempre y cuando vayan acompañados de Sebastián. ¿Entendido? –Me silencio un momento.
-Claro, señor. –Responde un unísono.
-Señor, ¿Qué hay de mi puesto en la casa? –Objeta Sebastián.
-No te preocupes. –Vuelvo a hablar–. Marco se ocupará de eso.
-Entendido, señor. –Responde Sebastián.
-Perfecto. –Vuelvo a dirigirme a él– Estarás a disposición de mi esposa. Te quiero lo más cerca posible, pero no demasiado a ella y a Ismael.
-Pierda cuidado. –Responde.
-Bien. –Me quito el comunicador.
María pone una taza de café frente a mí. Ni siquiera tuve la necesidad de pedírselo, siempre está atenta a todo.
-Gracias, María. –Le muestro mi gratitud con una sonrisa. Agarro la taza y me la llevo hasta mi despacho.
Este día lluvioso es distinto a los demás. Se siente como más alegre, y no sé si seré solo yo. Pero comparado con el resto de días lluviosos, este es diferente. Especial. Tanto así que si me dejara llevar me olvidaría de todos los putos problemas por los que estamos pasando. En parte, eso estaría bien, sería lo mejor, pero no puedo bajar la guardia.
Abro la puerta de mi despacho en ingreso. Lentamente, tratando de no derramar el café. Lo dejo en el escritorio y lo rodeo para sentarme en la silla. Me recuesto en el espaldar un segundo y respiro hondo. Chequeo mis correos en la computadora, no hay nada fuera de lo normal. Las mismas facturas, sponsors y una que otra solicitud para un proyecto. No tengo cabeza para pensar en proyectos ahora mismo.
Bebo un poco de café, mientras miro a través de la ventana. Las gotas de lluvia nublan un poco la vista, pero se logra visualizar un poco el jardín. Tan húmedo y extenso. ¿Qué carajos hago sentado aquí? Debería estar ahí afuera sintiéndome un niño de nuevo. Bebo un poco más de café y me levanto de mi asiento, decidido. Voy a empezar este día divirtiéndome como hace tanto que no lo hago.
Mis pasos son un poco apresurados. Atravieso el pasillo casi corriendo, como si fuera un niño, desesperado por salir a jugar con la pelota.
Llego hasta el comedor. Camino hacia la gran puerta corrediza que da al jardín, esta vez mis pasos son más lentos. Me detengo un momento frente a la puerta, con la mano apoyada en el cristal. El sentimiento es asombroso. Vuelvo a sentirme un niño, pero esta vez, no me siento vulnerables. Si no más fuerte. Deslizo la puerta de cristal a un lado y la atravieso. Extiendo mi mano, de manera que a cada paso que doy, mi mano sea la primera parte de mi cuerpo que sienta las intensas gotas de lluvia. Doy un paso, luego otro y después otro. Mi mano por fin siente las gotas de lluvia. Se siente frías en intensas, pero en cierto momento ese intenso frío se transforma en cálido.
Me abalanzo, dispuesto a empaparme de los millones de gotas que caen del cielo constantemente. Y con la cara hacia el cielo y los ojos cerrados, recibo las gotas. La paz me invade todo el cuerpo. Extiendo las manos a los lados y respiro hondo el aroma del ambiente. Ese aroma fresco, a césped húmedo.
- ¿Mateo? –Pregunta Karol entre risas–. ¿Qué crees que haces?
- ¿Papá? –Ismael aparece a un lado suyo.
- ¿Qué esperan? ¡Vengan! –Les muestro la sonrisa más sincera que di jamás.
- ¿Qué dices, Mateo? Sal de ahí. Te vas a enfermar. –Objeta, aún sonriente.
Ismael, sin esperar la respuesta de su madre, corre hacia mí. Es igual de aventado que yo.
-Somos dos contra uno. –Sonrío divertido, mientras cargo a Ismael entre brazos–. No te puedes negar.
Y así, sin pensarlo más, se lanza hacia nosotros, corriendo divertida. Con esa sonrisa que me enamoró y que tanto amo de ella. Llega hasta nosotros. La recibo con un cálido beso para contrastar el frío de la lluvia. Saboreo sus dulces labios. Sin importar cuánto tiempo pase, nunca me cansaré de ellos.
-Solo a ti se te ocurren estas cosas. –Me mira fijamente a los ojos.
- ¿Y eso es bueno o malo?
-Es lo mejor de ti. –Sonríe.
-Te amamos, ¿Verdad, Hijo?
-Si. –Responde en voz alta para hacerse oír ante la lluvia.
-Y yo los amo a ustedes. Los dos hombres de mi vida. –Nos rodea con los brazos y se apega mucho a nosotros, dándonos el abrazo más reconfortante de todos. El mejor.
Correteamos de un lado a otro, caminamos por todo el jardín. Entre risas y abrazos. La lluvia no es impedimento para divertirnos. En familia.