Hilos enlazados

Capítulo 12: El fin de la tormenta.

Pese al silencio abrumador en el que se encuentra toda la casa, no he podido pegar el ojo por más de una hora. Me he pasado casi toda la noche pensando en la seguridad de mi familia. Estoy tan cansado que apenas me mantengo de pie. Bajo las escaleras despacio, con los ánimos más bajos que la profundidad del mar. Lo único que pasa por mi cabeza es preocupación, y tristemente la mayor parte de mi vida me la he pasado así.

            -Buenos días, Mateo. –André baja las escaleras.

            -Hola, hermano. –Respondo sereno–. ¿Dormiste bien?

            -Algo. Al menos me mantengo en pie. –Una sonrisa intenta formarse en su boca–. Por lo que veo tu no dormiste lo suficiente.

            - ¿Tan mal me veo?

            -A decir verdad, sí... ¿Qué hay de desayunar?

            -María no está, pero el refri está lleno…

            - ¿Y si pedimos algo?

El sonido de mi teléfono impide que le responda, lo saco de mi bolsillo y contesto.

            -Mateo Reátegui.

            -Hola, hermanito. –Habla Paola, su voz es paralizadora.

            -Paola. –Basta ese nombre, como para hacer cambiar completamente el ambiente. André se voltea hacia mí, con preocupación–. ¿Qué es lo que quieres? –Espeto.

            -Ya sé dónde está Karol y tu hijo. –Su voz profunda, hace que me cause un enorme dolor en el pecho. Corta. Desapareciendo como si fuera un fantasma que apareció de la nada.

Impulsado por el terror. Corro sin pensar ni un segundo la posibilidad de que esté jugando conmigo. Porque incluso en la más inofensiva broma, tendré temor de mi familia. Sin importar el tamaño del peligro, los protegeré. Ese siempre será mi impulso. Siempre.

            - ¿A dónde vas? –Pregunta André, que no ha perdido la cara de preocupación.

Llego a la puerta principal. Ni siquiera me da tiempo de responderle a André. Fuera, las nubes grisáceas en el cielo le dan una pinta deprimente a todo alrededor. De una manera impresionante, causa una extraña sensación en mi interior.

            -Las llaves del auto. –Espeto al encontrarme con Marco.

            -Mateo, ¿A dónde vas? -André aparece corriendo un segundo después de mí.

            -Paola… Sabe… Sabe dónde está Karol e Ismael. –Respondo nervioso.

            - ¿Qué? ¿Cómo pudo enterarse? Tú mismo dijiste que no podrían encontrarlos con facilidad.

            -Al parecer me equivoqué. –Esas dos últimas palabras son muy dolorosas.

            -Mateo…

            -Tengo que ir a buscarlos antes de que Paola y Santiago lleguen. –Espeto con rapidez.

            -Voy contigo. –Se acerca André.

            -Yo conduzco. –Marco me entrega el intercomunicador e ingresa al asiento del piloto en el auto.

Me pongo el intercomunicador e ingreso al asiento del copiloto. André se sube a la parte de atrás.

            - ¿En cuánto tiempo llegaremos?

            -Cuatro horas. Pero si vamos más rápido, serán tres. –Miro a Marco fijamente a los ojos.

La angustia que tengo al pensar que mi familia corre peligro es alucinante, de por sí ya me sentía fatal al saber que los estaban buscando, cuando pensaba que no los encontrarían. Mi equivocación es algo que no pienso perdonármelo muy fácil. Enciendo el intercomunicador y hablo.

            -Sebastián, ¿Me escuchas? –Hablo rápidamente, pero tratando de que me escuche con claridad.

            -Perfectamente, señor. –Responde al cabo de unos segundos.

            - ¿Dónde están Karol e Ismael?

            -En este momento están desayunando en el comedor. Los estoy viendo.

            -No te separes de ellos. Ni siquiera por un segundo. Estoy en camino. Al parecer, Paola sabe de su ubicación y está yendo para allá. Avisa a todos los guardias alrededor. Llegaré pronto. Y por favor, ni una palabra a Karol sobre esto.

            -Está bien, señor. Estaremos atentos.

Las primeras gotas empiezan a caer. Con suavidad y lentitud.

            -Calma, Mateo. –Habla André.

            -No puedo… Por más que lo intento. No puedo. –Respondo casi en susurro.

André dice algo más, pero no logro escucharlo. Tengo mil cosas en la cabeza que no me dejan pensar con claridad.

Mi preocupación crece más a cada segundo, a cada minuto y a cada hora. Llamando cada diez minutos a Sebastián. No hay momento de calma, cada segundo es asfixiante y deprimente. Estoy harto de sentirme así. Anhelo el momento en que pueda ser feliz junto a mi familia sin tener que preocuparme por alguien que intenta hacernos daño, producto de un resentimiento absurdo. Una vez más, me siento vulnerable.

Han pasado dos horas, la angustia crece. Pasan tres horas, el auto está en un completo silencio. Nadie tiene el valor de decir algo, excepto yo que solo hablo la boca cada vez que llamo a Sebastián. Fuera del auto, la lluvia está más intensa. Por suerte para nosotros, la carretera se ve con claridad y el único impedimento es la humedad del asfalto, para ir lo más rápido que se puede.

Luego de un largo trayecto, estamos a unos escasos kilómetros de distancia desde el punto en el que se encuentra Karol e Ismael. La lluvia ha cesado un poco, pero no dejan de caer leves gotas. Llegamos a la entrada del pueblo. Mi ansiedad crece a cada metro cercano. Marco da el último giro a la izquierda y se estaciona. Me quito el cinturón de seguridad y bajo rápidamente. Sin esperar a Marco o a André. Corro hasta la casa, con desesperación. En la entrada no hay hombres que cuidan la casa, porque levantaría sospechas. Pero dentro de la casa, hay dos hombres que cuidan la entrada desde adentro. Ingreso. Corro por el jardín, buscándolos con la mirada. De izquierda a derecha, de arriba abajo, no están.

            - ¡Karol! –Grito, desesperado. Los latidos de mi corazón son cada vez más elevados. El miedo se apodera de mí.




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