Hilos enlazados

Capítulo 13: Después de la tormenta.

-Llévate a Ismael arriba. –Le susurro a Karol.

            - ¿Qué vas a hacer?

            -Alguien tiene que avisar a la policía. –Le entrego a Ismael–. Ve arriba, iré en un momento. –Mi voz es serena.

            -Sebastián recibió un golpe en la cabeza. No está muerto, pero creo que necesitará ayuda médica. –Se levanta y se va.

            -Está bien.

            -Carajo. –Se impresiona André.

            -Lamento que hayas tenido que pasar por esto.

            - ¿Bromeas? Hubiera muerto con tal de que vivas junto a tu familia.

            - ¿Qué hay de Natt?

            -Lo habría entendido.

Sus palabras causan una pequeña sonrisa en mi rostro. Luego de toda esta tormenta, no hace nada mal. Soy incapaz de ver toda esa sangre en el suelo, por lo que me acerco a una ventana para sacar la cortina.

            - ¿Viste cuando mató a Marco? –Agarro una cortina y tapo el cuerpo de Paola.

            -Si. –Su voz es opaca–. Lo lamento. –Agarra otra cortina de una ventana y tapa el cuerpo de Santiago.

Busco mi celular en el bolsillo y lo saco. Hago una llamada a la policía, mientras camino hacia la entrada. Los dos hombres que cuidaban la casa desde adentro están inconscientes. A saber, qué les hicieron para que quedaran así. Me enoja un poco la incompetencia, pero trato de calmarme con el hecho de que fue una de las personas más peligrosas del país, la que causó esto.

            -Servicio de emergencias, ¿Cuál es su emergencia? –Una voz femenina contesta.

            -Paola Reátegui. –Hablo. –Acaba de ser asesinada por el prófugo Santiago García, mientras ambos intentaban secuestrar a mi hijo. Santiago también está muerto.

            - ¿Me podría decir su nombre, por favor?

            -Mateo Reátegui.

            -Señor Mateo, sí. Hace unos minutos, alguien avisó sobre lo que estaba sucediendo. Las autoridades están en camino, deben estar llegando en cualquier momento.

            -Gracias. –Respondo confundido y corto. Y doy media vuelta hacia la sala.

            - ¿Cuánto tiempo se tardarán? –Pregunta André.

            - ¿Tú llamaste a emergencias?

            -No…

            -Marco. –Hablo–. ¡Estará vivo! –Salgo corriendo. André me sigue por detrás. Llegamos a la puerta y salimos sin pisar a los hombres del suelo. Nos acercamos al auto, y al lado del asiento del piloto, lo encontramos tirado en el suelo bocarriba. Sostiene su arma con la mano derecha pegada al pecho y con la mano izquierda, sostiene su teléfono a la altura de la cabeza. Tiene un agujero de bala en el estómago. Me acerco para tomar su pulso. Tristemente, descubro lo que ya sabía. Está muerto.

            -Cuando entraste corriendo. Marco y yo nos quedamos en el auto por si alguien venía. Paola le disparó de improviso. Luego Santiago apareció por detrás del auto y me sacó de él apuntándome con el arma. No llegué a poder ayudarlo. Lo siento. –La voz de André es suave. Sincera.

            -No podías hacer nada… –Susurro–. No te preocupes.

Me resulta increíble lo mucho que le importaba a Marco. Incluso con su último aliento, me ayudó. Es algo que no pienso pasar por alto, mucho menos olvidarlo. Siempre estará en mis recuerdos y en mi corazón, porque era parte de mi familia, y lo seguirá siendo.

Al cabo de unos minutos, empezamos a escuchar las sirenas de los autos policiales y una ambulancia. Todos llegan a máxima velocidad. Se estacionan alrededor de nosotros, mientras me mantengo de rodillas al lado de Marco. De los autos, bajan policías armados. Se acercan.

            -Están dentro. Ambos muertos. –Digo mirando hacia la casa–. Cuidado al entrar, hay dos hombres heridos en la entrada. Mi esposa está arriba junto a mi hijo y su guardaespaldas, que está herido. Por favor no asusten a mi hijo.

            - ¿Su esposa e hijo están bien? –Pregunta el policía.

            -Sí. Solo están un poco asustados. –Respondo.

            -Bien.  –Se voltea hacia los demás y grita–. ¡Tres muertos, cuatro heridos! ¡Una mujer y un niño están arriba! ¡No asusten al niño!

            -Gracias. –Susurro. Aunque en realidad, lo único que están haciendo es recoger todo.

Aproximadamente, diez hombres ingresan a la casa. Entre ellos, cuatro paramédicos.

            -Voy a necesitar que me dé la redacción de los hechos. –Un policía se acerca.

Me pongo de pie, alejándome del cuerpo, ahora frío.

            -Hay cámaras por todo alrededor, al igual que en el interior. Podrá ver lo que ocurrió con sus propios ojos. –Hablo mientras camino hacia la casa.

Conduzco al policía hasta el cuarto en donde se guardan los vídeos de las cámaras de seguridad. Abro la puerta y le abro paso para que ingrese.

            -Ya pasé por eso. No pienso volver a revivirlo a través de las cámaras. Hablo.

El hombre ingresa, rodea el escritorio y se sienta. Lo veo encender la computadora.

            -Ve con Karol, yo me quedaré con el oficial. –Habla André.

Asentando con la cabeza, me dispongo a caminar hacia mi encuentro con mi esposa y mi hijo. Llego hasta la sala, me encuentro con Sebastián. Sostiene una bolsa con hielos en la nuca.

            -Señor Mateo. –Habla con dificultad.

            -Sebastián, ¿estás bien?

            -Sí, solo un pequeño dolor en la nuca. Nada de qué preocuparse.

            -Está bien…

            -Señor… Lo siento. Lamento no haber podido proteger mejor a su familia. –Saca la bolsa de hielo de su nuca y lo mantiene entre sus manos, mirándola fijamente.

            -No te atormentes. No estaba en tus manos, y por desgracia, tampoco en las mías.

Asiente con la cabeza y vuelve a ponerse el hielo en la nuca.

            -Señor Mateo, su familia ya está afuera. –Un policía se acerca.




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