Hilos enlazados

Capítulo 17: Nuevo hogar.

Tres semanas después.

La luz atraviesa las persianas en la ventana. Llega hasta nuestra cama, dándonos justo en la cara, haciendo que no podamos seguir durmiendo. Abro mis ojos lentamente y miro hacia el lado derecho de la cama. Me encuentro con la mirada de Karol, la luz que le da en la cara le hace deslumbrar su sonrisa. Haciéndola ver más hermosa que nunca.

            -Buenos días, mi amor. –Su voz es suave.

            -Buenos días, querida esposa. –Le respondo suavemente, con una sonrisa.

            -Hoy será un día largo.

            -Sí… -Respondo sereno.

            -Ahora levántate que hay mucho por hacer. –Dice mientras se baja de la cama y se dirige al baño.

            -Si mi comandante. –Me bajo de la cama.

            - ¿Despiertas a Ismael? –Habla desde el baño.

            -Allá voy. –Respondo, mientras salgo de la habitación.

Llego hasta la habitación de Ismael e ingreso. Me acerco a su cama, me detengo un momento antes de llegar por completo, mirando hacia la pared. Justo donde está el pequeño mural que le hice. Es una de las cosas que más me apenan no poder llevarlas con nosotros, pero algo es seguro. En nuestra nueva casa hay muchas paredes en las cuales poder pintar.

Toco suavemente a Ismael en el hombro.

            -Ismael, despierta hijo mío. –Le digo con suavidad.

            -P-papá. –Se despierta a duras penas.

            -Vamos hijo, tenemos que terminar de empacar.

            -No… yo no me quiero ir. –Protesta, con esa dulce voz que me conmueve el corazón.

            -Tendremos una nueva casa, una cerca a la playa. –Le digo mientras le acaricio el cabello.

            -A mí me gusta esta. –Agranda el labio inferior.

            -También te gustará la nueva casa, está llena de cosas fabulosas. Tendrás una nueva habitación, con nuevos juguetes y un paisaje hermoso.

            -Quiero quedarme aquí, papá.

Doy un leve suspiro, tratando de encontrar las palabras justas para que me entiendo, aunque sea muy pequeño para hacerlo. No quiero que mi hijo sea infeliz en la nueva casa, no estaría contento si sea así por mi culpa.

            -Te propongo algo… –Le digo, sonriente–. Iremos a la nueva casa, si no te gusta cómo crees, nos regresamos de vuelta aquí.

            -Está bien, papá. –Responde tiernamente, con el labio inferior de vuelta a su normalidad.

            -Perfecto. Ahora vamos a desayunar, que mamá nos está esperando.

Luego de desayunar todas las delicias que preparó Karol, empacamos sólo lo que creíamos simbólico o especial. Nuestra nueva casa ya está implementada de muebles y sofás para todo lo que necesitaremos. Y por suerte para nosotros, conocemos a la mejor diseñadora de interiores de todas, Simona. Aún no hemos visto toda la casa ya decorada por completo, pero estamos seguros de que será justo como la queremos.

Agarro un marco de fotos que está sobre mi escritorio y la meto en una caja de cartón. Mi despacho está casi vacío, salvo por el escritorio, el cual tenía planeado llevarlo, pero Simona insistió en que no va con la nueva casa. Meto las últimas cosas en la caja y la cierro. La cargo un momento, mientras miro un momento a todos lados. Los estantes de libros ahora vacíos, las paredes marcadas por la ausencia de algunos cuadros que me negué en dejar.

            -Señor, ¿le ayudo? –Sebastián ingresa.

            -Claro, llévatelo al camión. –Le entrego la caja y me quedo de pie, en medio de la habitación.

            - ¿Se encuentra bien? –Pregunta Sebastián, mientras coge la caja. Se queda mirándome.

            -Sí. –Suelto una pequeña sonrisa–. Sólo es la nostalgia.

            -Está bien. Iré a dejar esto, si me necesita sólo llámeme. –Dice mientras se dirige a la puerta.

            -No te preocupes. Ve.

Me tomo un momento de pie, en medio de la habitación casi casi vacía. Luego agarro una caja vacía, que a un lado dice “Mateo”. Salgo de la habitación, decidido a seguir empacando lo que quedan de cosas. La verdad, yo prefería contratar a alguien para que lo haga, pero Karol se empeñó en que lo hiciéramos nosotros mismos. Y para ser sincero, estoy disfrutando de hacerlo. Camino hacia la biblioteca, la ausencia de muebles en el pasillo hace que se sienta más amplio todo el pasillo en sí. Algunos floreros siguen ahí, ninguno me hace mucha falta. Así que irán con las demás cosas que no llevaremos, a personas que las quieran más que nosotros. Llego a la biblioteca, los cientos de novelas que yacían en los estantes están casi empacados por completo. Aún hay algunos libros fuera, fueron seleccionas con anticipación para que sea dados a la caridad, pero uno de ellos llama mi atención, “Los miserables” se lee en el título. Es el libro favorito de Ismael. Siempre encontraba el momento para decirme lo mucho que le encantaba este libro y en la importancia que tiene.

Me mantengo un momento mirando el libro entre mis manos, mientras viene a mi cabeza la imagen de él leyendo al borde de la piscina. Ese era el lugar dónde siempre leía, le disgustaba la idea de leer en la biblioteca, pese a que había mucha iluminación y cómodos sofás para sentarse. Se leyó más de la mitad de los libros, todos al borde de la piscina o en la sala de estar.

            -Ismael. –Digo suavemente, mientras una sonrisa divertida nace en mi boca por mis recuerdos.

Meto el libro en la caja con mi nombre, y pensar que casi doy a la caridad al libro favorito de mi hermano. Continúo metiendo los libros en las demás cajas. Luego de un momento ingresa Sebastián para ayudarme a terminar de empacar los libros. Él empaca los libros de la pared izquierda, mientras yo empaco los de la pared derecha. No quedan muchos, así que no nos tardamos demasiado.

            -Lo admiro. –Sebastián llama mi atención, al romper el silencio–. No había conocido a otra persona tan fuerte como usted.




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