Una semana después.
Nuestra habitación está en el lugar perfecto de la casa, una enorme puerta corrediza que lleva al balcón, nos da la vista a la playa. Sin embargo, hay una enorme cortina que tapa la luz del sol a nuestro antojo, la usamos sólo en las noches, como ahora. No ingresa ni un rayo de sol a nuestras caras. Nos despertamos de acuerdo a lo que sentimos. Me muevo en la cama, llego hasta el lado derecho y me sorprendo al no sentir a Karol allí. Abro los ojos con rapidez y me siento para buscarla con la mirada.
- ¿Amor? –Levanto la voz, a ver si me escucha. Pero no responde, por lo que me dispongo a bajar de la cama y buscarla. Incluso luego de todo lo que pasamos, no voy a dejar de preocuparme. Sin importar cuan pequeño sea el peligro incluso si no lo hay, voy a preocuparme por su bienestar. Abro la cortina con el control remoto, la habitación queda completamente iluminada por la luz solar
Luego de buscar en el baño y en el cambiador, salgo de la habitación con una ligera preocupación en el pecho. El pasillo está rodeado de plantas tropicales, desde las más pequeñas hasta las más grandes, todas hermosas. No hay ni un solo rincón de oscuridad, todo está iluminado a la perfección, con la dosis justa de luz. Ingreso a la habitación de Ismael, él tampoco está en su cama. Salgo al balcón, desde ahí logro verlos en la cocina. Mi corazón late tranquilamente y una sonrisa burlona por mí mismo nace. Bajo las escaleras para acercarme a ellos.
-No quería despertarte. Estabas durmiendo muy tranquilo. –Dice Karol, mientras pone un plato en la mesa.
-Gracias, me había preocupado por un instante. –Me acerco y le doy un beso. Luego me acero a Ismael y le doy un beso en la frente.
- ¿Por qué? ¿A dónde iríamos?
-No lo sé… Solo me preocupe.
-Mateo, ya no hay de qué preocuparse. Lo sabes, no podemos seguir temiendo por cualquier cosa. Debemos seguir con nuestras vidas. Gozar de nuestro hijo mientras aún sea un niño.
-Sí, mi comandante. –Le muestro una sonrisa burlona.
-Mateo, hablo en serio. –Sonríe divertida.
-Yo también.
-Papá, ¿podemos ir a la playa? –Ismael me abraza mientras pregunta.
-Claro hijo. Podemos ir, pero luego de desayunar… Sólo si nuestra comandante mamá nos lo permite.
-Podemos mis soldados. Pero antes, a comer. –Deja un par de huevos fritos en el plato que está en frente de mí.
Le hecho un ojo a todas las delicias que hay en la mesa. Un plato con tostadas reina en el centro de la mesa, junto a un tarro de mermelada de fresas y una jarra llena de jugo de naranja.
- ¿Café? –Pregunta mirándome a los ojos.
Sí, por favor. –Respondo.
Levanta un poco la cafetera y sirve.
-Nunca me voy a cansar de esto. –Digo mientras admiro lo que hace.
-Estamos casados, así que no debes hacerlo. –Sonríe.
-Claro. –Sonrío divertido y me mantengo un momento en silencio. –Estaba pensando… En que podríamos tener otro hijo. Si estás de acuerdo.
-Por Dios, Mateo. ¿Cómo no voy a estar de acuerdo? Me encantaría volver a sentir un bebé en mi vientre.
- ¿Qué dices hijo, te gustaría tener un hermanito? –Me inclino hacia Ismael.
- ¡Sí! –Festeja mientras se lleva a la boca un bocado grande de huevos.
-Podría ser una hermanita.
-Eso es mucho pedir.
-Tonto. –Sonríe divertida.
Luego de terminar el delicioso desayuno que preparó mi amada esposa, nos vestimos con una ropa más cómoda y adecuada para ir a la playa. Karol va vestida con un vestido blanco, largo y casi transparente que deja ver un poco el bikini celeste que lleva debajo. Le hace resaltar su contorneada figura. Es perfecta.
La brisa fresca atraviesa nuestros cuerpos, el contraste que hace con la intensidad del sol es perfecta. El equilibrio perfecto entre la frescura y el calor. Las olas están calmadas, el sonido que hacen al tocar la playa causa una sensación extraña en mí, una que hace tiempo que no sentía. Una tranquilidad invade completamente mi cuerpo. Respiro hondo el aire fresco que nos rodea. Purificando mis pulmones y llenándome de tranquilidad absoluta.
Sebastián nos mira desde la casa. Pero no vestido de traje, no. Está vestido con traje de baño. Observa con sus binoculares desde su silla. Mientras nosotros armamos un castillo de arena a una distancia razonable de la orilla. Y Spike, mi fiel amigo canino, al que descuidé por un buen tiempo. Se recuesta a mi lado, cuidándose del sol.
-Mi amor, vayamos a caminar por la orilla. –Dice Karol suavemente, levantándose de la arena. Una hermosa sonrisa reina en su rostro.
-Claro, ¿por qué no? –Levanto mis rodillas de la arena–. ¿Te gustaría, hijo?
-Sí, papá. Vamos. –Se levanta y se limpia las manos torpemente.
-Vamos Spike. A caminar. –Digo acariciándolo en la cabeza.
Tomo a Karol de la mano y empezamos a caminar. Ismael se adelanta a escasos metros de nosotros, va jugando con Spike. El sol en lo más alto del cielo presencia nuestra felicidad, las olas nuestra tranquilidad y el viento nuestro amor.
A mi mente viene el recuerdo de un momento de mi vida en el que me pregunté si la calma que sentía en ese instante sería temporal, si algún día sería feliz, si algún día podría vivir con tranquilidad y amar con pasión... Hoy más que nunca puedo responder que sí a todas esas preguntas, porque somos felices, vivimos con tranquilidad y nos amamos como nunca. Y sé que no será temporal, será permanente. Y por supuesto que habrá altibajos, porque los problemas siempre estarán entre nosotros, pequeños o grandes. Y aunque ya tuvimos demasiado drama en nuestras vidas, aun nos queda mucho por vivir. Por experimentar, por errar. Pero no estamos solos, estamos todos juntos para apoyarnos mutuamente. Lado a lado. Porque somos lo que tanto anhelamos ser. Una familia unida.