El sol se oculta, deja entre ver sus últimos rayos de luz entre los arboles más grandes, frondosos de un color verde que refleja el pleno verano. Solo se logra escuchar la corriente de agua en el río y el piar de las aves, Karol está frente a mí, permanece con los ojos cerrados, su rostro es hermoso, los pocos rayos de sol logran alcanzar una parte de su rostro, está sonriendo. Es la sonrisa más hermosa que he visto, la contemplo en silencio, de pie frente a ella cautivado por su belleza, en mis manos tengo una pequeña cajita de regalo color azul, atada con un lazo plateado. –Abre los ojos. – Le susurro. Ella obedece y al abrirlos manifiesta una cara de confundida. Le entrego la cajita, con una enorme sonrisa de oreja a oreja sin decirle nada, ella la toma, la sostiene unos segundos acariciándola como si fuera de cristal. Ambos nos miramos fijamente sin decirnos ni una sola palabra. Como si estuviéramos solos en el mundo y no hubiera nada más allá de nosotros, nos importamos el uno al otro y es lo único que importa. Un momento después desata el lazo plateado y abre la cajita, dentro encuentra una hermosa pulsera de plata con seis dijes diferentes, entre ellos una letra M. No puede evitar que se le caigan algunas lágrimas y se lanza hacia mí, y procede a darme un cálido y largo beso.
Un momento después estamos sentados a la orilla del río, tomados de la mano, ella apoya su cabeza en mi hombro, y yo apoyo mi cabeza encima de la suya. Estoy mirando la corriente de agua, en partes fluye leve y tranquilamente, pero en otras partes fluye bruscamente chocando con las rocas que se atraviesan. Curiosamente lo comparo con la vida, con momentos de tranquilidad y felicidad, y otros momentos de problemas, ya sea por dinero o por amor. Me siento intrigado con mi camino, con mi futuro; pero no le doy importancia en ese momento y me obligo a mí mismo a reprochar ese pensamiento, me vuelvo hacia Karol. Ella voltea y me recibe con una sonrisa, pero en sus ojos hay tristeza. Me quiebra verla así, no logro entender por qué está así.
-Tengo miedo. –Susurra.
-Miedo a qué? –Pregunto con mucha curiosidad.
-A lo que va a pasar entre nosotros. Tienes que ir a la universidad, mientras yo me tengo que quedar a terminar la secundaria. Estaremos lejos. –Y se le empiezan a caer algunas lágrimas, pero esta vez ya no son de felicidad, sino de tristeza.
Comprendo su dolor, no habíamos hablado sobre eso. Siendo tan importante, ni siquiera había pasado por mi cabeza. Vuelvo a ver el río y me pregunto, ¿Empezará aquí la corriente brusca de mi vida?
-Haremos que funcione. –Y le doy un beso y la abrazo con fuerza. Como si fuera la última vez que lo hiciera. No puedo controlar mi tristeza, se me escapa una lágrima que baja por mi mejilla y cae al río, formando parte de los litros de agua que no dejan de fluir.
Tiene que funcionar, tiene que funcionar. Me lo repetía una y otra vez, esperando a que mi corazón lo entendiera. Necesitaba que entendiera, porque no sé lo que voy a hacer si no funciona.
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Editado: 04.10.2020