Hilos enredados

Capítulo 2: Una vida normal.

Diez años después. Me encuentro saliendo de casa, el cielo es grisáceo y claramente significa lluvia, no le doy importancia y pongo marcha a mi trote matutino como lo hago todas las mañanas durante los últimos años, llevo los auriculares puestos y solo le pongo atención a mi camino sin mirar a los costados. A mis veintinueve años, una de las cosas que más me importan es mi físico... Después de una hora regreso a casa, subo a mi habitación y me doy una ducha, luego de diez minutos me visto y bajo de prisa acomodándome la corbata. Subo a mi auto pongo marcha hacia la oficina. Llevo puesto un pantalón azul marino y una camisa blanca con un chaleco que hace juego con el pantalón, y como cereza del pastel una corbata gris que va perfecto con mi reloj.

Voy conduciendo y me detengo en una esquina al ver el semáforo rojo, miro alrededor y veo pasar a un hombre con su hijo, ambos se ven muy felices, se refleja en sus rostros y en la manera en que van caminando de la mano. Por alguna razón no puedo evitar ponerme triste, me inunda una inmensa tristeza y me quedo inmóvil, mirando al vacío. Empiezan a caer las primeras gotas de lluvia, escuchó a lo lejos el pitar de los autos que están detrás de mí, quieren que avance. No me percato de que la luz del semáforo cambió a verde. El teléfono vibra, lo agarro.

-Si? –Digo. Aun recuperándome del momento.

-Mateo, estoy en tu oficina. ¿Llegas pronto? –Es George, el hermano de mi padre.

-Tío, llego en diez minutos, tuve que comprar algo. Dicho esto, guardo el teléfono y piso el acelerador. Durante el camino me pongo a pensar en lo ocurrido, y llego a la conclusión de que necesito una cita con un psicólogo.

Llego al edificio y al bajar del auto me reciben las gotas de lluvia más fuertes, corro para no mojarme, pero es inevitable y termino empapado. Entro a la oficina, me encuentro con mi tío y le doy un abrazo.

-Hasta que te dignas en llegar. –Bromea.

-Cuéntame, ¿qué te trae por aquí? No es que no me guste tenerte aquí, solo que no es muy común que me visites en la oficina.

-Quiero hablarte de tu padre. –Dice ahora serio, cambiando completamente el ambiente. Quien diría que unas pocas palabras pueden cambiar un espacio.

-Creo que ya se lo suficiente. –Respondo, serio y cortante; Tratando de terminar la conversación.

Trata de decir algo más, pero lo interrumpo Lola, mi secretaria.

-Señor Reátegui, disculpe la interrupción, pero la señora María está aquí para su reunión.

-Que pase, por favor.

Dicho esto, me levanto y me despido de mi tío sin dejar que agregue ni una palabra más. Se levanta y se despide en silencio, al llegar a la puerta se da vuelta y dice:

-Algún día tendremos que hablar sobre lo que pasó. –Agrega, Y se va.

Eso lo tengo claro, algún día tendremos que hablar sobre eso, pero no será hoy. Aún no estoy listo. Un minuto después entra una mujer hermosa de unos treinta años aproximadamente, va vestida muy elegante con un vestido color vino. Le doy la mano sonriéndole para saludarla y le ofrezco asiento. Tiene unas manos muy delicadas y suaves, lleva un anillo en la mano izquierda, seguro es casada, Divago en mis pensamientos. No entiendo como hay personas que se casan en tan poco tiempo, sin aprovechar su juventud. He viste a miles de parejas que prefieren casarse antes de estar satisfechos económicamente. Eso no es felicidad, es un capricho que termina en divorcio tarde o temprano. Eso no es amor en absoluto.

La mujer me mira con curiosidad, pero sin dejar de sonreír. Tomo la primera palabra y empieza la conversación.

-Dígame, para que soy bueno.

-Verá señor Reátegui, el alcalde está organizando un festival para recaudar fondos para los niños sin hogar. Queremos que sea nuestro invitado de honor, por todas las donaciones que hizo, ¿qué dice?

-Me alaga muchísimo, pero yo no sé mucho sobre festivales ¿Que tendría que hacer concretamente?

-Usted inaugurará el festival, tendrá que dar un discurso que será como usted quiera y coronará a la ganadora del certamen. Estaríamos muy encantados de que acepte.

Lo pienso un momento, y sin controlar muy bien mis palabras, acepto.

-Está bien señora María, acepto con una sola condición, El discurso lo tiene que hacer el alcalde, no soy muy bueno hablando en público.

Ella acepta encantada, me deja su número de teléfono y se despide. Me quedo pensando en la razón por la que acepté, no podía ser descortés además me encanta la idea de ayudar a las personas. Reviso mi agenda, no hay reuniones después de esta. Agarro él teléfono y hago una llamada.

- ¿Estas disponible para un trago?

-Claro! Te veo en Mellies dentro de diez minutos. –Responde André, mi mejor amigo.

Miro el reloj, once con veinte; agarro las llaves del auto, mi teléfono y mi billetera. Me acerco al escritorio de Lola.

-Transfiere todas las llamadas a mi celular mientras esté fuera.

Dicho esto, salgo del edificio. Ha dejado de llover, pero aún está nublado. Pronostica lluvia todo el día y es lo más probable. Subo a mi auto, pongo una canción, suena PillowTalk de Zayn. Piso el acelerador y pongo marcha por ese trago que tanta falta me hace. No hay mucho tráfico, así que llego rápido, André ya está ahí.

Estaciono el auto. Y voy a saludarlo.

-¿Hace cuánto que no salimos por un trago? –Dice.

-Creo que hace dos días. –Respondo estrechándole la mano.

-Lo sé, parece una eternidad. –Dice irónicamente.

Durante la plática nos preguntamos lo común, hablábamos siempre, así que no había mucho que contar, excepto lo del festival. Se burlaba de mí.

-Hahaha, como creen que hubieras podido dar un discurso frente a toda esa gente. –Y bebe un sorbo de su trago. Trata de agregar algo más, pero su teléfono empieza a sonar. Lo toma y contesta.

Por la forma en que responde, parece estar un poco preocupado.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.