Hilos enredados

Capítulo 3: El dolor del pasado

Voy caminando por la ciudad, me encuentro con unos señores y les muestro una dirección en mi celular. Ellos la reconocen y me muestran el camino. Estoy feliz, pero muy nervioso; no sé lo que va a pasar. Miles de pensamientos rondan en mi cabeza, pienso en lo que le voy a decir, y en lo que haré. Atravieso un par de calles, doblo una esquina y luego otra. En frente hay una enorme casa, me detengo un momento. Mi respiración empieza a agitarse y las manos me tiemblan. Cruzo la calle y por cada paso que doy me siento aún más nervioso, los latidos de mi corazón son más rápidos de lo normal. La puerta se abre, me detengo a media calle. De la perta sale un hombre, es él, es mi padre.

Abro mis ojos desesperado, fue un sueño. Más bien un recuerdo. Miro la hora, son las seis con treinta. Me bajo de la cama y voy al baño a lavarme la cara. Me miro al espejo y por un momento me desconozco, temo de mí mismo. Encuentro una camiseta recién lavada en mi armario, me la pongo y salgo a hacer mi trote matutino. Durante el trote, me vienen fragmentos de recuerdos a la mente.

Un hombre en el suelo, tiene una bala en la cabeza... Sangra. Sangra mucho. Está muerto.

Una lágrima se escapa, y antes de llegar a mi mejilla, la seco. Reprocho mis pensamientos y enciendo el reproductor de música en mi celular. Acelero el paso y doblo una esquina.
La rutina es la misma de todos los días, una mañana tranquila en las calles. Regreso a casa luego de una hora de trote, saludo a Spike, subo a mi habitación y me doy una ducha, me cambio para ir a la oficina y luego bajo las escaleras. Voy al comedor, la señora Linda me espera con el desayuno servido. Cojo un pan tostado, lo unto con mantequilla y bebo un poco de café. Termino de desayunar, me despido y subo al auto. Durante el camino, trata no entender el porqué de mi repentino recuerdo de ese fatídico día, tal vez mi tío tenga razón, deberíamos hablar sobre lo que pasó. Frunzo el ceño, reprimiendo ese pensamiento alarmado por las consecuencias. Enciendo el reproductor con la esperanza de desvanecer cualquier pensamiento innecesario. A penas hay tráfico, piso con fuerza el acelerador y llego rápido. Son las siete con cincuenta cuando llego. Entro al edificio, saludo a Lola y rápidamente me siento en mi escritorio, aún es temprano y le mando un mensaje a André.             

                                                                                              ¿Que pasó ayer? Está todo bien.

                      Todo está bien, tenía una operación de emergencia.

                      Peo todo salió bien.                         Me alegra, pero me debes un Mojito.

                       Hahaha, por supuesto. Cuando quieras.

                                                                                   Excelente, yo te aviso.

Suena el teléfono del escritorio.

-Si? –Contesto.

-Disculpe la interrupción señor, la señorita Díaz está aquí para hablar con usted. Viene de parte de la señora María.

La señorita Díaz, ese apellido me suena familiar.

-Hágala pasar.

-Sí señor. –Y corta.

Leo algunos documentos que tengo en el escritorio mientras espero la entrada de la misteriosa señorita. Se abre la puerta, aún mantengo los ojos en los documentos, hay algo que me inquieta y me molesta. La señorita se queda de pie frente a mi escritorio.

Carraspea.

Levanto la mirada y una conmoción surge en mi al ver a la hermosa señorita que hice esperar frente a mí. Está vestida con unos jeans oscuros y una blusa rosa que resalta el color de su piel. Me quedo admirándola unos segundos reprimiendo mi molestia ante los documentos mal hechos.

Le ofrezco asiento y la saludo amablemente.

-Señorita Díaz, disculpe la espera. Tome asiento por favor.

Ella tiene un rostro muy fino y hermoso, unos labios carnosos que desatan una sonrisa burlona. Me recuerdan a alguien, pero en este momento no logro descubrirlo. Me inquieta ese pensamiento y no puedo evitar moverme en mi asiento.

-La señora María, está indispuesta y me envió para informarle todo sobre el festival. –Su voz es calmada, pero su mirada es directa.

Sin poder con la intriga sobre esta misteriosa, pero hermosa señorita, le pregunto su nombre.

-Me llamo Karol Díaz. Soy diseñadora de moda y trabajo con Maria, digo... La señora María. –Se muestra tranquila y serena.

Me quedo boquiabierto y me recuesto en el espaldar de mi asiento, no lo puedo creer. Es Karol, mi Karol, o bueno... no sé si será la Karol de alguien. Lo pienso un poco, suena un poco presuntuoso. Controlo mis emociones y me acomodo en mi asiento para examinarla minuciosamente. No lleva anillo, así que no está casada; eso me alivia un poco, pero me desconcierta la idea de que no me reconozca.

Mateo, contrólate. Me reprocho.

-Entonces dígame señorita Karol, ¿Qué es lo que me tiene que informar?

Saca unos papeles de su bolso, delicadamente.

-Esto es lo que tenemos programado para usted. –Me entrega los papeles.

Tomo los papeles y los leo. Me parece un poco innecesario, teniendo en cuenta de que me invitaron para contemplar el evento. No quiero ser descortés y no le hago saber lo que pienso. Levanto la mirada, ella permanece mirándome en silencio, como si tratara de descifrarme. Pero, cuando nuestras miradas se cruzan. Cambia el punto de su mirada rápidamente. La miro con recelo, trato de entender su actitud.

-El evento será dentro de dos días. –Dice rompiendo el silencio.

Asiento con la cabeza, no encuentro las palabras adecuadas para responderle.

-Bueno, eso sería todo señor Reátegui. –Se levanta y me extiende la mano.

Hago lo mismo, y agrego.

-Fue un placer señorita Díaz.

Me sonríe un momento, y se va. Voy detrás de ella, la observo irse por segunda vez. Con la única diferencia que ésta vez sé que no será la última. Regreso a mi asiento, aún estoy sorprendido. Está más hermosa que nunca, está hecha toda una mujer, tan sencilla y tan elegante. Pero me inquieta mi comportamiento y mis pensamientos. No es típico de mi.




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