Hilos enredados

Capítulo 4: Estoy bien

Agarro una maleta pequeña que está arriba del armario, la abro y la pongo encima de la cama. Abro el armario y saco algunas camisetas; abro los cajones, saco unos pantalones, unas bermudas y la ropa de baño. Agarro un par de zapatillas negras y unas sandalias. Luego voy al baño y tomo el cepillo de dientes, la pasta, el peine y el perfume. Meto todo en la malte y la cierro. Agarro las llaves del auto y la billetera. Me acomodo el reloj, son las siete con veinte. Llamo a Lola.

-Lola, estaré fuera de la ciudad, re agenda todas las reuniones de hoy, por favor.

-Sí, señor. –Responde y cuelga.

Bajo las escaleras y saludo a la señora Linda.

-Buenos días señora Linda, Estaré fuera de la ciudad. Regresaré mañana por la noche. Cuida de Spike muy bien por favor. Me llama por si surge algo.

-Sí señor, no se preocupe. Cuidaré de Spike y de su casa. Que tenga un buen viaje. –Su voz es tranquilizadora.

La señora Linda trabaja para mí desde hace cinco años, confío mucho en ella y la respeto muchísimo, Siempre cuida muy bien de mi casa.

-Sin fiestas, por favor. –Bromeo.

Ella sonríe divertida y va a la cocina.

Me imagino a la señora Linda en una fiesta y no puedo evitar sonreír.

Voy al garaje y pongo la maleta en el asiento trasero. Abro la puerta del garaje y saco el auto. Una vez fuera, cierro las puertas y piso el acelerador. El tráfico está perfecto, no hay muchos autos. Reviso el gps, elijo la mejor ruta, el tiempo estimado a llegar es de dos horas. Enciendo el reproductor, sereno mi mente y respiro hondo.

Los kilómetros pasan volando, al igual que el tiempo, cada vez estoy más cerca de llegar. Empiezo a ver el mar al horizonte, el sol está en todo su esplendor. El clima está perfecto, avanzo unos kilómetros, el mar está al lado izquierdo de la carretera, se escuchan las olas chocar con algunas rocas en la playa. Me siento relajado, tomo un poco de aire y exhalo. Necesito relajarme.

Llego a la casa de playa. La compré hace un año, pero no había tenido la oportunidad de venir. Está en un lugar perfecto, lejos de las personas y cerca al mar. Hay dos palmeras no muy grandes frente a la casa, una hamaca está colgada entre las dos palmeras, perfecto para dormir.

Estaciono el auto, tomo la maleta y bajo del auto, Un hombre y una mujer de unos cuarenta años aproximadamente, me esperan en la entrada. Son los encargados de cuidarla.

-Buenos día, señor Mateo. –Dicen en unísono, con una sonrisa contagiosa.

-Buenos días. –Respondo sonriendo.

-Mi nombre es Carlos, y ella es mi esposa Melisa, ¿Me permite su maleta? –Dice el hombre, presentándose y extendiéndome la mano.

-Mucho gusto, no se preocupe yo llevaré la maleta a mi habitación. –Y entro.

Carlos me guía a la habitación y abre la puerta.

-Esta es su habitación señor. Estaremos en la cocina por si se le ofrece algo. –Y se va.

Ingreso a la habitación y pongo la maleta encima de la cama. La abro y acomodo mis cosas en los muebles. Me cambio la ropa, me pongo algo más fresco, tomo unos lentes de sol y salgo de la habitación. Voy hacia la playa y me recuesto en la hamaca, el sol está radiante, la brisa fresca. Cierro los ojos y me relajo con el sonido de las olas. Está muy tranquilo, sereno... Silencioso.

Le pido a Carlos que me traiga un mojito.

Cinco minutos después, me lo entrega y se retira. Pruebo el mojito, la temperatura está perfecta y el sabor fenomenal, los ingredientes están equilibrados perfectamente, justo como tanto me gusta. Me mantengo recostado en la hamaca mirando el mar, me relajo mirando las olas. Veo dos delfines a lo lejos, van nadando lado a lado, saltan de rato en rato, parecen estar felices... y por un momento siento envidia. Cambio el punto de mi mirada, veo una moto acuática a un lado de la casa.

Llamo a Carlos, y le pregunto si puede prepararla para usarlo.

-Claro señor. –Responde. –Y va a hacerlo.

Entro a la casa y voy a mi habitación, me pongo el traje de baño y salgo ansioso. Carlos tiene la moto preparada, me acerco y me entrega un chaleco salvavidas. Me lo pongo y subo a la moto, aprendí a manejarla a los veinticinco cuando fui de vacaciones con mi familia. Me aseguro de que todo esté conforme y acelero, voy a mucha velocidad, el viento choca en mi cara.

"Que suerte que tengo los lentes de sol puestos". –Pienso.

Giro hacia la izquierda, veo un bote cerca. Giro a la derecha, me siento libre... Calmado. Unos delfines aparecen a un lado mío, van en la misma dirección que yo, talvez sean los mismos delfines que vi hace un momento. Los miro un momento y acelero dejándolos atrás de mí, volteo para verlos, no están. Desacelero un poco. Unos segundos después aparecen al lado y saltan por encima de mi cabeza, el momento es maravilloso, nunca había visto algo así. Me siento afortunado... momentáneamente feliz.

Los delfines, desaparecen en el fondo del mar. Doy media vuelta y regreso a la casa, acelero y a medida que voy llegando a la playa, desacelero lentamente. Carlos está ahí esperándome. Se acerca para sujetar la moto mientras bajo. Me quito el chaleco, lo dejo encima de la hamaca e ingreso a la casa. Miro el reloj, son las cinco con veinte. Entro a mi habitación y me cambio la ropa, me pongo una bermuda y un polo playero. Meto mi celular en el bolsillo izquierdo y salgo a dar una caminata por la playa. Camino en dirección a un faro, unos cuántos metros a lo lejos cerca al faro, Veo a una mujer con dos niños pequeños, juegan felices. Los quedo mirando un momento y saco mi celular. Busco el número de mi madre y lo marco.

-Hijo, donde estás? Llame a tu casa, Linda me dijo que saliste de la ciudad. –Responde rápidamente.

-Estoy en la casa de playa, mamá. La que compré hace un año, ¿recuerdas? Vine a relajarme un poco, estaba estresado y necesitaba descansar.

-¿Estás bien? ¿Sucede algo malo? –Pregunta preocupada.




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