Hilos Rojos

Capítulo 22

Jueves 2 de febrero del 2018.

 

Estaba recostada con la colcha de Winnie Pooh, enrollada como un burrito en la cama, esperando el café que me iba a traer Rose. Afuera estaba como a 10 grados. Hoy era la primera vez que me quedaba en su casa. Y me sentía preparada para contarle mi mayor secreto, para eso son las amigas. Y si la pierdo porque piensa que estoy loca, pues, al menos me dio café.

Eran ya las 12:37 de la madrugada, y Rose quería que resistiera; ya que me había quedado dormida por 5 minutos en nuestra maratón de películas de Shrek, o como le dice ella « Chuek ». Teníamos vacaciones y hacía frio. Amaba como era el olor del invierno, el ambiente diferente era tan acogedor y re confortable.

—Aquí está su café, dulce señorita —dijo Rose volviendo a la habitación. Me senté para agarrar la taza que era amarillo patito, y ella ya iba a reproducir la película.

— ¡No, espera! Vamos a tomarnos un momento, hagamos una pausa para no sé, platicar.

— ¿Tienes algo que contarme? —cuestionó.

—Tal vez —Encogí los hombros.

— ¿Eres lesbiana? —La miré con cara de fastidio—, okay, okay, nunca me hablas de ningún niño, me es fácil asumirlo, perdón —Mostró sus manos en forma disculpa.

—Yo sé, es de eso que te quiero hablar. Necesito que mantengas tu mente abierta, Rose. Es un gran secreto para mí, es más, cierra la puerta.

—Pero todos duermen. Además si fueras algo como bisexual o trans, o lo que sea, sabes que mi familia te ama —volteé los ojos, y de igual manera ella se paró a cerrar su puerta. No me era un insulto esos términos, pero pues ese no era el caso en estos momentos.

Me comencé a poner nerviosa. La última vez que lo admití pasaron cosas realmente malas, que al final de cuentas fue bueno, pero en su momento, en mi niñez me afectó mucho. De repente me dieron ganas hasta de vomitar. Di un sorbo largo del café dulce, sin importarme lo caliente que estaba. Suspiré, y adoptó mi misma postura, con su café negro entre sus manos, y enrollada igual cual burrito en su colchita que no era de absolutamente nada, sólo un blanco solido de lana, bastante calientito.

— ¿Y bien? —Alzó las cejas.

—Oh, sí —Me había embobado mirando cómo se posicionaba para escucharme decir una posible estupidez para ella— ¿Conoces esa leyenda de los hilos rojos?

—Sí, es esa leyenda asiática en la cual un cordón une a dos individuos —sorbió de su café—, almas gemelas. Súper romántico.

—Bueno, yo puedo ver los hilos rojos. Y pareciera que es juego, pero no. Por eso mismo no me enamoro.

— ¿Porque sabes quién es tu alma gemela y la esperas?

—No, es porque, podré ver los hilos de los demás pero a cuesta de eso el mío está roto.

—Wow. Pero, ¿cómo sé que lo que dices es verdad? —preguntó, echándose el cabello hacía atrás.

—Pues, no lo sé, te podría decir quién y quien tienen sus hilos rojos juntos. A menos que no quisieras saber.

— ¿Me estás diciendo que entonces también puedes saber a quién estoy atada?

—Sí —Le afirmé.

—Entonces no lo hagas. A menos claro que te pregunte. O bueno no tampoco, porque, se perdería la magia, ¿no?

—Un poco sí, pero no cambiaría el destino.

—Vaya estoy impactada. Nunca me mientes, te creo —pronunció con total sinceridad—. Es decir, suena loco, pero sí creo que en las sirenas, porque no creer en mi mejor amiga.

—Carajo las sirenas por supuesto que existen —reí, y ella igual.

— ¡Sí! El océano es gigante, imposible que no existan. Sé que están entre las profundidades, y que no son tan hermosas como lo pintan en las películas. Pero ese no es el punto. El punto es que te creo, y lamento mucho que no tengas a nadie destinado para ti.

—Es difícil sabes. . .

Se cancelaron las demás películas de Shrek. Nos hicimos más íntimas aquella noche de febrero. Fue la primera vez que pude desahogarme con alguien, así que lloré como una hora mientras ella acariciaba mi cabello, y supongo terminó creyéndome. Sintió empatía por mí, y así que sacó su fuente interior conmigo. Nos calmamos unos minutos mientras nos sonábamos la nariz, pero Rose se puso a pensar en voz alta lo duró que era para mí; lo cual causo que yo llorara de nuevo, junto con ella pidiéndome perdón, y llorando más también. Dieron las 4 a.m., y ambas seguíamos hablando, hablando y hablando sin parar. Teníamos ya sueño, pero parecía que los temas no se iban, surgía esa necesidad de no cerrar la boca. Cuando los ligeros rayos de sol, tocaron la cara de mi rubia compañera, agradecí en silencio a Dios por haberla puesto en mi camino, si no fuera por este momento, seguiría con ese continuó nudo atorado en mi garganta. Ella era como la hermana que nunca tuve.



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En el texto hay: adolescentes, primer amor, hilos

Editado: 29.09.2019

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