Hilos separados

Capítulo 2: Sin dolor.

Se abren las puertas, un policía lo sostiene de las manos esposadas por detrás de la espalda. Mi padre mantiene la cabeza en alto, como si no tuviera nada que temer, y claro, no lo tiene. El policía lo lleva hasta el estrado, una vez ahí le quita las esposas y hace que se siente.

Ismael y yo cruzamos miradas, él no está de acuerdo con esto. Pero es la única manera de aclarar todo.

Un hombre se acerca a mi padre, hace que haga el juramento para que solo diga la verdad y nada más que la verdad. A mi parecer es un poco absurdo, todos mienten incluso ante un juramento. En especial mi padre.

El fiscal se acerca a él, lleva unos papeles en la mano.

            -La última vez que estuvo aquí, se le olvidó decirnos algo. –Dice el fiscal sarcásticamente.

            -Obvié algunas cosas poco importantes. –Dice desafiante.

            -¿Ocultar al responsable del asesinato de un hombre es poco importante? –Se voltea hacia mí.

            -Lo es, si se trata de mi hijo. –Dice mirando sus manos, no logro ver su expresión.

            -Qué curioso que lo diga. Porque según nuestras investigaciones, usted no visitó a su hijo desde su nacimiento. Por lo cual no logro comprender su afán por protegerlo. ¿Qué gana usted? ¿Será que uno de sus hijos siguió el negocio familiar? ¿Será que lo amenazaron de muerte y necesitaba huir?

            -No! –Interrumpe mi padre. –Nada de eso no es cierto… Ellos no son iguales a mí, ninguno de ellos sabía de lo que yo hacía. –Responde enojado, pero controlándose lo suficiente.

            -Entonces, ¿cuál fue el motivo? ¿Por qué se entregó a la policía, fingiendo que usted mató al hombre? –El fiscal le habla desafiante. Parece confiado.

            -Él no lo mató, fui yo. Yo debo pagar por ese crimen. –Dice sin dirigirle la mirada.

            -Tenemos una carta donde su hijo se siente culpable por el crimen, además de la declaración de culpabilidad dicha por su propia boca. –Dice señalándome.

A cada momento que pasa, siento que vuelvo a ser un niño vulnerable, incapaz de resolver sus propios problemas, esperando a que alguien me rescate de este hoyo en el que yo mismo me metí. Me enoja, pero no puedo hacer nada al respecto, quiera admitirlo o no, dependo de mi padre por segunda vez.

            -El arma se disparó. Él no lo hizo. –Responde cortante.

            -Si el arma se disparó como usted nos lo dice, ¿Por qué no dijeron la verdad y enfrentaron a la justicia como se debía?

            -Justicia… -Ríe irónicamente. –Yo no creo en la justicia... Se cometen más delitos en un gobierno que en una ciudad llena de ladrones, pero ninguno de ellos es penalizado. ¿En serio piensa que creo en la justicia? –Mira al fiscal a los ojos. Se mantiene firme.

El fiscal se queda en silencio, asimila lo que le acaba de decir, en el fondo sabe que es cierto.

            -¿Usted entiende la gravedad de la situación? –Dice más serio, parecería que está enojado, pero lo disimula muy bien.

            -Claro, pero ya estoy en prisión. ¿Qué más puede pasar? –Dice relajado.

El fiscal mueve la cabeza de un lado a otro sonriendo divertido. El comentario que hizo mi padre le parece divertido, pero de una manera burlona.

Volteo para ver a Ismael. Una sorpresa causa en mí, al ver que ya no está en su asiento, solo está André y Natalia. Miro a todos lados tratando de visualizarlo, pero no lo consigo, no está dentro. Vuelvo hacía delante mi mirada se cruza con la de mi padre, en sus ojos hay miedo, pero no logro comprender a qué.

-Señor Mateo, ¿podría acercarse al estrado por favor?

El policía que está detrás se me acerca y me toma del hombro. Asiento con la cabeza mientras me levanto y me acerco. Mis pasos son seguros, pero mis pensamientos no lo son, aun no sé lo que vaya a pasar, pero sé que será lo mejor.

Un policía se acerca a mi padre y lo levanta tomándole del hombro, lo lleva a una banca de madera a un lado de la sala.

Llego al estrado y tomo asiento.

            -Seré sincero con usted, señor Mateo. No creo que haya forma de que usted no vaya a prisión. –Me dice el fiscal mientras me acomodo en mi asiento.

Sus palabras no causan asombro en mí.

            -Dígame, ¿usted también piensa lo mismo que su padre? ¿La justicia no existe?

            -Que importa lo que yo crea, estoy aquí. Crea o no crea en la justicia, estoy aquí para enfrentar los problemas como se deben. –Espeto

            -Hay algo que aun no entiendo, y es el hecho de quién envió la carta a la policía. ¿Acaso tenía enemigos? ¿Fue chantajeado? –Pregunta.

Santiago, el maldito cobarde que no tuvo valor de dar la cara para declarar. El pensamiento me enoja, pero me controlo lo suficiente como para no hacerme notar. Pero hay algo que me intranquiliza, me desconcierta no saber por qué Santiago hizo lo que hizo. “Me desgraciaste la vida” Pero como pude hacerlo si ni siquiera sabía de su existencia. ¿Cómo es que yo le hice daño?

            -Por lo pronto se harán un par de investigaciones para tratar de encontrar al hombre que entregó…

            -Fue Santiago García... –Lo interrumpo, evitando decir el hecho de que es amigo de Karol.

            -Santiago García. ¿Amigo suyo? -Pregunta

            -Lo éramos. –Respondo.

            -Bien, lo buscaremos hasta en el más pequeño rincón. Cuando aparezca, se sabrá su destino.

El policía que tengo detrás se acerca a mí, me levanta sosteniéndome del hombro y me pone las esposas por detrás de la espalda. Camino de regreso a la celda, pero a unos pasos de llegar a la puerta escucho la voz de mi padre.

            -Ayudaré a encontrarlos! –Se escucha desesperado.

Trato de escuchar algo más, pero el policía me empuja para salir, Evitando seguir escuchando lo que tiene que decir.




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