Hilos separados

Capítulo 18: Desenlaces

El sonido del disparo hace eco por todos lados. Todos se acercan alarmados. En cuestión de segundos, Marco llega al lugar. Escucho la sirena de las patrullas llegando. Mi respiración se agita. Santiago está en el suelo, se retuerce de dolor. La bala le dio en la mano derecha. Tiro el arma que sostengo, al mar. No pienso sujetar un arma nunca más. Me cansé de esta vida, quiero una simple. Una en la que no necesite empuñar un arma.

Me acerco y muevo el arma de Santiago, que está en el suelo. Le pateo a un lado con el pie, alejándola de él. Aunque no pueda disparar con ninguna de las manos, debo asegurarme de que no pueda alcanzarla por si las dudas.

Karol cierra los ojos en desesperación por el fuerte sonido, de rodillas en el suelo. Se tapa las orejas con las manos. Solloza. Me acerco para reconfortarla.

            -Mi amor, abre los ojos. –Digo suavemente mientras me arrodillo junto a ella. Le rodeo con los brazos.

Está asustada. Al principio se resiste, pero al final se relaja sobre mi cuerpo. Cierro los ojos mientras la escucho sollozar. Contengo mis lágrimas. Algo en mí, cambió.

            -Perdón. Por todo. –Le susurro.

            -Abrázame. Abrázame fuerte y no me sueltes. –Susurra, sollozando.

Hago exactamente lo que dice. Le abrazo fuerte, hasta sentir los latidos de su corazón. Hasta sentir su respiración. Nos reconfortamos el uno al otro. Permanecemos unidos entre brazos por varios minutos, asimilando y recuperándonos de todo mientras la policía llega al lugar.

Luego de un par de minutos, con el cielo casi a oscuras. Regresamos al auto.

            -Santiago García será encerrado en un psiquiátrico hasta que se recupere. Luego será trasladado a un penal, donde pasará varios años encerrado. –Habla el oficial al mando, mientras veo como lo meten a una ambulancia esposado a una camilla.

            -Muchas gracias, oficial. –Digo mientras sostengo a Karol con fuerza. En modo de decir que ahora todo está bien.

Estamos a salvo. Siento regresar la tranquilidad a mí, pero de una manera distinta.

Marco conduce el auto de vuelta a casa. Respondimos las preguntas necesarias, no necesitan nada más de nosotros. Todo está claro. Las estrellas en el cielo parecen festejar el momento. Brillan con intensidad. Estoy sentado junto a Karol, rodeándola con el brazo derecho. Ella está recostada en mi pecho, sintiendo los latidos de mi corazón, que ahora están calmados. Cierro los ojos y me relajo.

¿Debí matar a Santiago? No. Ya ha sufrido demasiado. No está para nada bien.

El silencio en el interior del auto es asombroso. Ninguno tiene el valor de decir alguna palabra. Personalmente creo que es bueno, porque no hay objeciones, ni discusiones. Todo está tranquilo.

El auto se detiene. Llegamos a casa. Bajamos del auto, sólo nos mostramos una pequeña sonrisa. Toda la familia sale rápidamente de la casa, al escuchar el auto. Se acercan preocupados. Pero se relajan al ver que estamos bien. Recibimos abrazos de cada uno. Siento su preocupación, su interés… Su cariño. Todos están conmigo. Están con nosotros.

 Incapaz de contener mi emoción, rompo en llanto al recibir el abrazo de mi madre.

            -Te amo, mamá. –Mi voz se quiebra.

Unos momentos después, me encuentro en mi habitación, revisando el correo y las noticias de la semana.

            -Señor. –Marco ingresa con una Tablet en sus manos.

            - ¿Pasa algo? –Mi voz es serena.

            -Ya sabemos cómo ingresó Santiago. –Me entrega la Tablet.

Le pongo play al vídeo. Veo el auto en el que salió Paola. Por unos segundos no hay nada, pero después. Sale Santiago de la maletera del auto. Mira a todos lados e ingresa a la casa.

            -Eso explica mucho. Gracias Marco. –Le entrego la Tablet.

Él se retira y yo vuelvo a ver las noticias.

Atraparon a la mujer líder de la banda, a la cual traicionó mi padre. Significa que no necesitamos protegernos, ya no estamos en peligro.

            - ¿Pasa algo? –Karol sale de la ducha envuelta con una toalla. Acaba de ducharse.

            -Sí. Pasa que se acabó la tormenta. –Me levanto y me acerco sonriente. Le levanto con los brazos y la cargo sosteniéndola de la cintura. Ella me rodea con sus piernas.

Por Dios. Es muy hermosa. Me derrito ante sus ojos color café.

Le beso apasionadamente. Se le cae la toalla, dejándola completamente desnudo entre mis brazos, lo cual provoca un movimiento en mi entrepierna.

Me siento en la cama sin soltarla. Ella me empuja en el pecho, haciendo recostarme en la cama, mientras ella está encima de mí con las rodillas a un lado. El deseo es mutuo. Nos embriagamos con la pasión. Se inclina para besarme. Lo hace de una manera apasionada, desatada, hambrienta por placer. El sabor de su boca es delicioso. Dulce.

Me saco la camiseta lo más rápido que puedo. Estoy excitado, cual incendio en verano, imposible de parar. Me levanto intentando no dejarla escapar de mis labios. Luego la recuesto en la cama. Me mira con deseo, cual niña apunto de comer el dulce que tanto antojaba. Me quito el pantalón y el bóxer, quedo completamente desnudo delante de ella. Soy su dulce favorito, y ella el mío.

Me arrodillo entre sus piernas. Le beso un pezón mientras ruedo el otro, gentilmente con mis dedos. Ella se arcea y gime.

            -Hazlo. –Ruega.

            -Tus deseos son órdenes. –Empujo sus piernas más abiertas y me acomodo. Estoy listo, empujo lentamente. Estoy dentro de ella, gime de placer.

Está muy húmeda. Lo cual hace que me excite aún más. Empujo lentamente, una y otra vez, mientras la beso, saboreo su boca.

            -Te amo. –Exhala.

            -También te amo. Mi voz es ronca y ansiosa.

Le sostengo de la cabeza con mi mano derecha mientras que, con la otra mano, rodeo su pezón izquierdo con mis dedos. La beso apasionadamente, saboreando su boca. Empiezo a empujar cada vez más rápido y profundo.




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