Hilos separados

Capítulo 20: Sin Ismael

Veo a través de la ventana del auto, sentado en el asiento de atrás. Hay algunas nubes oscuras en el cielo, pronostica lluvia. Esta vez, le pedí a Marco que me acompañara. Conduce en silencio, no emite ni un solo sonido. Tampoco yo.

Veo el ramo de flores a un lado mío. No puedo evitar ponerme triste. La muerte de Ismael siempre será doloroso para mí, sin importar cuanto tiempo pase. Es algo no creo poder superar.

            - ¿Trajiste paraguas? –Rompo el silencio inquietante en el auto.

            -Claro, señor. Siempre voy preparado. –Asienta con la cabeza mirando por el retrovisor.

Es cierto, Siempre está preparado. Por eso es que confío tanto en él. Desde el primer día que llegué a la finca. Siempre estuvo ahí para protegerme, es mi Ángel guardián.

El auto dobla la última curva. Llegamos a la entrada del cementerio. Ingresamos con el auto y estacionamos.

Las primeras gotas de lluvia empiezan a caer. Más fuertes a cada segundo.

Marco es el primero en bajar. Abre dos paraguas y me entrega uno mientras bajo del auto. Agarro el ramo de flores que traje para Ismael mientras sostengo el paraguas con la otra mano. Empiezo a caminar hacia la lápida de Ismael en silencio. El césped está completamente empapado, mis tenis se humedecen conforme avanzo. Marco va detrás, cuidándome la espalda como siempre. Solo se escucha las gotas de agua, caer en el césped y las lápidas. Llegamos a la lápida de Ismael. Me acerco lo suficiente, me inclino para dejar el ramo. Me pongo de rodillas, no me importa mojarme.

            -Hola hermano. –Incapaz de contener mi dolor, caen las primeras lágrimas de dolor. Imposibles de contener–. Lamento no haber venido antes. He estado cegado por la culpabilidad.

Karol tenía razón. Siempre la tuvo. Soy un imbécil.

Por un momento me avergüenzo de no haberle prestado atención antes.

            -Me voy a casar. –Sonrío, aun con lágrimas en los ojos–. Lamento que no estés para verlo. –Cierro los ojos, caen más lágrimas–. Pero quiero que sepas que te amo. A pesar de que no te lo haya dicho antes. Te amo. –Abro mis ojos. Llenos de dolor.

Carajo. Pensé que sería menos doloroso.

            -Señor. –Interrumpe Marco–. No se atormente más. Su hermano no que querría eso. Él sabía que usted lo amaba. Yo lo sabía. Toda la familia lo sabía. –Me toca el hombro.

Me mantengo en silencio por un par de minutos. No tengo nada más que decir. Unos minutos después, me pongo de pie.

            -Adiós, hermano. –Dejo caer la última lágrima.

Me doy la vuelta y empiezo a caminar hacia el auto. Me mantengo en silencio, como si se me hubieran acabado las palabras, ni yo mismo sé por qué.

Parte de mi problema, es vivir atormentándome pese a todo lo que me digan los demás. Soy muy terco como para darme cuenta, ese es mi mayor problema. Pero con este dolor es distinto, en parte siento que Ismael se ahorró un gran dolor. Si se hubiera enterado que en realidad no lleva la misma sangre de mi padre, se hubiera aferrado a la idea de que no es mi hermano y no tiene nada que hacer junto a mí. Eso hubiera sido más doloroso para mí y para él. Perder el cariño de un hermano.

Llegamos al auto. Marco me abre la puerta. Me detengo.

Me viene el recuerdo de cuando estuvimos encerrados en la finca la primera vez. Marco nos traía siempre lo que queríamos, incluso lo que no debía, sin contárselo a mi padre.

Me acerco a Marco. Le doy un abrazo fuerte.

            -Gracias. Por todo. –Le digo suavemente.

            -Un placer, señor. –Responde.

Le entrego el paraguas e ingreso al auto. Me recuesto en el asiento, intentando relajarme y despejar mi mente. Tengo los ojos cansados. Luego de un par de minutos, me duermo.

 

Luego de un largo recorrido, abro los ojos al sentir el auto detenerse. Estamos de vuelta en casa.

Marco me abre la puerta.

            -Gracias. –Digo agradecido.

Ha dejado de llover, pero aún hay algunas nubes oscuras en el cielo. Parece ser que seguirá lloviendo. Ingreso a la casa.

            -Hola, Mateo. –Aparece Paola con una maleta, bajando las escaleras.

            - ¿Y esa maleta? –Pregunto.

            -Me voy. Conseguí un departamento.

            - ¿Por qué? Puedes quedarte el tiempo que quieras, esta también es tu casa.

            -Lo sé. Pero necesito mi propio hogar. Y tú necesitarás privacidad ahora que te casarás. –Sonríe.

            -Pero…

            -No harás que cambie de opinión, hermano. Estaré bien. –Me abraza.

            -Visítanos seguido. –Le abrazo fuerte.

            -Claro que sí. –Se separa y toma su maleta.

La veo atravesar la puerta. Se va. Pero sé que no irá lejos, lo cual me tranquiliza.

Pienso transferir la mitad de mi dinero, a Paola. Es mi hermana después de todo, también lo necesita. Es lo mejor. El dinero de Ismael no lo tocará nadie, por ahora.

            - ¿Mateo? –Karol llama mi atención. Aparece desde la cocina.

            -Hola, amor. –Le digo suavemente mientras me acerco para darle un beso.

Su boca es dulce. Me encanta su boca, me derrito por ella.

            - ¿Dónde estabas? Hice brownies. –Me entrega uno. Lo pruebo.

Está delicioso. Y vaya que sí.

            -Wow, está delicioso. Obviamente no lo hiciste tú. –Bromeo.

            -Tonto. –Frunce el ceño–. ¿Y bien?

            - ¿Bien, ¿qué? –Termino el brownie.

            - ¿Dónde estabas?

            -Fui a despedirme de Ismael. No pude hacer el día de su entierro, fue el mismo día que fui a buscarte, desesperadamente. –Mi voz es suave.

            - ¿Por qué no me avisaste? Te habría acompañado.

            -Necesitaba despedirme solo. –Obvio el hecho de que Marco me acompañó.

            -Ahora, ¿Estás mejor?




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