Tengo que admitirlo y como tal lo acepto; soy un asesino o al menos lo fui. Hace aproximadamente veinte años cometí un crimen atroz aprovechando ciertas ventajas sobre mi víctima; una mujer de treinta años bien parecida y solitaria. Conocía sus movimientos, sabía que vivía sola y apenas recibía visitas. Hasta llevaba encima una copia de sus llaves, evidentemente yo llevaba todos los ases y ella todas las de perder.
Aproveché una noche para colarme en su apartamento, haciendo para ello uso de mi juego de llaves. Caminé sigiloso hasta su recámara y una vez allí me puse a observarla con admiración. Me deleitaba su respiración irregular y las formas variopintas adoptadas por la sabana encimera sobre su cuerpo. Pero se despertó o quizás entreabrió los ojos dormida, no sé, pero no podía jugármela así pues para asegurarme su silencio le cerré la boca golpeándola violentamente.
Necesitaba vislumbrarla un poco más, tal cual fuese una actriz de teatro haciendo su papel de bella durmiente. En verdad disponía de toda la noche para hacer lo que me viniese en gana mas no sería bueno prolongar en exceso el asunto. La cara y especialmente la boca se le habían hinchado bastante, alcanzando el mentón un filo hilo de sangre escurrido desde el pómulo.
Resultaba hermosa aún con el cabello alborotado y aquel extraño pose que se le había quedado después de la golpiza. Quedamente tiré de la sábana para contemplarla sin cortapisas. Vaya, dormía desnuda… eso facilitaría enormemente las cosas. La violé repetidas veces, cosa que fui alternando con más golpizas ¿por qué? ¡Vaya pregunta! Simplemente por el hecho de disfrutarlo. Cuando me cansé de ella ya sabéis… no se pueden dejar cabos sueltos.
La estrangulé con profesionalidad, no sintiendo nada digno de mención, ni bueno ni malo. No era nada personal sino puro azar; me habría servido cualquier otra que estuviese en sus mismas o parecidas circunstancias. Disfruté del momento pero como he dicho sin sentir algo especialmente concreto. Aprecié el color de su cara cambiando bajo los hematomas y las fracturas; la boca torciéndose a un lado en busca de aire, la lengua fuera y colgando para dejarlo entrar y sobre todo ese “clac” final de su garganta hundiéndose bajo la presión de mis manos…
Abandoné la escena del crimen relajado y satisfecho del trabajo bien hecho. Me quedó pena no haber llevado la navaja para divertirme un poco más. Tal vez para una próxima ocasión. Apagué la luz, cerré con llave, dejé todo en su sitio y continué con mi vida hasta el día de hoy. Han transcurrido más de veinte años.
La medicina forense ha avanzado, claro que lo ha hecho. Quizás lleguen hasta mí porque según supe el caso fue reabierto por un nuevo grupo de investigadores con ganas de tocar las narices, hurgando en el pasado…
Por otro lado de meses a esta parte tengo insólitos eventos en mi casa. No entiendo nada de estas cosas ni tampoco he creído nunca en el más allá. Sea como fuere y crea o deje de creer viene a mí en forma de voz confusa chillándome al oído, empeñada en no hacerme olvidar que de una u otra manera expiaré mis pecados.
Escucho puertas que se abren solas, intuyo una inquietante figura incorpórea de humo hecha mujer, agazapada tras la cortina de la ventana del dormitorio. Grifos que se abren y se cierran por arte de magia; teléfonos que comienzan a sonar al unísono, cuadros que se descuelgan de las paredes e incluso las dos lámparas de las mesitas de noche titilan al compás de las portezuelas del armario. Éstas permanecen entreabiertas para dejar salir a aquella misma presencia de humo delineada en mujer. Se arrastra por el piso en modo serpiente, a veces riéndose a veces llorando amargamente…
Y por si no fuese suficiente digerirlo en crudo desde cualquier rincón de la casa salta una voz femenina aguda y estridente a la vez. La escucho en susurros apenas audibles o en atronadores gritos que parecen partirme en dos la cabeza. Posiblemente esté tan lejos en origen que la única forma de hacerse entender sea desgañitándose. Hasta puede que ese rincón en mitad de ningún sitio sea el mismísimo infierno. Me masculla al oído palabras sueltas que no puedo interpretar. Por lo regular mi mujer termina despertándome a sacudidas…
—¿Otra vez la misma pesadilla?
—Sí, vuelve a dormirte, no es nada. Bajaré a la cocina a tomar agua.
Creo que es ella. De algún modo, difícil de comprender, se ha convertido en la proyección de aquella joven a la que di muerte veinte años atrás. Pero si hasta huele a ella, el mismo perfume que me deleitó los sentidos al convertir una noche cualquiera en su última noche. Yo también soy fuerte y nada va a conseguir de mí salvo perturbarme el sueño. No tengo por qué pedir perdón por algo hecho hace tanto tiempo ¿a quién le importa? ¿Quién se acuerda del asunto?…
Ahora bien en honor a la verdad debo decir que no he vuelto a las andadas. Actualmente soy un miembro respetado de la comunidad; padre, esposo, vecino y ejemplo a seguir para las nuevas generaciones. Tengo las llaves de los pisos y por consiguiente acceso a mujeres solitarias como María Antonia, mejicana recién llegada a la ciudad.
He bloqueado o cuanto menos acotado este empuje que desea arrastrarme al lado oscuro y gracias a ello le he permitido vivir una vida longeva y provechosa. Terminó casándose con un buen hombre, empleado de banca. Lo último que supe del matrimonio antes de mudarse fue que María Antonia estaba embarazada de su tercer hijo. Una vida feliz gracias a mis líneas rojas.
Vivo noches intranquilas, agitadas en largas vigilias. Mi esposa duerme acostada a mi lado, abrazándome con su cuerpo protector. Si supiese la clase de monstruo que fui, aquello que ha hecho su maridito en el pasado. Pondría la mano en el fuego por mí, sin pensarlo ni por un segundo y evidentemente se la quemaría…
La cabeza no para, operativa las veinticuatro horas del día aunque no nos percatemos de su complejo funcionamiento. La mía se está volviendo especialmente activa y maquina repetir fechoría, dando rienda suelta al ser alimaña y deshumanizado que fui. ¡Qué adrenalina! Aunque he reconducido mis instintos más profundos no es menos cierto que, aunque fuese una vez más, disfrutaría volviendo a sentir cuanto sentí aquella noche.