Luego de un largo y reconfortante concierto de música clásica, los integrantes de la orquesta sinfónica de Atenas se reunieron para celebrar el éxito de su presentación.
Con música de aquel hermoso país mediterráneo y copas de vino de uva, los talentosos músicos cantaban y bailaban al compás de la melodía que, era tan alegre que se hacía inevitable querer danzar un poco.
Entre aquellos músicos de todas las edades y todos los rincones de Grecia, estaba una bella joven de veintidós años en aquel entonces, quizás la más joven de toda la orquesta; su nombre era Himalia, hija de músicos, razón por la que ella adoraba el arte de crear melodías.
Himalia tocaba todo tipo de instrumento de cuerdas, pero su favorito era el chelo, mismo que tocaba en la orquesta sinfónica. Aquella noche, la jovencita decidió que era tiempo de volver a casa, pese a que sus compañeros insistían en que se quedara un poco más, ella tenía el afán de volver pues, no era muy amante de la noche y no quería andar por carretera a tan altas horas de la madrugada.
Finalmente, tomó sus cosas y sin temor a accidentarse porque no había bebido esa noche, Himalia encendió su motocicleta y aceleró rumbo al sur, en donde vivía.
Cuando Himalia se encontraba a varios kilómetros, su moto se averió en medio de la nada; solo había una pequeña casa a unos cuantos metros de la solitaria carretera. La joven se acercó a la casa, pues, las luces encendidas demostraban que alguien habitaba el lugar.
Dominada por el miedo y la incertidumbre, la chelista llamó a la puerta dando unos suaves golpes y habló como si le costara. —¿Hola? ¿Puede ayudarme, por favor?
En ese momento un hombre contestó desde el interior de la casa —¿Qué necesita?
Himalia le explicó que su moto no funcionaba y necesitaba un teléfono para llamar a su padre, pues debía llegar a casa pronto. El hombre se acercó a la ventana intimidando a la chica —No te asustes —le dijo —Entra, dime qué ocurre con tu moto.
La chelista no confiaba en el sujeto ya que lo veía algo extraño. Aquel misterioso hombre no dejaba ver su rostro y su apariencia era la de una sombra negra de ojos blancos.
—Solo se apagó y debo volver a la ciudad —explicó la joven.
El hombre la miraba fijamente —Te propongo algo, yo repararé tu moto si la traes hasta aquí y tú me harás un favor.
La muchacha frunció el ceño —¿Qué clase de favor?
—Trae la moto y te explico —ordenó el sujeto.
Himalia caminó hasta la carretera y lentamente empujaba la moto hasta acercarse a la casa —¡Aquí está!
—¿Conoces algún músico?
A lo que Himalia respondió —Yo lo soy. Toco el chelo en la orquesta sinfónica de Atenas.
—¿De verdad? —preguntó el sujeto algo emocionado —Quiero decir, es que necesito que toques algunas melodías para la Luna.
Himalia comprendió que el hombre estaba bajo un hechizo de Luna. Su abuelo solía contarle historias sobre personas que sufrían el hechizo de plata y debía revertirse con melodías para Luna todas las noches sin falta, durante un mes.
—¡Está bien! Solo dime, cuándo quieres que inicie y qué instrumento debo tocar — expresó Himalia.
El hombre le dijo que el instrumento para él era el violín y que debía comenzar el primero de abril al anochecer.
El hechizo de plata funciona de la siguiente manera: Al llegar a la mayoría de edad, la persona hechizada se convierte en una sombra oscura por las noches. Para revertir tal hechizo, debe buscar un músico, preferiblemente del sexo opuesto para que toque melodías suaves a la Luna por un mes sin faltar ni un solo día. De lo contrario, la persona jamás hallará el amor y quedará condenada a la soledad eterna.
Diariamente, el hechizado debe revelar detalles de su vida al músico. El primer detalle es el nombre, el segundo su edad, luego cosas aleatorias y finalmente, su rostro. Este último no debe ser visto por el músico ni siquiera por medio de una fotografía, si lo hace, el hechizado morirá y el músico perderá sus habilidades causando que no vuelva a tocar el instrumento por más que lo intente.
El músico solo podrá ver el rostro del hechizado la última noche del mes al finalizar la melodía. Solamente así se romperá el hechizo de plata y el alma de la persona quedará libre por completo.
—Entonces ¿Lo harás? —Cuestionó aquel condenado.
—¡Cuenta conmigo! No te fallaré.
—Debes volver el primero de abril —Recordó el hombre.
Tal y como lo había dicho anteriormente, el hechizado reparó la moto de Himalia, esta le agradeció y partió a casa, en donde desde la intimidad de su habitación, se prometió a sí misma ayudar al hombre y, a su vez, le prometió al hechizado no defraudarlo.
La chelista se asomó para observar la Luna a través de la ventana. En silencio, contemplaba la simetría del cuerpo celeste y lo radiante que se veía esa noche. “¿Será que podré ayudarlo sin interrupciones? Tengo miedo de que sea así, no quiero que su alma quede condenada por mi causa”, pensó.
Tan solo pensar que el destino de aquel miserable y solitario hombre que vivía en medio de la nada, dependía de ella, la atormentaba sobremanera. —Tengo que calmarme y pensar en la primera melodía, debo salvar su alma de cualquier modo.
Editado: 10.09.2022