Himalia: Melodías para la luna

2 de abril

Ese día, Himalia despertó a eso de las ocho de la mañana con una sonrisa de satisfacción al recordar lo bien que hizo su trabajo la noche anterior en las profundidades del bosque. Luego de asearse y bajar a desayunar, la mujer salió a dar un paseo cerca de la Acrópolis. 

En aquel lugar, Himalia pensaba nuevamente en Athan. Su curiosidad por saber el motivo por el cual había lanzado aquel hechizo de plata sobre el hombre crecía, pero sabía que no debía hacer preguntas, pues, era el mismo Athan quien debía decir las cosas poco a poco sin que ella lo interrogara. Si lo hacía, Athan podía correr el riesgo de quedar condenado para siempre y eso era algo de lo que Himalia no quería ser responsable. 

En ese momento, la mujer recordó a su abuelo quien había sido víctima de un hechizo de plata en su juventud. Así que, se le ocurrió buscar respuestas con algunos miembros de su familia. Ese mismo día aprovechó que no tenía ensayos y se dispuso a ir hasta la casa de sus abuelos, ubicada en los límites de la ciudad. 

Al llegar, Himalia le comentó al señor Filogonio lo que estaba pasando. En ocasiones la joven sentía miedo de no poder hacer las cosas bien para salvar el alma de aquel hombre. 

—No debes sentirte asustada por esto, mi pequeña damita. Confía en tí y verás que todo resultará bien. —dijo Filogonio mientras le brindaba una taza de té a su nieta —yo sé que una responsabilidad grande para tí, pues se trata del alma de un ser humano la que está en juego.

—¿Cómo te sentiste durante el tiempo que estuviste hechizado, abuelo? 

—Frustrado, triste y con ganas de morir —respondió el anciano —así que supongo que ese pobre hombre se siente igual. —bebió un sorbo de té y continuó —debe ser un inocente el que está pagando una injusticia. 

—¿Inocente? ¿Cómo lo sabes? —Himalia frunció el ceño al escuchar lo que dijo su abuelo. 

—Por lo general, Himalia —dijo el anciano —el hechizo de plata funciona dependiendo de la persona y la nobleza de su corazón. Si el sujeto es alguien de alma pura, la forma de revertirlo es buscando a un músico para tocar melodías a la Luna, pero si es alguien que su corazón está lleno de maldad, el hechizo acabará con su vida a las setenta y dos horas.

Himalia, pensativa y llena de curiosidad, terminó el té y dijo —entonces ese es un motivo bastante grande para hacer bien las cosas y salvarlo de esa injusta condena. 

A eso de las seis de la tarde, Himalia salió de la casa de su abuelo para dirigirse a la cabaña de Athan. La mujer ya sabía qué melodía tocar para esa noche, pero la curiosidad por conocer el rostro de aquel hombre le causaba mucha curiosidad. “Solo es cuestión de esperar a que sea el momento indicado para ver su rostro” —pensó. 

Himalia se detuvo en una estación de gasolina para abastecer el tanque de su pequeña moto. Allí pensaba en Athan y en cual era el motivo por el cual había sido hechizado si no era una mala persona. 

Finalmente, Himalia partió de la estación hasta la cabaña del hombre, pero no llegó con él de una vez. Esperó hasta que la penumbra pasara para así acercarse a la puerta de la cabaña de Athan. 

Himalia solo observaba al hombre entrar y salir, intentaba ver de lejos cómo era o al menos tener una pista de su físico, pero le fue imposible averiguarlo ya que Athan estaba completamente cubierto con capucha y guantes, que con ayuda de la poca luz que había, le impidieron a Himalia ver por lo menos el color de su piel. 

La joven músico se puso de pie lentamente, subió a su moto y cruzó la enorme carretera que la separaba de aquella cabaña. Himalia levantó la mano empuñándola suavemente para golpear la puerta, pero intempestivamente se detuvo y suspiró, luego entre balbuceos dijo —¡Vamos, Himalia! ¡Tú puedes! —y dando tres golpes a la puerta de aquella cabaña, dio aviso a Athan de que había llegado la hora de actuar. 

Athan abrió la puerta, ya estaba completamente transformado en aquella sombra de ojos blancos. Himalia sintió una extraña corriente helada subir por su espalda mientras que su piel se erizaba al verlo en semejante estado. 

—Gracias por venir —pronunció Athan. El hombre debía agradecerle a Himalia a diario por regresar para ayudarlo, no era algo relacionado al hechizo, pero él era muy educado y sentía la necesidad de hacerlo. 

Ambos salieron a la parte trasera de la cabaña, Athan cargó una silla para que la mujer se sintiera cómoda a la hora de tocar el instrumento, mientras que él solo se sentó en una enorme roca para escuchar la suave melodía producida por Himalia y su violín. 

En ese momento, Athan reveló su edad —Tengo veintisiete años ¿Y tú?

Himalia le respondió —veintidós. —comentó la músico mientras tocaba el violín. 

Al terminar, Athan invitó a la joven a ingresar a la cabaña. El hombre preparó una ensalada con algunas frutas que su abuelo le había llevado horas antes. Himalia agradeció el gesto de aquel desgraciado caballero y lo acompañó hasta que el reloj marcó las diez. 

—Supongo que ya debes irte —dijo Athan un poco cabizbajo —te espero mañana. 

—Lastimosamente debo volver a casa, mañana la orquesta se reunirá para un evento en el teatro de Atenas que será en dos meses. Debo estar allá temprano. 

—Sería fantástico verte algún día, tengo la esperanza de que así será —comentó Athan mientras le extendió su mano para hacerle entrega de un racimo de uvas a Himalia —para que las comas en el camino. 



#9285 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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