Himalia: Melodías para la luna

6 de abril

Lejos de la cabaña, Teodulo y Filogonio se reunieron en una cafetería cercana al museo de arqueología de Atenas. Allí, el abuelo de Athan le preguntó a su amigo algunas cosas sobre el hechizo de plata, especialmente, que involucraran contacto físico. 

—Claro que puede hacerlo, solo que la joven no debe ver el rostro de tu nieto. —Luego pensó y dijo —casualmente mi nieta está ayudando a un joven en la misma condición. 

—¿Ah, sí? —preguntó Teodulo lleno de curiosidad —¿Cómo es tu nieta? 

—Es una joven blanca, delgada de cabello entre plateado y rubio. 

—¿Acaso el nombre de tu nieta es Himalia? 

Filogonio se sorprendió al enterarse que su nieta ayudaba al nieto de su viejo amigo —¡Sí! Es ella. 

Filogonio le comentó absolutamente todo a su viejo amigo, quien se emocionó al saber que no pasaría nada si tenía contacto físico con Himalia. 

—Dile a tu nieto que no se preocupe. Puede abrazarla, pero no deberá pasarse de los sesenta segundos.

Mientras tanto, a la distancia, la joven Himalia se preparaba para su larga jornada. La músico iba de camino al lugar de siempre cuando fue sorprendida por Lizandro. Para ella fue bastante desagradable encontrarse con él a mitad de camino, pues Himalia cada día que pasaba odiaba más y más al sobrino del director de la orquesta. 

Lizandro no dijo absolutamente nada. Solo la miraba de tal forma que Himalia se incomodaba sobremanera. La chelista deseaba en ese instante que su Leónidas o cualquier otro compañero apareciera para ayudarla en semejante situación, pero para desgracia de la delicada artista nadie apareció. 

Himalia presentía que Lizandro tenía algo en mente, así que se alejó lo más rápido del sujeto hasta sentirse fuera de peligro. Al llegar a la puerta del teatro, Himalia corrió hasta acercarse a su amigo. La mujer le contó lo minutos antes ocurrió, cosa que a Leónidas no le agrado en lo absoluto. 

—¿Y tu motocicleta en donde está? —cuestionó el músico. 

A lo que Himalia respondió —la dejé en casa. Sentí el deseo de caminar un poco desde el kilómetro dos después de la cabaña. 

Lizandro escuchó cuando Himalia mencionó la cabaña, y sin saber el contexto en que la mujer lo dijo, este habló con firmeza llamando la atención de toda la orquesta. —¿Tienes un romance con ese extraño sujeto? 

Himalia, enfurecida se acercó a Lizandro y lo abofeteó con fuerza. La joven chelista estaba enfurecida por la actitud de su compañero, quien abusaba del hecho de ser el sobrino del director de la orquesta para hacer lo que venía en gana.  

—¡Ya basta, Lizandro! —gritó la chelista —¿Cuál es tu maldito problema? 

—Te la pasas metida en ese lugar, te he visto en repetidas ocasiones. 

En ese momento intervino Elián, uno de los violinistas —¿Y qué haces tú siguiendo a Himalia a donde ella va? ¿Sabes que puedes meterte en serios problemas por eso, verdad? 

Todos miraron a Lizandro esperando una explicación, pero sentía tanta vergüenza que su única reacción fue correr hasta la planta alta del teatro y permanecer allí hasta que su tío llegara. 

—¿Es cierto eso que dijo Lizandro? —preguntó Leo.

—No tengo ningún romance con ese sujeto. Entre él y yo no hay nada más que una simple amistad —comentó Himalia —en caso de tener un romance con el habitante de esa cabaña ¿Eso les afectaría? 

—En lo más mínimo, solo que nadie sabe sobre él —intervino Elián una vez más —solo se especula de que está hechizado, pero no creo en esas tonterías. 

—Es un joven pintor, solo es noctámbulo porque se inspira más por las noches. 

Himalia mintió al respecto, pues no podía decir nada acerca de la condición de Athan. La chelista sentía que debía protegerlo en cierto modo, especialmente de Lizandro quien ya sabía que ella iba todas las noches a la morada del hechizado. 

Desde la planta alta Lizandro escuchaba los murmullos de los demás músicos. No soportaba que apoyaran a Himalia después de saber que ella tenía cierto vínculo amistoso con el extraño de la cabaña. Fue en ese instante en que el prepotente músico pensó en idear un plan para revelar la identidad del ermitaño. 

—Debo hacer algo, todos deben saber quién es ese sujeto —balbuceó— no permitiré que Himalia siga siendo amiga de ese animal. 

Las horas corrieron y luego de una extensa jornada de ensayos los músicos abandonaron el teatro. Rápidamente, Himalia caminó hasta tomar un autobús hasta llegar a su casa. La joven pensaba en la melodía para esa noche.

Cuando el transporte pasaba por la cabaña, Himalia no desprendió la mirada del lugar y pudo divisar que Athan estaba afuera recogiendo algunas flores. La joven esperaba ver por lo menos las manos del ermitaño, pero fue imposible por la distancia que había entre la cabaña y el autobús, sin mencionar que Athan estaba completamente cubierto sin dejarse ver los ojos. 

La joven sintió el deseo de bajar, pero no podía hacerlo. Cuando finalmente llegó a casa, subió a su recámara y se preparó para su encuentro con Athan en pocas horas. A eso de las siete y treinta, su padre, el gran Erastos Demopoulos, llamó a la puerta de Himalia para avisarle que ya era hora de partir. 



#9307 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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