Himalia: Melodías para la luna

7 de abril

Aquel día, Himalia despertó más temprano que de costumbre. La chelista tenía planeado visitar a su abuelo aprovechando que era su día libre, pero ignoraba algo que cambiaría un poco sus planes. 

Himalia se encontraba lista para salir cuando escuchó voces provenientes del primer piso. Su padre discutía con alguien, y ese alguien no era bienvenido a la casa de los Demopoulos por sus malas acciones. 

Lizandro se había tomado el atrevimiento de irrumpir en la casa de Himalia temprano en la mañana. Eran aproximadamente las siete y treinta, la hora menos indicada para recibir visitas. 

Al percatarse de que se trataba del sobrino del director de la orquesta, Himalia salió de su habitación y rápidamente bajó por las escaleras sin importarle el hecho de sufrir una caída. 

La mujer, quien estaba bastante molesta por la presencia de Lizandro en su morada, gritó con desdén —¿Qué haces aquí? ¿No fue suficiente la humillación que sufriste ayer en el teatro?

—Vengo hasta tu casa aun sabiendo que ya no soy bienvenido solo para advertirte que debes tener mucho cuidado con ese extraño hombre de la cabaña. —manifestó el hombre con una actitud cínica.

—De quien debo cuidarme es de tí, Lizandro —respondió Himalia con la mirada anclada en los ojos de su indeseado visitante —deja de seguirme y de fastidiarme, de lo contrario te atienes a las consecuencias. 

—Me preocupo por tí, es todo.

A lo que Himalia respondió —¡Lárgate de mi casa! 

Erastos sintió miedo por la forma de actuar de su hija, quien estaba enojada sobremanera y en cualquier momento podía atacar a Lizandro. Para evitar cualquier desgracia en el interior de su casa, Erastos se acercó a su joven colega y en voz baja le dijo —lo mejor es que te marches de aquí, Lizandro. No quiero que regreses a mi casa y si lo vuelves a hacer, me olvidaré de quién era tu padre y te destrozaré la cara. —luego llevó su mano al hombro del visitante y continuó —también te voy a pedir amablemente que dejes de seguir a mi hija, lo que ella haga con su vida no es de tu incumbencia, y eso incluye los lugares que ella frecuenta. 

—¡Sí, señor! —Lizandro tragó en seco, pidió una disculpa y se marchó. 

Himalia estaba molesta sobremanera, quería correr detrás de Lizandro y golpearlo hasta más no poder. Sentía ira porque sabía que aquel sujeto podía arruinar las cosas, causando un castigo eterno al pobre de Athan, quien no lo merecía. 

Luego de la desagradable llegada de Lizandro, Himalia salió de su casa dispuesta a visitar a su abuelo. Quería conversar con él sobre el hechizo de plata. 

Camino a casa de Filogonio, la joven pensaba en Athan. Himalia se preocupaba por él y quería ayudarlo a romper el hechizo. Algunas veces se asustaba con solo pensar en que podía fallarle o que tal vez Lizandro en su afán de seguirla, pudiese arruinar las cosas. 

Al llegar a casa de su abuelo, Himalia le comentó lo que pasaba con Lizandro. El músico estaba comenzando a interferir en las cosas con Athan y ella sentía temor de que él arruinara todo. 

—Ese joven necesita que alguien le dé una lección de humildad. Ahora comprendo por qué Erastos no siente mucha empatía por él. Es demasiado arrogante. —comentó Filogonio. 

Himalia suspiró y dijo —abuelo sabes que siento mucho miedo ¿Qué me aconsejas? La verdad no quiero fallarle a Athan y que su alma quede condenada por la eternidad. No quiero cargar con esa culpa por el resto de mi vida. 

—Sigue tocando para él, que yo me encargaré de Lizandro. 

—¿Qué tienes pensado hacer, abuelo? 

Filogonio guardó silencio generando una gran sensación de suspenso y curiosidad en su nieta. Himalia, por su parte, no insistió a pesar de que quería saber lo que en ese momento estaba pasando por la mente de su abuelo. 

—Debo regresar, tengo cumplir con mi compromiso de hoy con Athan. No quiero que se haga tarde para llegar a la cabaña. 

—Anda con cuidado. 

Himalia salió de la casa de Filogonio en dirección a la cabaña de Athan. La chica conducía su motocicleta rápida pero cuidadosamente para no retrasarse y llegar puntual a casa del pobre condenado. A bordo de su motocicleta, la joven chelista veía como caía lentamente la noche. Sentía que debía darse prisa para llegar con Athan cuanto antes posible. 

Al llegar a la cabaña, Himalia pudo divisar al hechizado observando la luna. Lentamente, se acercó a él y en silencio lo miraba con una tierna sonrisa. Athan por su parte, no se había percatado de la presencia de la mujer. 

—¡Athan! —pronunció Himalia llamando la atención del hechizado. 

Athen volteó lentamente para verla. Sonreía, sonreía como si no la hubiese visto en años —¡Himalia! —dijo con ternura. 

Ambos deseaban darse un abrazo, pero aún ignoraban el hecho de que nada malo pasaría y evitaron el contacto una vez más. 

—¿Comenzamos? —cuestionó Himalia ansiosa por tocar el violín esa noche. 

Athan asintió y se acomodó en el mismo lugar de siempre para escuchar las suaves melodías bajo la intensa luz de la luna. Como era costumbre, Athan tuvo un detalle con la chelista: una rosa. 



#9295 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.