Himalia: Melodías para la luna

14 de abril

En el enorme jardín de rosas blancas ubicado en el patio trasero de su casa, Himalia practicaba con el chelo. La mujer sentía que aquello era una especie de terapia para dejar atrás el enojo que todavía tenía por la actitud de Lizandro con Athan. También, trataba de olvidar las palabras del músico, pues, Himalia lo consideraba un cretino en todo el sentido de la palabra. 

En ese momento, su madre se acercó para brindarle un vaso de Tsikudiá, una bebida típica de Grecia, compuesta de uvas fermentadas y un toque de alcohol. 

Elora acompañó a Himalia durante su ensayo. La mujer quería conversar respecto al hechizado y el tiempo restante para romper el encantamiento. La chelista suspendió la práctica del día y le comentó a su madre lo ocurrido recientemente con Lizandro. 

Por su puesto que Elora se disgustó por la actitud del músico, le advirtió a su hija que tuviera cuidado con él y a su vez, le pidió a Himalia que nunca se alejara de Leónidas mientras estuviera en el auditorio. La joven escuchó atentamente a su madre y minutos después siguió con su práctica. 

Mientras tanto, en la cabaña, Athan limpiaba el lugar como de costumbre. Al terminar con su oficio, preparó su almuerzo y después tomó asiento en la roca para inspirarse y crear su típico arte: La pintura. 

Ese día, Athan pintaba unas aves sobrevolando unas colinas. Era obvio que anhelaba su libertad y confiaba que pronto la obtendría con ayuda de Himalia, a quien representó en la pintura como a una pequeña paloma blanca. A pesar de ser pesimista, de algún modo creía que finalmente su alma sería liberada del hechizo de plata. 

En medio del silencio, Athan escuchó pasos provenientes del otro lado de la cabaña. Rápidamente se puso de pie y muy paciente, esperó a su visitante. Athan creía que se trataba de su abuelo, pero se sorprendió al ver que otro extraño estaba en su propiedad. 

A diferencia de Lizandro, el visitante caminaba a paso lento y con las manos levantadas como señal de paz. Bajo la mirada de Athan, el visitante dijo 

—¡Calma! No vengo a perturbarte. 

A lo que el hechizado respondió —¿Quién eres?

—Mucho gusto, soy Leónidas. Soy amigo de Himalia, tocamos juntos en la orquesta. 

Athan recordó el rostro de Leo y dijo —eres el de los timbales ¿No es así? 

Leo asintió y lentamente estiró su mano derecha para entregarle un sobre a Athan mientras decía —Sé quien eres y por lo que estás pasando. Creeme que con Himalia todo saldrá bien y si me lo permiten, quiero ayudar alejando a Lizandro del camino. 

—¿Cómo sé que puedo confiar en ti? —Athan estaba receloso y mantenía la distancia dejando a Leo con el brazo estirado.

—Sospecho que Lizandro quiere apartarte de Himalia porque está enamorado de ella, pero no puedo permitir que tú te veas afectado por ello, ni mucho menos que él le haga daño a mi mejor amiga.  —comentó Leo —¿no aceptarás el sobre? 

Athan le ordenó a Leo que lo dejara sobre la pequeña mesa que estaba junto a ellos. Tal y como el hechizado se lo pidió, Leo, sin protestar, dejó el sobre y le puso una pequeña roca para impedir que el viento lo enviara lejos. 

—Hace años un miembro de mi familia padeció el mismo hechizo que tú y sé lo difícil que es pasar por esto. Quiero que leas lo que contiene el sobre, así sabrás lo que puede acontecer el último día del mes. 

—No quiero saberlo —contestó Athan —no quiero saber cómo terminará todo. Solo quiero liberarme de este maldito hechizo que me arruinó gran parte de mi vida. 

Leo comprendió y de igual modo le dejó la nota a Athan. En realidad no contenía nada malo, solo una pista de la liberación del hechizo de plata, aparte del músico responsable de tocar para la luna. 

Leónidas partió de regreso a la ciudad dejando a Athan tranquilo. El joven se percató de que Lizandro no anduviera merodeando la cabaña y sus alrededores. 

Al caer la noche, Himalia se dirigió a la cabaña de Athan y lo encontró sentado junto a la entrada. Se veía algo distraído, pues, Athan decidió leer la nota. En ese momento, el hechizado había perdido toda esperanza de poder estar con Himalia.

La chelista se acercó e intentó animarlo, le preguntó varias veces por qué estaba cabizbajo, pero Athan se rehusaba a contestar. Himalia desistió de la pregunta y tomó al sujeto de la mano. Tirando de él, lo llevó al lugar de siempre e ingresó a la cabaña en busca del violín. 

Poco a poco, Athan comenzó a calmarse al escuchar la melodía de aquella noche. Para aquel catorce de abril, el dato eran las alergias: Athan era alérgico al polen, mientras que Himalia era alérgica a la canela. 

Al finalizar, Athna le comentó a la chelista que Leónidas había estado en el lugar, pero no le dijo que le entregó una nota. Para Himalia era un poco extraño que su amigo visitara al hechizado, por lo que pensó en preguntarle al día siguiente. 

De pronto, Athan se levantó, ingresó a la cabaña y salió con una pequeña cajita entre sus enormes manos envueltas en tela. 

—Quiero obsequiarte esto —tomó asiento junto a Himalia en la enorme roca mientras que la joven sonreía con ternura —perteneció a mi madre. 

Athan abrió la caja y le mostró a Himalia lo que había en su interior. Un hermoso collar plateado con un enorme corazón de color rojo escarlata, captaba la atención de la chica, pero ella se negaba a recibir semejante regalo. 



#9285 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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