Himalia: Melodías para la luna

18 de abril

Himalia despertó aquella soleada mañana del dieciocho de abril. El fuerte trino de las aves cerca de la ventana, causó en Himalia una sensación de paz en su ser. 

La chelista se levantó entre tirones y bostezos, buscó entre sus cosas la ropa e implementos de aseo y rápidamente caminó hasta el baño. Al entrar, vio aquel rincón de la cabaña decorado con pétalos de rosa roja y una que otra vela. Athan quería que la mujer se sintiera cómoda durante el tiempo que estuviera en la cabaña con él. Himalia admiró el buen gusto del hechizado en cuanto a decoración se trata. 

Mientras la chelista disfrutaba de un buen baño, Athan seguía dormido. Ese día, el hombre se levantó un poco más tarde, pues pasó toda la noche buscando rosas a las afueras de la cabaña para tener semejante detalle con Himalia. 

A eso de las ocho y veinte, Himalia salió del baño y bajó hasta la cocina para preparar el desayuno. Preparó un delicioso omelette relleno de queso de cabra, tomates, granos de maíz dulce y hojas de albahaca. Eso, acompañado de jugo de naranjas frescas, para comenzar el día llenos de energía. 

Al bajar por las escaleras luego de un buen baño, Athan percibía el olor de la comida a pesar de llevar puesto el vendaje. Caminó lentamente y se detuvo en la puerta de la cocina, desde allí, el hombre veía la mesa, la cual estaba muy organizada y decorada con rosas blancas del jardín de Teódulo. 

—Es increíble, no solo eres talentosa en la música. —dijo Athan —sabes mentir muy bien. 

—¿Mentir? —preguntó Himalia un tanto nerviosa por el comentario de Athan. 

—Dijiste que no eras muy buena en la cocina, y esos omelettes se ven exquisitos. 

A lo que Himalia contestó mientras arrojaba un trapo hacia Athan —¡Tonto! 

Ambos sonrieron y se dispusieron a desayunar. Athan comía despacio, pues quería disfrutar del sabor del omelette con mucho detalle. Al mismo tiempo que desayunaba, veía a Himalia de vez en cuando con el rabillo del ojo. Lentamente, se estaba comenzando a sentir atraído por ella. 

A pesar de que Athan era sigiloso, Himalia lo sorprendió, sonrió y dijo —¿Parezco una gallina, verdad? Toda despeinada. 

—Te queda bien el cabello así. —contestó el hombre, quien terminó de desayunar rápidamente y luego salió hasta la terraza de la cabaña. 

Minutos después, la chelista salió y a paso lento recorría el lugar. Observaba a los canarios que trinaban entre las ramas de los árboles mientras disfrutaba de los cálidos rayos de sol por la mañana. 

—¿Por qué no vienes? 

—No, gracias. Prefiero permanecer aquí un rato más. —contestó Athan sentado en la terraza. 

Al mismo tiempo que Himalia disfrutaba del aire fresco y los rayos del sol en la nueva casa de Athan, sus colegas daban inicio a la huelga hasta que ella regresara a la orquesta, ya que, según ellos, Himalia tenía razón en haberle dado una lección a Lizandro de semejante modo. 

Algunos músicos llegaron hasta la casa de la chelista para saber de ella, pero obviamente no estaba. Sus padres dijeron que estaba fuera de la ciudad por unos días, pues había ido a visitar a unos familiares que hace tiempo no veía. 

Por supuesto que no iban a revelar su ubicación, especialmente por proteger al hechizado de Lizandro. Aunque ellos confiaban que nadie revelaría la ubicación de Himalia, era mejor prevenir que lamentar. Por eso pensaron que lo mejor era mentir piadosamente, no solo por el bien de Athan, sino que también por el de la chelista. 

Con tristeza al no poder ver a su compañera, los músicos regresaron a sus casas. Realizaban cualquier actividad, pero no volvieron al auditorio. Preferían ensayar en otro lugar, bajo la dirección de Leónidas, quien poco a poco adquiría experiencia como director de orquesta. 

—Leo, de todos nosotros, tú eres el más cercano a Himalia. ¿Podrías avisarnos en cuanto sepas de su regreso, por favor? —demandó Macrina, misma mujer que inició la huelga. 

—¡Cuenten con ello! —exclamó Leo —no me quedaría callado sabiendo que esa es la razón de nuestro cese de actividades en el auditorio. 

—Estúpido Lizandro, cree que puede hacer lo que quiere y salirse con la suya —dijo Elián lleno de ira, seguido de quejas de sus compañeros respecto al prepotente y soberbio sobrino del director. —No se ustedes, pero ya estoy cansado de su maldita actitud. 

El resto manifestó estar de acuerdo con Elián, no soportaban a Lizandro en la orquesta, y mucho menos tolerar su comportamiento hacia Himalia, quien se había ganado el cariño de todos, no por ser hija del legendario Erastos Demopoulos, sino por su carisma y su ternura. 

Al caer la noche, Himalia miró el reloj y vio que este marcaba las ocho. Era la hora de tocar para la luna. Como de costumbre, salió junto a Athan al jardín y en medio de las melodías, el hechizado le contó a Himalia que su recuerdo más feliz era la noche en que la conoció. Recordaba el rostro pálido y la mirada de terror de la chelista aquella noche de mayo. Himalia sonrió y le comentó que su recuerdo más feliz fue su primer concierto. Ella tenía dieciocho años y estaba nerviosa por su debut como chelista en la orquesta sinfónica de la capital. 

Al finalizar, ambos se pusieron de pie. Athan, quien tenía sus ojos al descubierto, veía fijamente a la joven, mientras que, Himalia, contemplaba el brillo de sus blanco ojos. 



#9307 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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