Himalia: Melodías para la luna

26 de abril

Aquel veintiséis de abril, a eso de las siete de la mañana, Himalia y Athan se encontraban ocultos al interior de la cabaña. Todo estaba tranquilo ya que, anteriormente, varios habitantes del lugar buscaron pistas del propietario de la pequeña casa a las afueras de la ciudad. Como la cabaña estaba completamente vacía, decidieron dejarla en el olvido y seguir buscando en otros rincones del sector. 

Ambos fugitivos sabían que no podían salir de allí y si lo hacían, no podían permanecer en el exterior por mucho tiempo pues, debían evitar ser vistos por alguien y que esa persona alertara al resto del tropel. 

Para ello, Himalia le pidió a Athan permanecer dentro de la cabaña mientras ella salía a recolectar una que otra fruta para desayunar. Su alimentación a partir de ese día, dependía de lo que pudieran encontrar en el camino. 

La chelista era bastante discreta y sigilosa, por lo que pudo permanecer afuera por casi una hora sin ser vista. La mujer recolectó semillas, manzanas y mangos del bosque que había detrás de la cabaña. Aunque, realmente no era un bosque sino un enorme grupo de árboles de toda clase, la gente solía llamarle así por su similitud a la de un bosque cualquiera. 

Pasado el rato, Himalia regresó a la cabaña y se sentó junto a Athan para comer. 

—No es mucho, pero al menos será una fuente de energía para el resto del día. manifestó la mujer.

A lo que Athan comentó —No importa, con esto bastará. 

Siguieron comiendo hasta acabar con las frutas. De pronto, escucharon voces provenientes de la carretera. Himalia se asomó con cautela y vio a un grupo de jóvenes que observaban el viejo cacharro, los curiosos miraban a ambas direcciones para ver si había alguien varado en el camino. 

—Me temo que tendremos que movernos de aquí. Hay personas curiosas alrededor y no es bueno para nosotros. —alertó Himalia haciendo que Athan se pusiera de pie. 

—Tienes que huir, no permitiré que te hagan daño por mi causa. 

—¿Qué demonios dijiste, Athan? —cuestionó la chelista dominada por la ira al escuchar las palabras de su acompañante —Repite eso, por favor. 

—Dije que tienes que huir. No quiero que tú sufras las consecuencias de mi hechizo. 

—¡Maldita sea, Athan! —exclamó la mujer —¿Cuáles consecuencias? Te hice una promesa y la cumpliré sin importar lo que me pase. ¿Ya lo olvidaste? No huiré, no voy a abandonarte y si quieres que me vaya, tendrás que matarme. 

—No digas eso, por favor. 

—Entonces no vuelvas a pedirme que huya, porque tú sabes más que nadie que eso jamás lo haré. No descansaré hasta haber roto este maldito hechizo de plata. ¿Has entendido? 

Athan inclinó su cabeza y comenzó a llorar —Perdóname, Himalia. 

La chelista abrazó a Athan y al igual que él, rompió en llanto desconsoladamente. 

—Si tenemos que ir juntos hasta el fin del mundo para poder liberarte, lo haremos. —dijo la mujer —grábate esa palabra en tu cabeza, Athan. ¡Juntos! 

Athan no cesaba de llorar, y la chelista lo miraba a los ojos. Aquellos que, finalmente, podía ver desde hace unos días sin correr riesgo alguno. 

Cuando ambos se calmaron, pensaron en huir, pero sin un transporte sería imposible llegar a donde Athan tenía pensado ir. De todas maneras, si hubiese seguido a bordo del cacharro, podrían quedar varados en medio de la nada a mitad de la noche. 

A pesar de que el suspenso dominaba a los fugitivos, decidieron pasar el día en la cabaña. Esperaron al anochecer y a eso de las ocho salieron alejándose de la cabaña para evitar ser vistos o bien, escuchados. 

Himalia tocó el violín una vez más, esta vez optimista en su totalidad pues ya faltaban pocos días para romper el hechizo de plata y finalmente conocer el rostro su condenado amigo. 

El dato de aquella noche era algo que adoraran bastante, como su “cosa favorita”, en pocas palabras. 

Athan le comentó a Himalia que los pinceles eran lo que más le atraía, mientras que Himalia le comentó que ella adoraba las rosas. 

Ante aquel dato, Athan sonrió, pues antes le había regalado rosas sin saber que Himalia las adoraba más que nada. 

Rápidamente, entraron a la cabaña pensando en qué comer. El estómago de Athan rechinaba y esto provocaba que Himalia riera a carcajadas, hasta que, en un momento de silencio el turno era para el estómago de la chelista. 

—¿Te reirás de ti misma ahora? —preguntó Athan sin poder respirar por la risa mientras la chelista lo miraba un poco sonrojada. 

—Me temo que pasaremos la noche sin comer, este es el precio que debemos pagar, pero créeme que valdrá la pena. —manifestó la mujer. 

Allí permanecieron durante toda la noche, cada uno en un cuarto distinto, hambrientos, preocupados y desesperados por acabar con todo aquello que les carcomía la poca estabilidad mental que tenían en el momento.

 



#9291 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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