Himalia: Melodías para la luna

29 de abril

—¡Athan! ¡Athan! —llamaba Himalia —¡Despierta! 

Athan seguía dormido, completamente cubierto por una enorme manta de color rojo escarlata para evitar que durante la noche Himalia pudiera verlo. 

—¿Pasó algo? —preguntó el hechizado un poco adormitado. 

—Tenemos que seguir caminando antes de que nos encuentren. —advirtió la mujer —Ya casi salimos de ésta, mi querido Athan. ¡Debemos resistir un poco más!

Athan se levantó y envolvió la manta para guardarla en la mochila. —Esto es un desastre, no era así como quería que terminara. —se quejó. 

A lo que Himalia respondió —Ni yo. 

Ambos siguieron su curso en un desesperado intento por salir del lugar. Todavía podían escuchar voces provenir de lo lejos, entre los árboles. 

De pronto alguien dio aviso de la ubicación de los fugitivos, afortunadamente cuando el resto del tropel quiso llegar, Athan y su compañera escaparon. 

—¡Corre Himalia, corre! —decía Athan al ver que la delicada chelista estaba agotada y débil. 

—Hago lo que puedo, no soporto correr en estas condiciones. No hemos comido nada. —respondió Himalia agitada por la falta de aire. 

Ambos tomaron un largo sendero entre la maleza y siguieron corriendo hasta sentirse seguros. 

—¿Cuál es el problema de esas personas? ¿Enloquecieron? —cuestionó Athan 

A lo que Himalia respondió —son los débiles mentales del pueblo, creen lo primero que ven o escuchan. —sonrió —créeme, si mañana les dijera que se acaba el mundo, se vuelven locos. 

—¡Dios! —exclamó Athan y luego reaccionó tomando salvajemente a Himalia, y se ocultaron detrás de un arbusto, pues varios sujetos caminaban cerca —silencio, alguien viene —susurró. 

Los sujetos siguieron corriendo en busca de los fugitivos mientras estos permanecían ocultos en aquel arbusto. En simultánea, Erastos y los demás caminaban lentamente esquivando a cualquiera del grupo de Lizandro. 

El padre de Himalia comenzaba a desesperarse por encontrar a su hija, sabía que estaba asustada y tenía un mal presentimiento. 

El pequeño grupo del señor Demopoulos pasó cerca del lugar en donde los cazadores (si así se les puede llamar), pasaron la noche. Allí dejaron algunas herramientas como tridentes y escopetas. 

Leónidas no dudó en tomar algunas cosas —esto nos servirá en caso de emergencia. Les sugiero que tomen lo que puedan, no sabemos a qué o quiénes nos vamos a enfrentar. 

Los demás, sin oponerse tomaron armas y municiones. 

—¿Qué clase de irresponsable olvida esto en un campamento si va a sumergirse en un bosque para cazar a un asesino? —preguntó Erastos. 

—Alguien con nula capacidad intelectual. —respondió Leo —Solo un ejército de subnormales hace algo así. Pero no podemos esperar más de un grupo de asnos que siguen a Lizandro porque creen en sus mentiras. 

 

Los hombres siguieron caminando hasta perderse entre los árboles. Horas después, el grupo de Lizandro regresó a su lugar de descanso. 

—¡Robaron nuestras cosas! —advirtió uno de los integrantes. —faltan armas y municiones. 

—¡Mi linterna no está! —gritó otro. 

Lizandro habló con firmeza —¡Tengan cuidado! ¡Están cerca de nosotros! 

A eso de las ocho, Himalia y Athan seguían sin comer. Y a pesar de la debilidad de la chelista, la joven de cabellera rubia platinada se dispuso a cumplir con su parte. 

—¿No escucharán el sonido del violín? —preguntó Athan preocupado. 

—Supongo, pero tenemos que terminar con esto. —contestó Himalia con determinación. 

Allí comenzó a tocar. En medio de la melodía, una vez más el joven Athan sentía como parte del hechizo se había ido. A pesar de ello, no podía revelar su rostro a Himalia hasta la noche siguiente. 

Para concluir con el ritual, Athan le comentó el dato de aquella noche del veintinueve de abril. El color favorito del ermitaño hechizado era el amarillo, mientras que el de Himalia era el negro. 

Al terminar, Himalia guardó el violín.

—Mañana serás libre, Athan. Nada impedirá que este hechizo de plata que te condena se rompa. Y esos sujetos no serán la excepción. 

Athan lloraba y no dejaba de agradecerle a Himalia por su compromiso. 

—¡A dormir! —ordenó la chelista —tú descansa, yo cuidaré un rato. 

—¿Te parece si nos turnamos? Así podremos descansar los dos. 

Himalia aceptó, no podría pasar toda la noche despierta y menos sin haber comido durante todo el día. La ventaja es que ya no era peligroso para Athan ocultarse por la noche después de la melodía como lo hacía anteriormente, pues esa parte del hechizo ya se había acabado.

 



#9290 en Fantasía

En el texto hay: amor, amistad, hechizo

Editado: 10.09.2022

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