El reloj en forma de foca de mi habitación marca las 7:00 A.M. Estiro mi mano para poder apagar el ruido molesto que emite.
“Hoy es el gran día, hoy por fin, después de tanto tiempo de estarlo soñando, hoy entro a la preparatoria de artes.”
Así es, mi sueño está a punto de cumplirse. Por fin, mi voz será escuchada en algún lado del mundo. Me siento en mi cama color rosa con muchos peluches por un momento, para después levantarme y dirigirme a mi ropero color café, donde está colgado mi nuevo uniforme completamente azul con las siglas P.A.M. en la parte izquierda.
“Aún no lo puedo creer, después de tanto tiempo soñándolo y después de tanto esfuerzo que hice por entrar.”
Procedo a bajarlo como si fuera lo más sagrado. Lo toco; su tela se siente de la más fina calidad, igualmente sus bordados, y por fijarme tanto en tocarlo, no escucho que la puerta de mi habitación se abre.
“Hiru, ¿qué tanto haces, hija? Vas a llegar tarde a tu primer día, ya son las 7:30 y ni tu hermoso pelo color blanco te has arreglado” —dice mi madre mientras se acerca a mí.
“Es que no puedo creerlo, mamá. Luché mucho para poder entrar y hoy no lo puedo creer.”
“Yo lo sé, hija, pero esto es solo el inicio. Yo sé que lograrás todo lo que te propongas de hoy en adelante, y más porque papá y mamá te apoyarán en todo lo que nos sea posible.”
“Gracias, mamá. Son los mejores.”
“Es lo que haría cualquier mamá y papá por su querida hija. Aun así, espero te guste tu nueva escuela y recuerda que siempre puedes volver a casa… y apúrate, que papá ya metió todas las maletas al carro.”
“Papá sí que es rápido, ha, ha, ha…”
“Pero es el que más va a sufrir por la partida de su querida hija.”
“Solo me voy a perseguir mis sueños, mamá.”
“Lo sé, lo sé, así que da lo mejor de ti en tu nueva preparatoria.”
“Gracias, mamá.”
Me apuro en cambiarme mientras canto una canción famosa y bajo las escaleras de la casa para llegar a la cocina, donde veo que hay un jugo de naranja y un pan en la mesa. Lo desayuno rápidamente y me dirijo a la salida, donde veo un coche blanco. Es el de papá.
“Hiru, ¿ya estás despierta, hija? Ya vámonos, que se nos hace tarde para la ceremonia de entrada.”
Abrazo a mamá, que está a mi lado
“Ya me voy, mamá”
“Cuídate mucho, hija”
Me subo al coche blanco. Papá arranca, y solo puedo ver cómo mamá se pierde a la lejanía con ojos llorosos. Yo tampoco puedo contener unas lágrimas.
“Nunca creímos que este día llegaría, hija, pero supongo que todos los pájaros tienen que volar algún día del nido.”
“No me pongas más sentimental, papá.”
“Lo siento, lo siento, hija. Solo quiero que tengamos una última plática como se debe.”
“No será la última vez, papá.”
“Lo sé, pero sí la última vez que hablaré contigo en persona, hija. Estarás muy ocupada con tu escuela y tu nueva vida… y luego, si consigues novio…”
Papá, por alguna razón, se pone a sollozar como niño pequeño al mencionar esos temas. Sus lentes se empapan un poco. La verdad, creo que está exagerando un poquito… y mientras hablamos, mis nervios se comienzan a hacer presentes. Ni los árboles que pasan junto al camino ni las casas de colores logran calmar mis nervios, más porque ya se alcanza a ver la preparatoria color beige, con muchos árboles de sakura a su alrededor. Pasaron casi 3 horas de viaje.
“Llegamos.”
“Así es, papá.”
Procedo a bajarme del coche de papá y a dirigirme a la cajuela para bajar mis maletas.
“¿Puedes con ellas o te ayudo hasta la zona residencial?”
“Metí justo lo necesario para que no pese nada, papá.”
“Ya veo.”
“Creo que es momento de que me vaya. Papá” — suspiro “cuida bien a mamá y espera grandes noticias de tu hija.”
“Eso haré y tú no te olvides de tus queridos padres y, lo más importante, hija, nunca te rindas por más difícil que parezca el camino que estás cruzando.”
Nos dimos un último abrazo y me fui. Papá también desaparecía a lo lejos. Mis pasos se sentían pesados, ya que ahora me encuentro sola en esta preparatoria. Mi sueño está aquí, pero mi familia no, y lo siento.
“No, no, concéntrate, Hiru. Llegué hasta aquí para cumplir mi sueño, ya no hay marcha atrás.”
Veo un edificio con habitaciones y me dirijo para allá. Subo al elevador que me deja en el tercer piso y abro la puerta de la habitación número 24. En la entrada: globos, guitarras y música, mi lugar ideal.
“¡Qué emoción, habrá mucha gente con quien hablar de mis gustos, no puedo esperar!”
Mi corazón late con fuerza, ¿nervios o no puedo contener la emoción? No lo sé.