Histeria, 13 narraciones de terror

La casa de adobe

Nunca me consideré el hombre más valiente del mundo, ni el más cobarde, en mi vida son muy pocas las situaciones que me hicieron temblar las piernas y ninguna de ella se acerca a lo que viví un verano en esa vieja casa de adobe.

Mi nombre es Gustavo, vivo en la ciudad de Crespo, provincia de Entre Ríos, con mi esposa Carla y mi pequeña hija de dos años, Emilia. Soy ingeniero eléctrico y me especializo en instalaciones de gran envergadura.

Este año recibí un llamado de la empresa distribuidora de la provincia de La Rioja, para realizar un tendido eléctrico de media tensión entre la ciudad capital y una pequeña localidad turística llamada Villa Unión. El trabajo en sí no era muy grande pero el terreno lo complicaba mucho. Haciendo cálculos brutos, la obra demoraría unos seis meses. Concluí con mi esposa que viajaría yo solo, y alquilaría una casa durante mi estadía fuera de mi hogar. Por su trabajo de maestra, Carla no podía acompañarme, fue una decisión difícil dejar a mi familia y sobre todo a mi pequeña hija por tanto tiempo, pero el proyecto era desafiante y la paga era realmente muy buena.

Cuando llegué a La Rioja, me dirigí a la capital para ultimar los detalles con los CEO de la empresa eléctrica antes de partir al oeste de la provincia. El viaje desde allí hasta la ciudad de Villa Unión no era muy largo, a lo sumo debía tardar unas cuatro horas, pero me demoré casi siete, constantemente me detenía para apreciar el imponente paisaje de las formaciones montañosas, los colores que cambiaban según el ángulo del sol, las nevadas cumbres a la distancia. Había algo mágico en el ambiente, algo que te hacía sentir que estabas ante un lugar ancestral y perpetuo, me sentía insignificante ante tanta magnitud y belleza. Yo, que crecí en el corazón de la pampa húmeda argentina, donde el horizonte es solo una línea recta y por muchos años de mi vida solo imaginé cómo eran las montañas, podía pasar horas solo viéndolas.

Al llegar a Villa Unión, lo primero que observé fueron las edificaciones, era una mezcla de edificios modernos destinados a hospedajes, con hogares comunes que parecían viejos y algunos hasta muy antiguos; la arquitectura era muy diferente al lugar donde crecí. Supuse que se debía a que esta era una zona sísmica. Lamentablemente no tuve tiempo de buscar una casa para alquilar, así que los primeros días me hospedé en un lujoso hotel, por suerte todo corría por cuenta de la empresa que me contrató.

La primera semana me dediqué a tener listos todos los detalles para la instalación de las torres eléctricas. Luego del trabajo, buscaba alguna casa para alquilar, pero era difícil ya que todos alquilaban por día. Por suerte encontré una vivienda cuya dueña aceptó rentarla por los seis meses que necesitaba. Era un verdadero encanto para mí, tal vez la estructura más antigua que vi en esa ciudad y quizás también de toda mi vida. Estaba construida con ladrillos de adobe, el techo era de cañizo con grandes vigas de madera, tenía varias habitaciones, un gran comedor central, y un largo pasillo que llevaba al baño y al patio trasero, el cual estaba bastante descuidado. Al entrar lo primero que uno notaba era su frescura, a pesar de que el verano estaba cerca y el calor se hacía sentir en esa zona, aquí dentro era extrañamente fresco, hasta podría decir que era frío. Al pasear entre sus muros uno viajaba en el tiempo más de cien años al pasado. Estaba enamorado de la casa. Lo que sí me llamó la atención era su bajo precio, la dueña comentó que le era difícil alquilarla, los inquilinos anteriores se fueron a las pocas semanas y era algo que ocurría con frecuencia. Ella no mencionó nada extraño sobre el lugar, excepto que podía haber muchas arañas y lagartijas debido al clima y la cercanía al campo, aunque no me sorprendía por el estado del patio trasero.

Estaba muy cómodo con la casa y se lo decía todos los días a Carla cuando hablábamos por teléfono en las noches, y jamás me olvidaba de preguntar por mi bella Emilia. Estar lejos de ella era lo único que me tenía disconforme, pero lo demás marchaba bien, sobre todo la obra. A pocas semanas de iniciar ya estábamos adelantando días, el ritmo de trabajo era bueno y no habían surgido imprevistos de ninguna índole.

Al cabo de una semana comencé a tener el sueño intranquilo, me despertaba varias veces por noche, y cuando prendía la luz del dormitorio me encontraba con enormes arañas negras caminando por el suelo de la habitación. Eran espeluznantes, del tamaño de un puño y el cuerpo cubierto de pelos, se movían rápidamente entre los muebles y al encender la luz, corrían a ocultarse. Tuve que comprar un veneno muy potente, aplicarlo antes de irme al trabajo para que actuara por varias horas. Al regresar a casa tenía que ponerme a juntar los cadáveres; también tuve que hacer que limpien el patio trasero, supuse que de allí provenían esos animalitos. A veces soñaba con ellas y asocié que por eso no dormía tranquilamente. A los pocos días dejaron de aparecer, pero aún seguía despertando por las noches, esta vez por escuchar ruidos que provenían del pasillo que llevaba al baño. No les di mucha importancia, era una casa muy vieja y como ingeniero sabía que la amplitud térmica de la zona haría dilatar las paredes y eso generaba esos sonidos.

En el transcurso de dos meses, la obra iba bien a pesar del calor infernal que castigaba a los obreros, pero distinto era mi estado. Realmente no dormía bien, me levantaba varias veces por noche, y en mi mente durmiente concebía horrendos sueños que me hacían despertar transpirando frío. En la mayoría de ellos estaba presente mi familia, sobre todo Emilia. La soñaba siempre en peligro, sufriendo o llorando. Tener esas horribles imágenes en mi mente me mantenían espabilado, y los extraños ruidos provenientes del pasillo provocaban que me levantara a revisar la casa entera, pero en cuanto encendía la luz, los sonidos cesaban, algo que me molestaba y me sacaba de quicio. Comencé a beber para calmar mis nervios y así poder conciliar el sueño otra vez. La falta de descanso comenzó a afectarme en el día, varias veces llegaba tarde al lugar de trabajo y me costaba concentrarme, al punto de dar malas indicaciones y ser corregidos por los jefes de las cuadrillas. Un ingeniero no puede equivocarse tanto, pierde credibilidad.




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