Histeria, 13 narraciones de terror

Sombras

Hacía ya muchos años que no me pasaba lo de tener visiones. De un momento a otro volvieron a acompañarme pequeñas figuras oscuras que se mueven a mi alrededor, que solo veo con mi vista periférica. Saltan, brincan y se esconden en cuanto intento enfocarlas. Es molesto... en verdad molesto. A veces pienso que solo están aquí para atormentarme.

Cuando era niño, me parecía algo normal el ver figuras sombrías moviéndose y escondiéndose de mí, o al menos la mayoría de ellas lo hacía, salvo algunos casos en que siluetas bien definidas de personas totalmente oscuras, huecas, de un negro tal que parecían absorber toda la luz que les rodeaba. Se quedaban allí, paradas, quizás observándome, y digo “quizás” porque jamás vi que tuvieran ojos tan siquiera. Nunca entendí por qué los veía. Siempre que se lo planteaba a algún familiar mayor, solo se reía de mí y me decía que estaba loco o que dejara de hablar estupideces. Ahora que lo pienso, era entendible que se burlaran de un niño de cuatro o cinco años imaginando monstruos, sombras o lo que fuesen. Era algo difícil de creer, pero seguían allí…

Con el tiempo ya no les temía. Eran habituales en mí día a día y jamás me habían hecho daño alguno, así que empecé a ignorarlas. Con el pasar de los años se hicieron menos frecuentes y yo ya no hablaba de ello, porque nadie me tomaba en serio. La última vez que me pasó, si mal no recuerdo, tenía alrededor de diez años. Era una muy calurosa noche tucumana, de eso estoy muy seguro.

Me levanté porque no podía dormir por el calor, así que fui al baño a lavarme la transpiración de la cara y refrescarme un poco. El baño de casa estaba justo frente a la puerta de mi habitación, cruzando un ancho pasillo de casi cuatro metros. Al final de este corredor estaba una puerta con vidrios amarillos que daba al patio, y la luz que entraba por allí era teñida de color ámbar.

Antes del baño se encontraba el cuarto de limpieza, y justo allí estaba una figura oscura parada en el umbral. La luz ámbar iluminaba todo… todo excepto aquella silueta.

Cuando la vi, me sorprendí y dudé por un instante seguir caminando, pero luego, los recuerdos me invadieron. Era un evento familiar para mí. No debía temer. Nunca me hicieron nada, así que solo lo ignoré y seguí mi camino. La mayoría de las sombras(así les llamaba) desaparecían en cuanto advertía de su presencia. Pero cuando estaba por abrir la puerta del baño, miré de reojo la puerta de ese cuarto y, para mi sorpresa, la figura seguía allí. Un escalofrío recorrió mi espalda, me apresuré a entrar al baño y cerrar rápidamente la puerta tras de mí.

Quedé algo nervioso, pero proseguí con lo que venía a hacer. Abrí el agua fría del lavamanos y puse el tapón para que se llenara mientras yo lavaba de mi cara el sudor. Cuando se llenó, cerré el flujo y sumergí mi rostro. La sensación era muy gratificante en esa acalorada noche, de tal forma que hizo que olvidara por un momento lo sucedido hace minutos en el pasillo. Cuando ya no podía aguantar más la respiración, saqué mi cabeza y dí una gran inhalación de aire. Me encontraba mucho más fresco y sentía cómo las gotas heladas recorrían mis facciones hasta el mentón para luego caer al lavabo de nuevo. Sequé mi cara y me vi al espejo por última vez antes de volver a mi habitación a intentar dormir en mi cama, húmeda de tanto transpirar.

Salí del baño sin pensar en aquella sombra, y cuando puse un pie en el pasillo, noté con mi vista periférica que ella también puso un pie en el pasillo. Volteé para mirar y seguía allí, en el umbral de la puerta de limpieza, la misma figura oscura que vi al salir de mi habitación; solo que esta vez tenía un pie fuera. Al tenerla tan cerca me paralicé y otra vez ese escalofrío recorrió mi espalda. No lo entendía ¿Por qué se mueve? ¡Nunca antes me pasó! Di otro paso en dirección al medio del corredor. La sombra me imitó el movimiento y el miedo se apoderó de mí.

La sombra estaba frente a mí, a poco más de un metro de distancia en medio del pasillo. La luz ámbar que entraba por el vidrio de la puerta parecía ser absorbida por la figura. Noté que no proyectaba una sombra propia. Sin dar crédito a lo que mis ojos veían, comencé a retroceder, pero ya no hubo imitación. La figura comenzó a avanzar hacia mí. Salí corriendo despavorido hacia el gran comedor que tenía la casa, di vuelta alrededor de la mesa y volví hacia el ancho pasaje. Ya no veía el ser oscuro detrás de mí, pero algo me decía que me seguía. Corrí hasta mi habitación y cuando entré... lo vi.

Estaba parada allí, en medio de mi pieza, esa lúgubre y hueca figura. Me detuve en seco y solo pude propiciar un débil gemido de lo asustado e incrédulo que me encontraba. La silueta se volvió a abalanzar sobre mí, y sin dudar un momento corrí gritando por la galería en dirección al comedor, mirando sobre mi hombro, y esta vez sí lo vi, siguiéndome, acercándose, absorbiendo la luz ámbar tras de sí. Sin darme cuenta me llevé por delante la mesa, volteando algunas sillas. Caí al piso, miré atrás y estaba allí: ese ser oscuro, parado, vigilando. Sorprendentemente, poco a poco esa figura comenzó a desvanecerse...

Escuché el ruido de una puerta que se abría. Era mi papá que despertó por el ruido del caer de las sillas. Desesperado y con temor, fue al comedor temiendo que fuera un ladrón. Al llegar, solo me encontró a mí en el suelo, llorando a gritos, con la mirada dirigida al ancho pasillo de la casa. La sombra ya no estaba, pero el temor persistía en mi corazón. Me cargó y me llevó a su habitación hasta que me calmé y me dormí.

Según las palabras de mi padre, yo estaba en el suelo, temblando, con la mirada fija y desorbitada, balbuceando palabras incomprensibles, mientras él me preguntaba qué era lo que me había pasado. Pero era tal el miedo que tenía que no podía coordinar ni una sola oración.




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