¿Qué puede llevar a un hombre a perder la cordura? ¿A cometer los más atroces actos de violencia? ¿A no tener ninguna consideración por la vida humana? ¿Ni el más pequeño remordimiento de los horrores perpetrados por su persona?
A veces solo se necesita tener un mal día o una racha de mala suerte para hacer que un hombre pierda la norma de lo socialmente aceptable, un evento traumático o una tortura constante, solo basta el evento indicado en el momento indicado para que todo encaje y una persona cometa uno de los crímenes más repugnantes y violentos que se tenga registro. Un alma que cae en desgracia por su propia arrogancia y entonces los horrores más infames pueden volverse realidad.
Eso es justamente lo que ocurrió con Henry Cutt, un hombre de treinta y cinco años oriundo del pequeño pueblo rural de Winmet, un lugar donde residían alrededor de cinco mil ochocientas personas, casi todas de familias de tradiciones muy fuertes; al ser un pueblo tan pequeño prácticamente todo el mundo se conocía, y era un lugar muy tranquilo para vivir. La delincuencia y los crímenes eran cosas inexistentes en el poblado.
De entre todas las familias del poblado, la familia Cutt era la más adinerada y Henry era su único hijo. Desde pequeño, al tener todo de la forma fácil, Henry creció con la idea que el mundo le pertenecía, era prepotente, caprichoso, y haciendo uso de su dinero pensaba que podía resolver todos sus problemas. Siempre estaba rodeado de ‘’amigos’’ principalmente atraídos por su buen pasar económico, quien no dudaba en pagarles cosas con tal de sentir que tenía amigos de verdad.
Durante su infancia y adolescencia en la escuela, se hizo conocido por ser el personaje abusivo. Molestaba y humillaba a cualquiera, no solo a sus compañeros sino también a los maestros, y lo que más disfrutaba era golpear a los más débiles. Sus actos jamás tuvieron consecuencias por pertenecer a la familia más pudiente de Winmet, que tenía gran influencia en todos los estratos de la sociedad. Acosaba constantemente a las mujeres que le atraían, haciéndoles pasar momentos sumamente desagradables en público.
Henry nunca tuvo éxito con las mujeres, su aspecto era desagradable, tenía una boca ancha y labios gruesos, su macabra sonrisa mostraba enormes y amarillentos dientes manchados de sarro, evidencia de una clara falta de higiene, piel grasosa y sus ojos eran grandes, de colores azules intensos y extrañamente saltones, pero intentaba conquistarlas con su abultada billetera y el renombre de su familia. Por todas estas cosas, era despreciado y hasta odiado por sus compañeros, y más adelante por casi toda la población de Winmet.
Cuando Henry tenía apenas veinte años, tuvo lo que él llamaba su “golpe de suerte”: sus padres murieron en un accidente aéreo y, al ser el único hijo, heredó todos los bienes y capital de la familia Cutt. Hablaba de suerte porque su padre no le daba la libertad que él decía merecer, y ahora que ellos no estaban tenía total independencia, lo que él siempre quiso, además de toda una fortuna a su disposición, creyendo que ésta iba a durar toda su vida.
En los años subsiguientes se encargó de restregarle a todos en el poblado su acaudalada posición con autos lujosos, viajes y fiestas ostentosas, donde la moral era dejada de lado, a las cuales sus fieles amigos asistían. Hacía caso omiso al administrador que había trabajado con la familia durante décadas, que intentaba convencerlo de no dilapidar el dinero, al cual despidió porque lo fastidiaba. No tardó mucho en descuidar el negocio ganadero que tanta rentabilidad le había dado a los Cutt y este se vino a pique. Fiel a su arrogancia, nunca admitió estar equivocado, culpaba a los vecinos por su mal pasar, hasta llegó a acusarlos de envenenar a sus animales solo por envidia, cuando en realidad era un mal manejo veterinario.
En poco más de seis años la fortuna heredada se fue agotando y la empresa familiar estaba quebrada por el despilfarro del capital. Para mantener su imagen, Henry comenzó a vender los bienes y propiedades que la familia fue adquiriendo durante cuatro generaciones.
La gente de Winmet ya comenzaba a hablar de la debacle del heredero Cutt, comentaban sobre sus excesos y su extravagante estilo de vida, algunos con alegría, ya que lo detestaban, mientras otros lo hacían con lástima y tristeza, porque a diferencia de Henry, su padre y abuelo fueron miembros respetados y los ciudadanos mayores los recordaban con cariño. Las personas contemporáneas a él, y más aún los que convivieron en la escuela y sufrieron sus atropellos, estaban gozosos de que esté prontamente a pagar todas las atrocidades que cometió en el pasado y que aún seguía haciendo, aunque en menor medida ya que no tenía la misma influencia y muchos de los pobladores lo ignoraban y evitaban cruzarse tan siquiera con él.
En poco tiempo los bienes se fueron liquidando y ya no tenía más que vender. No se le ocurrió mejor cosa que una noche entrar al predio ganadero de su vecino, el señor Baker, que se había convertido en el nuevo gran terrateniente del poblado de Winmet, adquiriendo todo lo que Henry vendía. Invadió sus terrenos y robó un par de decenas de animales, los que trató de vender clandestinamente. Intentó timar a su comprador pero fue descubierto, y éste, en venganza, logró correr la noticia de que el joven Cutt los obtuvo ilegalmente. Esto no demoró en llegar a los oídos del señor Baker, quien inmediatamente realizó un recuento de sus animales, y notó que efectivamente faltaban cerca de cuarenta. También encontró pruebas y huellas del camión con el cual se efectuó el hurto. No tuvo más remedio que demandar a su vecino Henry Cutt por el robo de su ganado. Luego de una investigación más exhaustiva y el juicio correspondiente, la justicia encontró culpable a Henry, quien fue sentenciado a pasar ocho años en prisión. Sin la influencia de su padre ni tampoco el dinero para pagar una fianza, debió cumplir toda la condena.