Tantas veces he visto que la gente mata por tan poco: un teléfono, una cartera, unos cuantos billetes. Hacerlo por venganza es distinto, por la reciprocidad del dolor sufrido, planearlo durante incontables noches, ejecutarlo a la perfección y salir airoso…
Es un arte. Es… excitante.
En ocasiones puedo volver a sentir el olor de la sangre bajo mis uñas. Paso horas enteras recostado en mi sillón oliendo mis manos, recordando su estúpida y miserable expresión pidiendo clemencia. No puedo evitar sonreír.
Pero hay algo que no puedo revivir en mis memorias: los sentimientos. Si bien hay un vago recuerdo de ellos, no puedo sentirlos con tal intensidad. La adrenalina, el placer, el miedo y otros tantos, mezclados en un solo instante; desatados por el sonido del hacha y el calor de la sangre en mi rostro. Extraño eso…
En ocasiones, hasta pienso en revivirlas, pero tengo miedo de que se vuelva algo incontrolable. Como una droga, que cada vez me genere menos de eso que quiero sentir, y deba consumir cada vez más para tener el efecto que deseo.
Al menos una vez a la semana me doy una vuelta por el lugar donde lo oculté y echo un vistazo, me aseguro que todo esté como lo dejé. Es gracioso, pero es cierto, el asesino siempre vuelve a la escena del crimen.
Hasta ahora no lo encontraron…
Hasta ahora es un crimen perfecto.
¿Pero hasta cuándo? Es difícil vivir con algo así en la conciencia. No hay noche que no reviva esos momentos en mi cabeza antes de dormir. Además, tener que estar haciendo buena letra ante todos, todo el tiempo, para no levantar sospechas. Es molesto pero uno se va acostumbrando y se vuelve un estilo de vida.
Siempre que veo un oficial de la ley o las luces de una patrulla a la distancia, se me hace un nudo en el estómago, se me acelera el corazón y cambio de rumbo; o si estoy en mi casa y escucho el sonido de las sirenas, entro en pánico, camino desesperado por la casa y observo por la ventana si la policía está afuera. No puedo evitar pensar que vienen por mí. Solo cuando escucho que se alejan, mi cuerpo y mi mente vuelven a la normalidad.
No quiero seguir viviendo con ese temor, pero también, quiero volver a sentir todo de nuevo. Es todo un dilema.