—¿A qué club piensas unirte?
Merlín caminaba a mi lado con destino a la salida. Las clases habían acabado y ya empezaba a oscurecer.
No había pensado en eso hasta ahora.
Formar parte de un club en el instituto no era obligatorio, pero a pesar de esto, todos debían estar en uno. Era una contradicción.
—¿Tú a cuál piensas unirte?—devolví la pregunta.
Ella se limitó a elevar su mirada al cielo, con una expresión pensativa—No tengo ni la más mínima idea.
Parece que compartimos la misma neurona en este asunto también.
—Mañana será el reclutamiento de parte de los clubes, podemos decidirlo entonces—añadió ella.
¿Hmm?
Nos detuvimos al ver que había algo frenando la salida a los estudiantes en la puerta.
Los estudiantes del Consejo.
Cuando nos acercamos vimos que no estaban dejando salir a nadie hasta que les entregaban un folleto y los hacían firmar algo en una lista.
Era mi momento de brillar. Perdóname Merlín.
Contuve la respiración y me adentré en la multitud mientras esquivaba a los demás estudiantes, sin tocarlos ni chocar contra ellos.
Pasar por desapercibido era algo en lo que yo era un profesional. Podía hacer que la gente ni siquiera notase que yo estaba allí.
Merlín quedó boquiabierta al verme salir por la puerta antes que todos los demás.
Ella tuvo que esperar unos diez minutos hasta que finalmente cruzó la puerta también.
Lo primero que hizo al verme fue darme un buen golpe en el brazo—¿Por qué me dejaste atrás?—dijo ella mientras hacía un puchero.
Yo me encogí de hombros y en cambio, le pedí que me explicara qué era lo que estaban haciendo allí atrás.
—Ehh, quieren cambiar el código de vestimenta del instituto a algo más... conservador, según ellos, y una vez que nos explicaron cuales eran esos cambios nos hicieron firmar para dar cuenta de que habíamos recibido la información.
Con que así es como planean hacer las cosas, eh.
—No firmaste eso, ¿O si?
Ella me devolvió una mirada de confusión.
—En realidad no están recogiendo firmas de notificación—le expliqué—porque al firmar algo así, sin negarse u oponerse, es lo mismo que estar de acuerdo.
Era una estrategia sucia, pero que funcionaba con los estudiantes cansados que solo querían regresar rápido a casa y que en realidad no veían más allá de lo que tenían en frente.
—¿Pueden hacer eso? ¿Cambiar algo así?—preguntó ella.
Sin las firmas, por supuesto que no.
—Me temo que una vez que la directiva vea esas firmas, no hay marcha atrás.
Merlín se veía genuinamente preocupada.
—Oigan, ustedes dos.
Una voz que venía justo de arriba nuestra interrumpió la conversación, y ambos nos volvimos en esa dirección.
Subido a unas escaleras, había un estudiante de segundo año con pintura manchando su rostro y algunas partes de su uniforme.
Era extraño ver a alguien así de alto subido casi al tope de la escalera.
Si tuviese que describirlo, diría que se parece a Brendan Fraser de la momía, pero con 17 años.
Bueno, en realidad solo era su corte de cabello el que era parecido al de la película, por demás cosas, sus ojos eran negros y se mostraba bastante confiado al hablarnos.
Tenía una paleta de colores en una mano y en la otra sostenía un pincel. Debajo de las escaleras había papel y latas de pintura.
Entonces contuve la respiración cuando me di cuenta que estaba trabajando en el mural de la pared exterior del instituto.
Esas paredes eran como de cuatro metros de altura y la manzana del instituto era considerablemente grande.
—Eh, ¿si?—le preguntó Merlín.
—¿Pueden tomarme una foto mientras estoy aquí arriba pintando?—buscó en sus bolsillos y sacó de ellos una cámara pequeña.
Me acerqué a la escalera y la atrapé.
Automáticamente volvió a su tarea de pintar el mural, y en otro caso quizá resultara antinatural tratar de parecer natural en una foto, pero por algún motivo, con él no sucedió esto.
Pero...
—No tienes espacio—le dije al tratar de tomar la primera foto.
Su cara de tragedia me dió lástima incluso a mí.
A la final resolvimos tomándole fotos con nuestros móviles y quedando en enviárselas a su número más tarde.
Buena suerte, pintor.
—Me sorprende que no te negaras a participar en el baile de la feria cultural—dijo ella mientras íbamos de camino a casa.
Oh, eso... Ya lo había olvidado.
Más temprano ese mismo día los profesores habían hecho una reunión con los alumnos para empezar a organizar la semana de feria cultural, y una de las profesoras se había empeñado en que yo participara junto a otros cuatro. Merlín también había caído en el bingo.
—Bueno... supongo que quiero probar cosas nuevas también.
Ella se detuvo de golpe, y me miró con el típico rostro de una madre orgullosa que parecía decir "Crecen tan rápido..."
—¿Sabes bailar?—preguntó.
—Tengo la gracia para bailar de un pescado agonizando en la arena.
Eso le sacó una buena risotada a Merlín.
—Qué le vamos a hacer,—dijo ella repentinamente con un tono de superioridad—no tienes remedio. Yo seré tu instructora de baile.
—¿Tú si sabes bailar?—le devolví la pregunta.
Su aire de superioridad se desinfló como se desinfla un globo de aire. Con efecto de sonido incluido.
—Bueno... No, p-pero podemos aprender desde cero. ¿Tu crees que la gente va y simplemente sabe dar buenos besos solo porque si? No mi amigo, detrás de un buen beso hay muchos, muchos besos muy malos.
Merlín se iba sonrojando a medida que explicaba, en un intento fallido de darle lógica a sus palabras.
—¿Eso qué tiene que ver con bailar?—pregunté entretenido.
—P-Pues es muy obvio ¿no?—su vergüenza era tal que hasta su voz era temblorosa.
—No. No lo estoy comprendiendo. ¿Puedes elaborarlo más?
Giré mi rostro en otra dirección fingiendo estar distraído mientras trataba de contener la risa.