Las lecciones de baile concluyeron en que los pies de Merlín probablemente llegaron morados a la casa por la incalculable cantidad de veces que la pisé sin querer.
También fue algo incómodo. El baile consistía en dos partes, una danza en donde los movimientos son rápidos y abiertos, sin embargo, la segunda parte es mucho más cerrada y lenta.
Ya saben. Demasiado contacto físico.
Pero eso no importa. Hoy después del primer bloque, teníamos toda la tarde para ir explorando los stands de cada club.
Estas inscripciones en los clubes se celebraban usualmente cada seis meses, y así daban paso a que quienes quisieran salirse o probar en otros clubes, pudiesen hacerlo.
También era una oportunidad para los estudiantes nuevos, como Merlín, de unirse a un club.
Empezamos por el club de cocina, del cuál nos fuimos con unos bocadillos y una descarada frase de despedida a la altura de: si claro, vamos a dar una vuelta y volvemos (para luego nunca volver)
Había bastantes estudiantes en ese club, quizá debido a que su concepto de cocina estaba generalizado. Panadería, pasteleria, comida salada e incluso comida rápida eran las ramas en que se dividían, y todos compartían la cocina del salón.
Sin embargo, en el área deportiva, cada club tenía su espacio aparte: natación, tenis, atletismo, fútbol, béisbol, voleibol, básquetbol, etc.
Según mis cálculos, aproximadamente el 60% de los estudiantes estaban en algún club deportivo.
Luego había clubes menos concurridos también.
Por ejemplo, el club de juegos de mesa, botánica, pintura, lectura, e incluso el de música tenían entre uno o dos miembros.
Y algunos otros que quedaron clausurados por no tener miembros o por su nula aportación al instituto.
En el stand de pintura estaba el estudiante que vimos ayer pintando el mural.
—Gracias por haberme ayudado ayer con las fotos—dijo cuando nos reconoció al pasar.
Nolan era actualmente el único miembro del club de pintura, los otros se habían graduado el año pasado y por ende ya no estaban.
Se ofreció incluso a hacernos un retrato rápido como un gancho para reclutarnos en el club. Pero no quisimos elevar sus esperanzas para luego no unirnos...
—Está bien, está bien, no pasa nada, tomen, un pequeño detalle para ambos—nos dió un marcapáginas que decía "El arte no necesita ser bueno para ser valioso."
El siguiente fue el club de música.
En el stand había dos chicas, una de segundo y la otra de tercero. Cada vez que se reunía un buen número de estudiantes alrededor del stand, una de ellas tocaba el piano y la otra cantaba.
Quien más resaltaba era, aunque no por la música, la chica de segundo año que llevaba el cabello castaño corto. Si uno se fijaba bien, también podía notar cierta tristeza en su rostro.
Recibían una ronda de aplausos de quienes se detenían a observar cuando terminaban su pieza.
La chica de tercero insistía quizá demasiado a los demás estudiantes en que se unieran, así no supiesen cantar o tocar ningún instrumento. Eso solo agravaba la expresión de la chica de segundo.
Hmm.
Mientras nos apartabamos de allí, deduje que al estar en tercer año y con exámenes muy importantes de camino, quizá quería dedicarse a preparse y por ende no tendría mucho tiempo para el club, quizá por eso estaba tratando de que alguien se uniese antes de que ella se fuera.
Era una deducción muy floja y sin ningún sustento. Había otras posibilidades, una de ellas, más tarde probaría ser la correcta.
Continuamos caminando y pasando stands hasta que nos detuvimos en uno que llevaba por nombre "Botánica y Jardinería"
Había macetas con flores, suculentas y cactus adornando el lugar. Sinceramente me parecía de las mejores presentaciones que había visto hasta ahora, incluso más que el stand de música.
Había una sola chica de primero. Su cabello era negro rizado hasta los hombros y usaba lentes.
—Quizá en esta temporada de verano no sea muy atractiva la idea de trabajar en el jardín, pero es satisfactorio ver como un poco de cariño puede darle vida a un pequeño espacio de césped.
Detallando lo suficiente, se podía ver rastros de quemadura por el sol en sus brazos y rostro. Era alguien que de verdad amaba lo que hacía.
Pero... si no se unía nadie al club en estas inscripciones, sería cerrado y ella perdería el derecho a atender las plantas del colegio.
Yo...
Ser observador podía ser un don o una maldición, y para mi, estaba en el punto medio.
Ver y observar son dos cosas muy distintas. Cuando subes unas escaleras, puedes ver la distancia entre el lugar donde empiezan y en dónde terminan. Simplemente están allí existiendo.
Al observar, consciente o inconscientemente, cuentas el número de escaleras, te fijas en los detalles que nadie más ve. Un gesto. Una mirada. Un cambio ligero en el tono de voz. Una palabra. Todo cobra un significado distinto, abriendo así una puerta a infinitas posibilidades e interpretaciones.
Ver es como preparar café con filtro.
Observar es como inyectarte directamente la cafeína sin procesar.
Cómo se usa ese don es lo que marca la diferencia entre ser una buena persona o convertirse en un peligro para sociedad.
El siguiente club en el que nos detuvimos fue en el de juegos de mesa.
En el stand había tableros de ajedrez, damas, majong y shogi. Algunos trofeos también decoraban el lugar.
—¿Es familia tuya?—preguntó Merlín mientras que me indicaba al chico de primero que estaba en el stand.
Estaba despeinado. Con un par de ojeras apenas visibles detrás de sus lentes y una complexión quizá demasiado delgada.
Oh...
—No sé por qué lo dices—le respondí sarcásticamente.
La campaña de atracción del club constaba en que el chico apostaba una cantidad de dinero si alguien le lograba ganar en alguno de esos juegos de mesa.
Había una pequeña fila de estudiantes que estaban esperando para enfrentarse a él.