Historia #2: Heridas

A la orilla del mar I

Vacaciones de verano.

Solo escuchar la palabra verano, hace que quiera abrir un agujero en la tierra para esconderme ahí.

El calor que hacía durante estos meses era tan horrible que uno llegaba a pensar que realmente se iba a derretir o a chamuscar.

Cuando finalmente llegué a la puerta de mi casa, solté a un lado el ventilador que había comprado, y saqué la llave, pero al tratar de abrir, me di cuenta de que ya había alguien dentro.

Giré el pomo y empujé.

Merlín estaba sentada en el sillón de la sala echándose aire con un abanico de papel. Cuando vió el ventilador que traía, hizo la interpretación de un mimo celebrando de manera muy exagerada.

—¿Subiste ese ventilador al autobús?—parecía que a Merlín le hacía gracia la idea—podrían confundirlos o pensar que son familia.

El ventilador en cuestión, mientras no estaba encendido, parecía que apuntaba hacía el suelo, por lo que al verlo de lejos y usar la imaginación un poco, bien podría parecerse a alguien cabizbajo.

Una vez conectado, la sala empezó a refrescar muchísimo más. Merlín hizo a un lado su abanico y se plantó frente al ventilador, sin embargo, debido al calor (quiero suponer), ella estaba en shorts y franelilla, así que para afrontar esta situación irregular, recurrí a una vieja técnica de antaño que no usaba desde el período Heian: contar mentalmente los números impares.

Es un truco simple pero poderoso.

—¿Y bien?—pregunté mientras sacaba algo frío para beber de la nevera. Merlín no venía hasta mi casa solo para echarse aire frio en dias calurosos, siempre había algo más.

Merlín no apartó su rostro del ventilador.

—Supuse que pasarías tus vacaciones metido en casa—cosa en la que estaba en lo cierto—así que vine a invitarte a un increíble viaje de tres días a la playa junto con el club.

Yaaayn't.

No me malentiendan, la idea de ir a la playa con los chicos y chicas del club era interesante. Es solo que la idea de tener que hacer equipaje, dormir bajo un techo extraño, ir a la playa con tanta gente...

En vacaciones usualmente me tiraba en la cama todo el día con las luces apagadas, miraba al techo y cavilaba sobre la vida (en realidad me la pasaba leyendo y viendo anime más que nada)

—Antes de que te vayas a negar—dijo ella interrumpiendo mi tren de pensamientos—quiero aclarar que no es una invitación. No te estoy preguntando si quieres ir. Tienes que ir. Tenemos que ir ¿Entendido?—me miró por sobre el hombro con un solo ojo.

¿Ah, si? Pues antes iba a decir que si pero ahora voy a decir que no. Hmpf (aquí deben insertar un cruce de brazos y un puchero de clara molestia)

—Tenemos que salir en una hora aproximadamente—remató ella.

Escupí la bebida y empecé a toser.

—No, no, no. En definitiva no, no voy a...

Media hora más tarde, ya me había puesto al hombro la bolsa con la ropa que iba a llevar. No llevaba mucho en realidad, solo dos o tres camisetas y dos bermudas.

Siendo sincero, es toda la ropa que tenía, aparte del uniforme escolar.

¿Necesitaba más ropa? La pregunta me hizo reflexionar durante un rato hasta que Merlín salió del cuarto de baño y tomó una pequeña maleta que había ocultado en algún lugar.

—Muy bien, Ozzil, ¡En marcha!—me sorprendió verla tan emocionada. Yo diría que es la primera vez que la veía así.

—Vale, vale, pongámonos en marcha.

Salimos de la casa y luego de dejar asegurada la puerta, nos dirigimos a la autopista. En un principio creía que tomaríamos el autobús y haríamos algunas escalas, pero mientras nos acercabamos al lugar, vi a los miembros del club esperándonos junto a una camioneta blanca.

Y junto a la camioneta, estaba de pie la presidenta del consejo estudiantil.

—¿Qué hace ella aqui?—pregunté en voz baja mirando de reojo a Merlín.

—Bueno, verás...

Para entender mejor la explicación de Merlín, tengo que relatarles y compartirles algo de contexto.

Durante los meses que siguieron al inicio de las actividades de nuestro club. La presidenta del consejo siempre encontraba alguna excusa para pasar por nuestro salón. Algunas veces según ella, para hacer una encuesta, algunas otras, para supervisar, y tantas más sin dar explicación alguna, me hacía salir del salón supuestamente para rendir cuentas de las actividades del club (en estos últimos casos, solía ganarme una mirada de reproche de Merlín cuando volvía al salón)

En realidad, la presidenta nunca llevaba nada para anotar ni registrar cuentas de ningún tipo. Todo era simplemente una gran excusa.

Ninguno en el club hablaba del tema, pero todos nos hacíamos a una idea del por qué de su comportamiento. Sin embargo, no todo era tan malo.

Durante ese mismo tiempo, la mano de hierro que el consejo había querido imponer a los estudiantes, fue disminuyendo su fuerza y aflojando sus métodos hasta que dejó de ser una carga para el instituto y se convirtió más bien en una especie de servicio al estudiante promedio.

La misma presidenta esperaba a los alumnos en la entrada y trataba de recibirlos con un saludo por las mañanas, y lo mismo para despedirlos por la tarde.

Aunque su sonrisa suele producir más miedo en los estudiantes que su expresión gélida usual, lo estaba intentando.

Estaba tratando de cambiar para bien. Y ese tipo de cambio es el único que de verdad importa. Era difícil, si, pero las cosas fáciles no valen nada.

Cambiar una conducta aprendida en casa, y más en una como la de ella, era aún más difícil. Puesto que en unos años se esperaba que heredara el negocio familiar, tenía que cultivar, o imitar, el comportamiento autoritario de la cabeza de la familia: su padre.

Pero ella no tenía que ser como su padre. Tenía que ser ella misma.

Y bueno, también estaba la otra razón de su cambio repentino, que no quiero poner por escrito porque creo que ya habrán sacado una deducción sobre eso.

Me sabía mal, porque todos lo sabíamos, y en realidad nos estabamos aprovechando de ese factor para cosas como esta. No me gustaba la idea en absoluto.



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En el texto hay: adolescentes, amor, saludmental

Editado: 28.12.2025

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