Jamás había visto a Merlín llorar.
Hasta ahora.
Sostuve su brazo con cuidado de no lastimarla. Y me quedé allí sin palabras.
Sus ojos vidriosos y sus mejillas enrojecidas estaban causando estragos en lo más interno y profundo de mi ser.
¿Debí haber sido más directo? No, no podía simplemente ir y soltarle algo así de la nada. Eso solo provocaría el resultado opuesto.
¿Qué debía...?
Apenas la pregunta asomó por mi mente, el mar se silenció para mí y el reflejo que había en el agua pareció negar de forma aprehensiva.
—¿Qué vas a hacer?—me susurró por primera vez a lo más profundo de mi mente.
¿De verdad iba a funcionar?¿Era lo correcto hacer esto? Más importante aún: ¿Lo merezco?¿Tengo algún derecho?
Por más que intentaba sacudir esos pensamientos de mi mente, la mirada en el reflejo del agua parecía ir cobrando cada vez más fuerza.
Mi resolución fue menguando.
Las lágrimas y los sollozos contenidos de Merlín eran lo único que evitaban que me perdiera en mi oscuridad en ese momento.
Tenía que hablar, tenía que recuperar el control de la situación, aunque el peso que soportaba me estuviera destruyendo.
Recordé las palabras que una vez Merlín me dedicó en un mal momento.
La verdadera fuerza no consiste en poder levantar más peso, sino en levantarte a ti mismo cada vez que caes.
Miré de nuevo a Merlín al rostro. Busqué dentro de mí el tono de voz más sereno y calmado que pude, y traté de recomponer mi confianza.
—Eres una gran chica, Merlín—ella abrió sus ojos de par en par—Eres empática, alegre y muy fuerte, sin duda alguna. Eres hermosa y talentosa. Te preocupas por los demás y tratas de ayudarlos si te lo permiten. Salvaste mi vida hace un año, en ese puente del que estuve a punto de saltar. Y luego de eso, cada día, volvía a despertar y me levantaba para vivir porque sabía que te iba a volver a ver. Me enseñaste a reír nuevamente. Le devolviste el brillo a la vida.
Mi voz se ahogó en un nudo. Mis puños estaban cerrados con fuerza. Mis ojos no hallaban a dónde mirar.
—Yo... En cambio, soy orgulloso, y solo sé hacer las cosas de una manera. Sobrepienso todo. Soy impulsivo y egoísta. He hecho tantas cosas solo para verme satisfecho a mi mismo sin pensar si los resultados eran buenos para todos, si era lo que los demás querían.
No era autocompasión. No era autodesprecio. Era la verdad.
—No quiero entragarte esos demonios, Merlín. Sería injusto. No quiero que me veas sufriendo todo el tiempo. Quiero que seas feliz...
Ella cerró sus ojos con fuerza, lágrimas cayendo por sus mejillas.
Recordé cada instante que vivimos, desde el momento en que se subió al autobús por primera vez aquél día, hasta ahora.
—¿Qué vas a hacer?—era lo que me preguntaba mi reflejo en el agua. Pálido. Oscuro. Triste.
Levanté mi mirada y me enfrenté a mi mismo.
Miré mi rostro y mis ojos cansados. Mi cabello desgarbado. Mi tez palida. Vi en el reflejo las cicatrices invisibles en mi piel. Fuí consciente del dolor seco que antaño cargaba en mis nudillos por golpear la pared. Vi miedo y soledad. Reconté las lágrimas de dolor que derramé. Y finalmente algo más en medio de toda la oscuridad de mi figura reflejada en el mar:
Fuerza, Valentía, Resolución y ahora algo más...
Determinación.
Me enfrenté a mis miedos en aquél mismo lugar. Decidí que tenía que hacer algo con aquella oscuridad que siempre me atormentaba. Decidí que debía abrazarla y aceptarla como parte de mi ser.
—Gracias—susurré a mi reflejo, el cuál pareció devolverme una mirada de asombro—y perdón, por todo lo que nos hice pasar.
Lágrimas cayeron de aquélla figura pálida, tan pequeña, tan débil. La acerqué hacia mi y la abracé con fuerza.
Mereces algo mejor. Mereces ser amado.
Merezco amar.
—Te amo—con aquellas palabras, la figura tambaleó y formó una sonrisa, la luz de la luna empezaba a reponerse sobre aquél reflejo, y con un apenas audible "Te perdono" desapareció en lo profundo del océano.
Entonces, supe lo que quería hacer.
Supe que aquello que anhelaba no estaba lejos, ni era desconocido. Aquello que buscaba siempre estuvo a mi lado. Era ella. Tenía que ser ella.
—Merlin,—aparté las manos que cubrían sus ojos, y sequé sus lágrimas con las mías. La miré a los ojos, vidriosos, pero atentos.—Quiero que seas feliz—repetí—y si tu me lo permites...
Déjame hacerte feliz. Déjame amarte con este corazón que tú misma pusiste a latir de nuevo.
El tiempo pareció detenerse a nuestro alrededor. La luna pareció hacerse gigante y brillar como el mismísimo sol sobre nosotros.
—Te amo, Merlín, te amo, te amo—y con estas palabras, el nudo en mi garganta se deshizo y me solté a llorar.
Merlín dejó de reprimir sus sollozos y también lloró como nunca antes lo había hecho.
Nos abrazamos y seguimos llorando por un buen rato.
Finalmente ella rompió el abrazo, pero me sujetó de las manos, mirando fijamente mis ojos, como si no quisiera perderse ni un solo detalle de ese momento.
—¿Me amas?—Merlín hizo lo que pudo para imitar la voz de la chica de aquél músical en que se basó el baile del festival escolar.
—Como a nadie más—recordé el guión de aquella obra, y respondí imitando lo más que pude al noble de aquél baile.
—¿Me amarás mañana?
—Mañana, y pasado también, hasta que el sol se extinga y las estrellas caigan de los cielos.
—¿Hasta que venga el reino?
—Hasta ese dia, si tu me quieres.
—¿Y si desaparezco?
—Subiré a la más alta montaña y bajaré hasta lo más profundo del océano. Te buscaré en cada rincón y debajo de cada piedra.
—Entonces juralo, como lo juran quienes pisan el umbral del destino, con la luna como testigo y los ojos del Creador como jueces.
—Lo juro. Juro que soy tuyo y que tu eres mi amada.
—Yo soy tu amada, y este es mi juramento, y que las estrellas sean mis testigos: Juro que soy de mi amado, y que él es mío.