Al día siguiente, después de despertar y desayunar, noté que los demás nos arrojaban de vez en cuando una que otra mirada.
Supuse correctamente que lo más probable era que nos habían espiado mientras... Bueno, mientras ocurrían los hechos.
Sin embargo, no nos pareció justo dejarlo pasar más tiempo de esa manera, secreta y oculta, y después de que todos fueramos a bañarnos a la playa en la tarde y regresaramos al edificio, decidimos decirle a los demás que estabamos saliendo.
Fingieron sorpresa y emoción. Bueno, esto último en realidad si que lo estaban viviendo. Pero se les daba fatal fingir que no sabían nada.
En general, la mayoría resumió lo que pensaban con un simple: Felicitaciones a ambos. Un par de aplausos, palmadas en la espalda, sonrisas pícaras, y una que otra insinuación en un levantamiento de cejas.
—No les voy a decir quién—Rigel se había levantado para hablar—pero alguien los vió anoche muy cariñositos en la playa.
Para asentuar aún más lo que había dicho, dió la espalda al público e imitó la escena de un beso ella sola, como si fuese un mimo. Lo que más gracia daba era los sonidos que hacia.
No pude evitar que mis orejas se pusieran rojas, y ni que decir de Merlín, pero aquello era tan cómico, que todos nos echamos a reír.
Lynn y Jannis se murmuraban una que otra cosa a la par que se reían solos mientras nos miraban a ambos. Estaban chalados de la cabeza. Siempre acostumbraban a emocionarse con estas cosas, y más aún cuando era sobre otros.
Nolan y Rigel se mostraban orgullosos por algún motivo. Mientras que la presidenta parecía hacer el papel de una mamá que ve cómo sus hijos se van de la casa.
Demasiado alboroto y drama para mi gusto. Pero bueno, mentiría si dijese que yo no estaba emocionado, o que no estaba que explotaba de felicidad también.
Merlín parecía querer desaparecer de allí. Estaba roja como un tomate, y ese mismo rojo variaba de tono cada vez que nos hacían una broma o algo parecido.
Parece que la atención del público no le sentaba bien. Pero no es que fuese tímida y reservada sobre el tema en particular.
Si recapitulo lo sucedido anoche, creo recordar que Merlín en un principio pareció confundida, pero una vez que se había puesto de acuerdo en mente y corazón, tomó la iniciativa en casi todo.
Incluso al volver al edificio, fue ella quién decidió que quería ir agarrada de la mano.
Quizá reservar estas cosas para nosotros dos nada más no era mala idea. De hecho, iba muy bien con mi manera de ser.
El tercer y último día de playa, Priscila consiguió que nos dieran un paseo en yate por la costa que duró toda la tarde, después de volver al edificio, cambiarnos y descansar, nos recibieron a todos en el comedor con un gran banquete de despedida del cuál casi salimos todos rodando por cantidad de comida con que nos atiborramos.
La mañana del cuarto día nos recibió a todos empacando, y terminamos saliendo de allí antes del mediodía. Rigel no se quería marchar de allí, pero las chicas lograron meterla a la camioneta y reternerla en el asiento hasta que el lugar había desaparecido de la vista.
Esta vez, la distribución de los asientos había cambiado (aunque por lógica, la presidenta iba en el puesto de copiloto de nuevo)
Los hermanos, Lynn y Jannis, iban en los primeros puestos. Luego Rigel y Nolan. Finalmente en los últimos asientos, Merlín y yo.
Poco después de arrancar, nos ocupamos de almorzar como bien pudimos. Y después de reposar, y gracias a los cómodos asientos, terminamos cayendo víctimas del sueño.
Merlín había apoyado su cabeza en mi hombro y por su respiración, temía que se pusiera a roncar. Si lo hizo o no, ni siquiera llegué a enterarme porque yo mismo caí dormido también, recostado de la ventana.
—Ya llegamos, Oz—Merlín me despertó y la camioneta ya se había detenido en el mismo lugar en el que nos había recogido. Todos se bajaron para despedirnos con un abrazo y luego volvieron a subirse al auto. La camioneta se marchó y nosotros nos quedamos un rato allí hasta que dejamos de verla en la autopista.
Me estiré para sacarme la pereza y el sueño de encima, cosa que fue totalmente inútil.
—¿Ya hiciste las tareas que dejaron para vacaciones?—mientras íbamos por el camino que conducía a mi casa, Merlín me preguntó por algo que yo había olvidado completamente.
—Esa es... una excelente pregunta—repliqué mientras trataba de recordar si habían demasiadas tareas pendientes.
—Tomaré eso como un no,—Merlín me dió un codazo en el costado y entonces se echó a reir—no tengo más remedio que ayudarte con las tareas.
—¿Ayudarme o más bien ayudarnos a hacerlas? Porque apuesto a que tampoco has tocado tus cuadernos desde el último día de clase.
Merlín se tropezó con una piedra invisible en el camino.
—¿Qué pruebas tienes?—me espetó señalándome con un dedo.
—Ninguna, te conozco lo suficiente para deducir que en esto no me equivoco—inflé mi pecho para asentuar el peso de mis palabras.
—Hmmpf—Merlín se cruzó de brazos y puso cara de berrinche.
El resto de las vacaciones nos alternamos entre la casa de Merlín y la mía para realizar las tareas del instituto. Por lo menos unas tres semanas llevamos esa dinámica. Y en ese período de tiempo, fuimos descubriendo el lenguaje afectivo que funcionaba mejor el uno con el otro.
Aprendimos a disfrutar y a estar cómodos con el silencio del otro. Y que había días en que no nos entendíamos. Aprendimos a dejar el orgullo al lado y aceptar la opinión del otro. Aprendimos a buscarnos para reconciliarnos. Y volvimos a reír.
Merlín solía hacerme almohada en su regazo, yo le leía mis historias, y ella me escuchaba, me daba ideas, también me indicaba las partes que apestaban (si, literalmente así lo decía)
En otras ocasiones, ella tejía o leía en voz alta. Y yo escuchaba hasta quedarme dormido. Aunque cuando me quedaba dormido ella me daba un pellizco que me hacía quedar tan despierto como si me hubiese inyectado cafeína.