Historia De Aetheris

De Los Días Primeros.

En tiempos olvidados, en un reino más allá de la comprensión humana, habitaba un ser divino, tan trascendente que la misma palabra "divinidad" resultaría insuficiente para describirlo. En ese rincón de las profundidades cósmicas, residía la Suprema Deidad conocida como Aetharion.

En el silente abismo eterno, Aetharion permanecía en su pureza esencial, una fusión de luminiscencia etérea y abismo profundo, cuyo aliento primigenio daría origen al universo.

Aetharion, el Creador de Todo, anhelaba dar vida a un mundo único y mágico, tejiendo un tapiz de maravillas inigualables. Pero no empleó palabras ni esculpió desde la roca. En lugar de eso, Aetharion respiró.

El primer aliento de Aetharion no fue un simple soplo, sino una corriente de energía mágica tan poderosa que sacudió los cimientos del vacío. Esta energía, llamada Aetherium, se extendió como una telaraña de luz y oscuridad por el espacio infinito, dando forma al cosmos. Los hilos de Aetherium se entrelazaron, creando la estructura fundamental del mundo.

Con su segundo aliento, Aetharion dio vida a Aetheris, modelando continentes, montañas, ríos y océanos. La Aetherium fluía por cada rincón de este nuevo mundo, infundiéndolo con un brillo mágico. Las estrellas en el cielo nocturno nacieron de los destellos de la Aetherium, y los cielos se llenaron de maravillas celestiales.

El tercer aliento de Aetharion creó a los seres que habitarían Aetheris, los hombres. Cada uno fue esculpido con gran detalle, y la esencia de la Aetherium les dio vida. Sus corazones latían al compás del flujo de la magia, y sus mentes estaban conectadas a la red cósmica de Aetherium que impregnaba su mundo.

Pero Aetharion no se detuvo ahí. Con su cuarto aliento, insufló vida a las criaturas que poblarían la Tierra, cada una única en su belleza y propósito. Los árboles, las bestias, las aves y los peces cobraron vida, cada uno tocado por la magia de la Aetherium, cada uno un reflejo de la creatividad divina.

El quinto aliento de Aetharion trajo a las deidades menores, aquellas que encarnarían los elementos primordiales de su mundo, a las que llamó Deiminos. Del agua surgió Undine, la diosa del océano profundo y los ríos serenos, cuyas lágrimas eran las gotas de lluvia y cuya ira se manifestaba en tormentas. De la tierra nació Gaia, la diosa de la tierra firme y fértil, cuyos susurros eran los campos verdes y cuyos temblores eran los volcanes en erupción. De los cielos descendió Eolus, el dios de los vientos y las alturas, cuyos alientos eran las brisas suaves y cuyas tormentas eran la furia de los huracanes. Del sol emergió Solara, la diosa del sol radiante y la luz que iluminaba el día, cuyos rayos eran la vida misma. De la luna brotó Selene, la diosa de la noche y los sueños, cuyos destellos eran los secretos que se ocultaban en la oscuridad.

El sexto aliento de Aetharion, sin embargo, fue el más intrigante de todos. Este aliento trajo consigo la creación de las Funtis, las pequeñas esferas de energía mágica con libre albedrío. Aetharion dotó a cada una de estas Funtis con la capacidad de moldear la magia a su voluntad, de crear y experimentar. Les dio la libertad de imaginar y dar vida a nuevas criaturas y razas en su mundo mágico.

Las Funtis, seres diminutos pero poderosos, comenzaron a ejercer su creatividad en el tejido mismo de la realidad. Algunas de ellas se unieron para dar vida a los goblins, pequeños seres astutos y curiosos que habitaban bosques oscuros y subterráneos. Estos goblins rápidamente se convirtieron en maestros de la artimaña y la ingeniería mágica.

Otras Funtis, inspiradas por la majestuosidad de las aves y la nobleza de los leones, dieron vida a los grifos, majestuosas criaturas con cuerpos de león y alas de águila. Los grifos se convirtieron en guardianes de las altas montañas y los cielos, protectores de la sabiduría antigua y defensores de la justicia.

Con el tiempo, las Funtis continuaron su labor creativa, llenando el mundo de Aetheris con una diversidad de razas y criaturas, cada una con sus propias habilidades y dones mágicos. Las deiminos, como Undine, Gaia, Eolus, Solara y Selene, observaban con asombro y benevolencia las creaciones de las Funtis, sabiendo que habían dado lugar a un mundo mágico lleno de maravillas.

Aetharion, el Creador de Todo, sonrió al ver el mundo que había cobrado vida a través de la colaboración entre las deidades menores y las Funtis. El universo que había imaginado se había vuelto aún más rico y sorprendente de lo que había soñado. En su esencia pura y eterna, Aetharion encontró alegría y satisfacción al ver cómo su creación florecía con la magia y la diversidad que había otorgado a través de las Funtis.

Y así aconteció que en sus divinas estancias congregó a todos, tanto a las divinidades como a los humildes funtis, y estos acudieron con anticipación, sintiendo una profunda reverencia hacia su Soberano. Este, resplandeciente y majestuoso, los aguardaba en aquel sitio mientras su mirada se dirigía a Aetheris, y cuando los vio llegar, les dispensó su atención.

Y Aetharion, con solemnidad y amor, así se expresó: "Oh, amadas deiminos, queridas funtis, vástagos míos, hijos de Aetharion, vuestra creación trasciende meramente la extensión de mi virtud y voluntad. Sois el reflejo del amor sagrado que se profesa a la vida y su entorno, desde las diminutas aves que entonan su canto en las ramas, hasta el labrador que custodia su cosecha, o el travieso duende que juega con las criaturas del bosque. Desde el majestuoso grifo que surca los cielos asombrando a las criaturas terrestres, hasta el vasto y hermoso océano que se extiende ante nosotros. Sois Aetheris, y nada podría enorgullecerme más que veléis con esmero por tan bello mundo. Pues, con solo contemplarlo, mi corazón halla la dicha suprema."

Las deidades y las funtis, con gratitud en sus ojos, derramaron lágrimas de agradecimiento, mientras Aetharion, con cálida ternura, se dirigía a ellas, las observaba y las trataba con un profundo y sincero amor. Con este espíritu, partieron de sus aposentos, llenas de alegría, dispuestas a cumplir su divino propósito.




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