Historia de Amor

Capítulo 1: Retorno

Escuché el llamado de mi padre proveniente desde el otro lado de la dirección, pero preferí ignorarlo para observar la formación del alumnado general. Quienes impacientes, respondieron a los gritos de sus auxiliares para atender los discursos que dictaban un par de docentes en el estrado principal. Por momentos, alguno que otro se giraba para mirarme con extrañeza. Intuí que se debía a que no estaba con ellos pese a llevar puesto el uniforme de la institución.

Fue al segundo grito, uno con mayor autoridad dicho sea de paso, que me animé a ingresar al despacho del director. Su interior no había cambiado mucho que digamos en todos estos años, seguía igual de pequeño como siempre respetando las dimensiones del resto de las aulas. Dos libreros delimitaban el espacio simétricamente, de modo que para llegar a la oficina principal tenía que pasar forzosamente por la recepción que era atendida por la secretaria de toda la vida.

La mujer era otra a la que parecía no afectarle mucho el paso del tiempo. Seguía manteniendo su peinado corto y ondulado, con la única diferencia de que ahora se le veían un par de canas por los laterales. Su mirada era quizá su mayor rasgo distintivo, siendo capaz de ofenderte de un parpadeo sin la necesidad de articular una sola palabra. Tan antipática era, que ni siquiera me regresó el saludo cuando nos cruzamos. Incluso creo que ni me llegó a reconocer.

El director, por otro lado, ya no era el mismo que recordaba. Ahora quien ocupaba el cargo era un tipo alto y de buena presencia. Con la mandíbula bien afeitada y vestido de saco y corbata. Se asemejaba mucho a un empresario en contraposición de su antecesor, quien solo aparecía públicamente para posar frente a las cámaras.

Lo saludé cortésmente y le extendí la mano. Este me respondió de la misma manera, invitándome luego a tomar asiento al lado de mi padre. Su sonrisa fingida me había llamado mucho la atención. Por experiencia, ya sabía que no podía confiar en ese tipo de personas.

- Bueno hijo, solo te llamaba para decirte que ya estás matriculado oficialmente _confesó mi figura paterna, agregando que el director me daría más detalles sobre el aula en el que me tocaría cursar mi último año como estudiante del nivel secundario.

- Así es, Ludwing _secundó el hombre de terno_. Como dijo tu padre, ya estás matriculado. Ahora… _sacó algunos documentos del interior de su pupitre y los colocó sobre la mesa con mucho cuidado. Sujetando el primer portafolio que, curiosamente, traía mí nombre escrito en su portada_... luego de haber revisado tus boletas de notas y las recomendaciones de tus maestros anteriores, puedo ver que has sabido mantener tu promedio. Me alegra saber eso. Después de todo, tu primer centro de estudios fue este, el colegio Nº 1178 Javier Heraud… Bueno, volviendo al tema, tu salón será el “5º A”. Asumo que se te será fácil ubicarte, pero ya por protocolo te digo que vayas al pabellón “B”, a espaldas del estrado de secundaria. Confío en que sabrás ponerte al día rápidamente para nivelarte con tus compañeros.

Afirmé con un movimiento de cabeza para luego agradecerle por la confianza, aunque no pude evitar sentirme particularmente incómodo. Sobre todo, con aquella enorme sonrisa que solía dibujarme cada dos por tres. Pese a ello, no tuvo reparos en afirmar que este sería un año inolvidable para mí, sugiriéndome que me lo tomara con calma.

Pese a ser pequeño en tamaño, su oficina me resultó mucho más acogedora de lo que recordaba. Quizá los suaves y relajantes asientos de cuerina negra para los invitados tuvieron algo que ver en mi cambio de percepción. Pero valgan verdades, el orden del lugar me agradó por completo, divisando a la perfección un pequeño ordenador ubicado a sus espaldas, como también una vieja máquina de escribir algo empolvada sobre uno de los libreros.

Varias pinturas y fotografías viejas colgaban de las paredes como recordatorio de la historia de la institución. Entre ellas, el retrato del hombre al cual rendía honor el colegio, el joven poeta Javier Heraud.

Con el paso de los minutos, y luego de que nos despidiéramos del director, al fin logramos salir de su despacho para caminar con dirección a la salida. Mi papá me dio uno que otro consejo útil. Preguntó si quería enviarle algún mensaje a mi mamá, a lo que le contesté que no. que ya la saludaría cuando regrese de la clínica con mi hermana. Poco antes de marcharse, me recordó a lo lejos que no estaba mal mostrar mis sentimientos de vez en cuando.

Sonreí ligeramente al quedarme a solas. Aunque esa tranquilidad no duró mucho tiempo, ya que el bullicio del alumnado se hizo presente cuando los auxiliares ordenaron su desplazamiento hacia las aulas. Supe entonces que debía de apresurarme, lo último que quería era llegar tarde en mi primer día de clases.

Pude distinguir a lo lejos un cartel pegado en uno de los muros de los pabellones secundarios con la letra “B” escrita por encima. El director tuvo razón, no me costó mucho encontrar mi salón.

Fue entonces, cuando los nervios volvieron a apoderarse de mí.

Sabía a la perfección lo difícil que era ser el chico nuevo. Debería, en cierto modo, de estar acostumbrado, ya que en los últimos cinco años me había transferido de colegio en reiteradas oportunidades. Esto, debido al trabajo de mis padres y a su sueño del negocio propio. Por fortuna, ahora me tocaba regresar a uno que ya conocía a la perfección, pero como era de esperarse eso no era suficiente para mí.

Un par de risas inesperadas me regresaron a la realidad.




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