Historia de Amor

Capítulo 4: Confuso

Mi despertador sonó a las seis y cincuenta de la mañana.

Todavía albergaba la leve esperanza de poder dormir un poco más arropado entre mis calientes sábanas. Pero, consiente de mis responsabilidades, no me quedó de otra más que agarrar coraje y ponerme de pie para salir de mi habitación e ir directamente, entre tumbos, hacia el baño de la casa.

El aseo fue rápido, aunque no tanto como ponerme el uniforme.

Di un vistazo rápido sobre mi mesita de noche. Encontré el dinero del desayuno colocado sobre un pequeño sobre blanco, el cual contenía una pequeña cantidad de monedas que debía usar como propinas de la semana, cortesía de mi papá.

A mi regreso de la panadería, puse un poco de agua en la tetera y en lo que se iba hirviendo, me preparaba dos panes con mantequilla tostada, mis favoritos. Pero, poco antes de poder llevarme un trozo a la boca, escuché el leve lloriqueo de mi hermana proveniente de la habitación de mis padres. Esa era la señal de que ya podía ingresar para despedirme de ellos antes de partir al Javier Heraud. Sin embargo, ni siquiera llegué a sujetar la perilla de su puerta ya que bastó de un solo grito de mi mamá para entender que no era un buen momento para verlos. Y definitivamente no estaba de humor como para escuchar sus peleas desde tan tempranas horas del día.

Incluso preferí terminar mi desayuno en el trayecto.

Pensé en lo mucho que había cambiado mi familia en los últimos años. Era consiente que nunca había sido del todo unida y peor ahora, que estamos sumergidos en una crisis familiar y financiera. Con mi padre desesperado por conseguir un nuevo trabajo para pagar los gastos de la casa y comprar los pañales de Indhira. Y mi mamá cada vez más irritada por la situación, culpándolo cada vez que podía de todo lo que nos pasaba sin importarle que estuviera presente.

Una infidelidad no era fácil de superar, supongo.

Sentía miedo de ello. Pero en cierto modo lo compensaba el haber regresado a Lima. Todo era mejor comparado con lo que viví en provincia, donde tener buenas calificaciones representaba dos golpes y una patada a la salida que con suerte no impactaría en tu rostro. Que por el simple hecho de ser un nacido de la capital ya te hacía merecedor de la peor de las humillaciones. Mi único refugio era quedarme encerrado en casa mirando el techo hasta el anochecer.

Afortunadamente, esos días ya habían terminado.

Era el momento de cambiar de “chip”, eso lo tenía claro. Mis memorias debían de enfocarse en otra cosa. Pero aparte de mis desventuras familiares, lo único que se me venía a la mente era la figura de aquella compañera que había captado toda mi atención desde el primer momento en que la vi: Matilda Campos.

- ¿Por qué no dejo de pensar en ella? _me pregunté a viva voz.

En cierto modo, me espantaba la idea de estar enamorándome de ella, ya que no me sentía emocionalmente preparado para recibir un rechazo. Porque estaba claro que ese sería el único escenario. Uno en donde  nuestra prematura amistad terminaba por culpa de mis confusiones.

Decía confiar en mí mismo, pero a veces sentía que no era así. 

Fui uno de los primeros en llegar al salón, encontrándome con una silenciosa Anita sentada en su pupitre con las piernas cruzadas y la mochila a un costado de su cuerpo, como si le estuviera guardando el espacio a aquel chico tan raro que traía por compañero de mesa. Por lo visto y era una alumna muy dedicada, ya que se encontraba revisando algunos apuntes de sus coloridos y bien cuidados cuadernos.

Me saludó de forma amigable al percatarse de mi presencia, correspondiéndole de la misma manera.

Platicamos un par de minutos. Era mucho más bajita que yo y por momentos, llegaba a percibir como se esforzaba por cambiar la tonalidad de su voz. Fue una sensación extraña, pero la agudeza de su voz se desvanecía cada cierto tiempo para dar paso a una mucho más grave pero sin dejar de sonar femenina.

Le pedí de favor si podía prestarme sus cuadernos para ponerme al día, asegurándole en todo momento que cuidaría de ellos con mi vida. No obstante, grande fue mi sorpresa al verla entrar en dudas.

- Si dices que los cuidarás con tu vida, entonces creo que no tengo problemas _contestó al final, entregándomelos con suma delicadeza.

Mis compañeros llegaron poco después, de dos en dos.

Los primeros fueron Evans y Josel, quienes leían un periódico deportivo a la par que hablaban sobre el torneo de fútbol local. Frank y Alex hicieron lo propio aunque con algo de prisa, afirmando que por poco y los dejaban con los de la tardanza. Alfredo y Luis los secundaron poco después, llegando a la par de unas despreocupadas Matilda y Stephany, quienes les pidieron de favor que las dejaran pasar.

- Ahí va, la futura señora de Benites _las palabras de Isaac me sacaron de mi trance, asustándome por lo sorpresiva que fue su llegada. Pero no fue el único, ya que Evans también hizo lo propio aunque con mucho menor entusiasmo, atinando a decirme que en serio me desconectaba de la realidad cuando la observaba.

Era algo que sencillamente no podía evitar. Menos, cuando me dibujaba una sonrisa cada vez que cruzábamos nuestras miradas.

- Creo que están exagerando _contradije de inmediato, aunque en el fondo les daba toda la razón del mundo_. Solo me llama la atención y ya. Hasta el mismo Alex admitió una vez que le gustaba.




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