Historia de Amor

Capítulo 5: Secretos

Lo más relevante que ocurrió en mi fin de semana fue una breve plática que sostuve con mi papá acerca de la empatía. Creo que lo abordó porque lo estuve ignorando todo mi sábado para terminar con mis deberes de la escuela. Y si bien, me agradaba tener temas de conversación con él, me disgustaba mucho que me interrumpieran cuando me encontraba enfocado en mis estudios.

Por supuesto que no lo entendió de esa forma. Y ligeramente enfadado, se retiró a la sala en silencio para leer la sección de empleos del periódico, dado a que mi mamá venía ocupando el cuarto principal para cambiarle de ropa a mi hermana.

Según ella, era la única forma para que descansara tranquila.

Cuando el lunes llegó, lo primero que hice fue dirigirme con prisa hacia la escuela en busca de respuestas. Estaba convencido de que era mi deber como compañero preguntarle a Matilda si se encontraba bien de salud. No podía quedarme con esa interrogante en mi cabeza. Solo esperaba que la pelinegra no se enfadara como siempre, o que malinterpretara de nuevo mis acciones.

Recordé entonces, que todavía seguía sin dirigirme la palabra.

 

Estuve a punto de martirizarme como siempre, pero me contuve poco antes de atravesar el portón principal de secundaria al fijarme que un grupo de chicas venían caminando en sentido contrario al mío. Sus risotadas se me hicieron muy familiares. Eran las mismas que se rieron de mí en mi primer día de clases.

Contrario a esa ocasión, esta vez me planté con firmeza sobre la tierra y las divisé con mayor atención. En total eran cuatro: dos de ellas altas y las otras más bajitas. Una tenía anteojos redondos y el cuerpo plano, pero su mirada vaya que era intimidante. Mientras que el resto eran muy similares en apariencia, destacando únicamente a la más grande por su bonito físico y piernas bien torneadas. 

Intentaron dirigirme la palabra, pero opté por pasar de ellas y dirigirme rápidamente hacia mi salón, encontrando dentro a unos muy cercanos Frank y Marita. Ambos me regresaron el saludo en lo que se distanciaban de a pocos, evidentemente sonrojados.

- Oye Ludwing, ¿terminaste de ponerte al día? _mi compañera trató de recuperar la compostura_. Lo que pasa es que ya me gustaría tener mis cuadernos de vuelta. Tú sabes, igual y me preocupo un poco.

- No pasa nada _contesté despreocupado en lo que me quitaba la mochila de la espalda para dejarla sobre mi carpeta_. Igual y pensaba regresártelos hoy. ¡Muchas gracias!

Se me hizo tierno la forma en que esta los sujetó entre sus brazos. Aferrándose luego a los empastados para, posterior a ello, darles una rápida inspección de pies a cabeza. Al cerciorarse de que todo estuviera en su lugar, me sonrió como una niña pequeña. 

Consciente de que acababa de arruinar algo, decidí esperar al resto de mis amigos sentado al borde del estrado de secundaria para darles mayor privacidad. Pero, no pasó mucho tiempo para que la primera en aparecer fuera Stephany, cuya mirada incómoda fue suficiente para entender que era la última persona con la que quería toparse.

Nos saludamos de forma fugaz.

- Oye, disculpa. ¿Tienes un segundo? _le pregunté con osadía, cortando su paso_. Sé que no nos conocemos ni nada, pero considerando que el otro día me sacaste de la fila a punta de jalones, creo que sí puedo hacerte una pregunta. ¿Matilda está enferma?

La también pelinegra repitió el nombre de su amiga con algo de sorpresa, levantando una de sus cejas. Sin embargo, lejos de darme una respuesta profunda, atinó a decir que se encontraba bien para luego increparme el porqué de mi duda.

- No he sabido nada de ella desde el viernes _afirmó después.

- Mientes _la abordé sin miedo_. Mi grupo y yo fuimos al mercado después de clases, y vimos claramente como la ayudabas a caminar para que ingresara a una botica. Ella… se estaba tambaleando…

- ¿Botica? ¿Tambalearse? _soltó un par de risotadas_. Creo que nos han confundido con alguien más, Ludwing. Nosotras nos despedimos en la intercepción que conecta con la avenida principal. Y como ya debes de saber, eso se ubica al lado contrario de la recta del mercado. Habiendo aclarado este pequeño malentendido… _me pegó unas palmaditas en el hombro para que la dejara pasar_... me voy.

Traté de insistirle. Y lo hubiera hecho de no ser porque Alfredo apareció de repente para sujetarme del brazo, diciéndome que no lo hiciera porque podría empeorar las cosas con ella. Que a lo mejor y sí nos habíamos equivocado. Aunque al juzgar por su mirada, comprendí que no estaba convencido del todo.

Pero si algo estaba claro, era que Stephany mentía. No quiso tocar el tema por alguna extraña razón, y yo debía de averiguarlo.

Matilda hizo su aparición minutos después de haber comenzado las clases, dirigiéndose a su solitario en silencio. Luis hizo énfasis en que por lo menos conservaba el libro que le había obsequiado, divisándolo a duras penas entre sus bien cuidados cuadernos.

“Pobre, pareces un alma en pena”. Fue la frase con la que Alex me definió, y vaya que tenía razón. No me gustaba reflejar esa “dependencia” que albergaba en Matilda, en ella ni en nadie. No era propio de mí, pero tampoco podía impedirlo. Solo fluía y ya.

Muchas interrogantes me hicieron sentirme como un vil rehén en mi propia mente. La única solución posible que encontré a mis problemas, fue agarrando al toro por las astas.




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