Historia de Amor

Capítulo 6: Marcada

Pude sentir como mi cuerpo se empapaba por completo con mi propio sudor, recorriendo parte de mi rostro hasta deslizarse sobre las puntas de mi flequillo. El sol estaba en su máximo esplendor llegado el medio día y siguió así el resto de la semana, en especial durante los calentamientos de la clase de Educación Física.

Al terminar con los ejercicios de polichinelas, los grupos rompieron filas para irse a jugar al fútbol en el caso de los chicos, y al voleibol para el bloque femenino. Yo en cambio, me quedé petrificado en un punto medio sujetando uno de los esféricos, esperanzado en que alguno de mis amigos se me acercara como siempre para robarme el balón.

Ninguno hizo acto de presencia. Todos se fueron a parar al enorme pampón de tierra ubicado a espaldas del pabellón “B”.

Yo era pésimo jugando al fútbol. Nunca logré tener esa “destreza” necesaria para deslizarme sobre el terreno y conectar un pase antes de ser derribado o bloqueado por el equipo rival. Por lo que consiente de mis limitaciones, fuí a parar a los lavabos para posterior a ello, terminar sentándome en una de las banquetas del colegio.

La sombra que rodeaba el terreno fue lo único que mi cuerpo necesitaba para nivelar su calentura interna.

El silencio de los pasadizos fue mi única compañía.

“¿Otra vez?”, me pregunté por interno, tras percatarme que el mismo grupo de amigas se encontraba conversando a muy pocos metros del quiosco. Aunque en su defensa, pude cerciorarme que no se habían fijado en mí ya que desaparecieron a los pocos segundos de adentrarse en uno de los corredores aledaños.

Volví a la realidad tras escuchar el pitido de un silbato.

Matilda no se había dejado ver por ninguna parte. Conociéndola, lo más seguro era que ya se había encerrado de nuevo en el salón para leer algún otro libro de Cuauhtémoc. Pensándolo mejor, aun cargaba consigo aquel ejemplar que le había regalado. Hecho curioso, considerando que ella misma se vanaglorió de ser una habida lectora capaz de devorarse más de 150 hojas en una sola tarde. Ahora se estaba tomando su tiempo.

Una semana había pasado desde aquella tarde que me pidió que la acompañara hasta su casa, y mucho me hubiera gustado decir que logré sellar la situación con algún tipo de afección cariñosa. Tal vez no con un beso, pero si al menos un abrazo. Ni siquiera me permitió ingresar para tener algún registro de su entorno familiar. Del espacio en el que muy probablemente se crió de pequeña, o de las personas que la cuidaron durante sus primeros años de vida.

Pese a ello, me sentía tranquilo conmigo mismo.

La vivienda de los Campos no quedaba del todo lejos de la mía. Solo era cosa de cruzar la pista que dividía las avenidas principales y dar la vuelta a la calle, llegando a una zona de lo más agradable visualmente, cruzando a través de una verja de seguridad que protegía la cuadra hasta llegar a una intersección sin salida.

Apenas y alcancé a despedirme en esa ocasión, sintiéndome desanimado en parte por mi falta de valentía para pedirle una cita. Pero para compensar mi falencia, la misma pelinegra dejó abierta la posibilidad de volver a caminar juntos después de clases, repitiendo ese escenario al menos en otras dos oportunidades.

Si todo salía bien, hoy podría darse la tercera.

Confiado por nuestro acercamiento, me levanté de mi asiento y crucé por todo el colegio hasta llegar al salón, empujando la puerta levemente como de costumbre para ponerla en alerta. Percatándome así que en efecto, Matilda se encontraba leyendo en su lugar, comiendo unas galletas de agua junto a… ¿un libro de Paulo Coelho?

- Dicen que siempre es bueno revisar el trabajo de otros autores. Mi papá me recomendó leer este _revisó la portada de la obra_. Trata sobre la vida de una prostituta. Una que se enamoró perdidamente de un pintor que contrataba sus servicios solo para conversar.

Me lo prestó por unos instantes. El título no me resultó del todo innovador, pero su introducción vaya que si era atrapante.

- Lo compraré después _afirmé, determinado_. ¿No quieres salir a caminar un poco? Las chicas están jugando vóley cerca de los campos de primaria, Stephany está con ellas. Podríamos ir a verla.

- No gracias, no me interesa _corrigió con una sonrisa de oreja a oreja_. Además, ¿no te has visto la cara? ¡La traes toda roja! El sol debe de estar a su máximo poder. Ni hablar. Prefiero quedarme tranquila aquí, tranquila, platicando con Coelho _me observó de reojo_. ¿Y qué hay de ti? ¿No deberías de estar con tus amigos corriendo como trogloditas tras un trozo de plástico? A diferencia de mí, tú si eres más sociable.

Sonreí brevemente. Luego dije que solo buscaba refrescarme un poco dentro del salón, a lo que la pelinegra me frunció el ceño como de costumbre, afirmando que las mentiras y yo no íbamos de la mano. Al menos no cuando ya tenía estudiado mis comportamientos.

Hice el mismo comentario, tomándola desprevenida.

Esa fue la señal que necesitábamos para cruzar nuestras miradas. Luego, rompimos el silencio con un par de carcajadas. Afirmó que era un tonto, a lo que contesté que ella lo era aún más. A estas alturas, ya me embriagaba con aquella sensación de paz que emanaba en el ambiente cuando estábamos a solas. Por lo que envalentonado, pregunté si hoy también podía acompañarla hasta su casa, confiado en que me daría el visto bueno.




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