Historia de Amor

Capítulo 7: Accidente

Ahora entendía a lo que se referían mis amigos cuando decían que era “presa de mis recuerdos”. Pero no era el único, nunca lo fui. Tuve frente a mí a otra víctima del destino, a una sobreviviente. Sus ojos oscuros como la profundidad del espacio así me lo revelaron.

Su cuerpo podía encontrarse en esta realidad, pero su subconsciente hace mucho que había caído presa de sus recuerdos. Sus brazos le temblaban, ya no fe forma curiosa como hace rato en el mercado. Sino más bien por la ira que desprendía de sus poros.

Matilda me ordenó que no hablara de su padre.

- ¡Si dices ser como él, entonces vete! ¡Haz lo mismo que hizo ese cobarde! ¡DESAPARECE! ¡LARGO!

Traté de razonar con ella, pero no hubo manera.

Repetía constantemente que la dejara en paz. No parecía estar mintiendo, en serio quería que me fuera.

Consiente del espectáculo que estábamos armando, levanté mis manos en son de paz para luego esquivar dos cachetadas y una patada que iba directo hacia una parte delicada de mi cuerpo.

- Si dices ser como él, entonces lárgate Ludwing… ¡Ya no quiero!…

- ¿Ya no quieres qué, Matilda?...

- ¡YA NO QUIERO SEGUIR SUFRIENDO! ¡YA NO!

Lagrimas cayeron de mis ojos al recordarla de esa manera. La oscuridad de mi cuarto, no hizo más que darme la vaga esperanza de que todo lo que acababa de revivir se trataba de una terrible pesadilla. Sin embargo, mi sufrimiento volvió de golpe al reconocer el libro de Cuauhtémoc desdoblado y con la portada partida a la mitad al borde de mi cama.

Incluso y aún traía el uniforme puesto.

- Matilda, soy yo. ¡Soy Ludwing! _recordé que le dije poco antes de regresar a mi casa. De alguna manera, había logrado ingeniármelas para abrazarla dentro de toda su locura_. ¡Recuérdame, por favor! ¡Yo no haría nada para lastimarte!

No obtuve respuesta, al menos no una verbal. Su cuerpo, completamente petrificado, no hacía más que doblegar sus piernas para impedir que nada irrumpiera por debajo de su falda. Revivir esas imágenes, me hicieron sentir como un completo degenerado. Incluso sus brazos se esforzaron en proteger sus pechos para evitar que tuvieran contacto con mi tembloroso torso.

- Ya lo debes de intuir, así que vete. ¡Vete y no vuelvas a buscarme nunca más en tu vida! _sus palabras seguían intactas en mi mente. Pude revivirlas a la perfección, como si acabara de decirlas otra vez_. ¡Si eres tan bueno como dices, entonces te llevarás este secreto a la tumba! ¡¿TE QUEDÓ CLARO?!

Asentí con la cabeza por acto reflejo, pese a no haber nadie más en mi habitación. Ese era yo. Así era Ludwing.

¿Con qué cara la vería ahora en la escuela?

Muchos eran los conceptos que tenía sobre el amor, casi todos basados en la idea de dar y recibir cariño para sentirte bien con tu pareja. Pero, si el amor solo se trataba de eso: ¿en dónde quedaban los ideales? ¿Los sueños propios y compartidos? ¿Qué había más allá?

Yo solo tenía algo claro, y era que el amor podía ser como un arma de doble filo. Que si lo sujetabas del mango sería tu mejor defensa ante las adversidades que te planteaba la vida. Pero que si lo hacías de la hoja, lo único que haríamos sería lastimarnos a nosotros mismos.  

El brillo de la noche iluminó escasamente mi recamara, rompiendo a través de la enorme ventana que colindaba con el tragaluz de la casa. Mi cuerpo, apoyado en la pared trasera y acurrucado sobre mi almohada, apenas y respondía. Estaba desorientado, perdido.

La soledad comenzó a apoderarse de mí.

Se suponía que una buena tarde sueño siempre lograba recomponerme después de haber tenido un mal día. Al menos eso me venía funcionando desde hace un par de años cada vez que mis padres discutían. Quizá ya venía siendo hora de cambiar de hábitos.

Intenté ponerme de pie para dirigirme a la habitación principal, encontrando a mis progenitores descansando en su interior. Mi papá lucía demacrado e incómodo de dormir en el suelo. Mi mamá en cambio, no dejaba de renegar ni en sus sueños. Aquella mirada seria y tosca reflejaba que acababan de tener una discusión.

Matilda se parecía mucho a ella en carácter. En cambio yo, pues era como una versión inexperta y menos despierta que mi papá. 

Vernos de esa forma me hizo llegar a una conclusión: estaba completamente enamorado de la pelinegra, pero definitivamente no quería terminar igual a la de mis padres.

Estaba dispuesto a sacrificar mis sentimientos de ser necesario.

Sin embargo, eso no quitaba el hecho de que la había lastimado. Tenía que buscar una forma de disculparme con ella. La pregunta era, ¿cómo? Conociéndola, volvería a evitarme como en el pasado o peor, me gritaría en frente de todos solo para hacerme pasar un mal rato.

Mi parte racional me obligaba a respetar su decisión y a tomar esta experiencia como un mensaje de lo que definitivamente no debía de hacer con mis futuros intereses amorosos. Sin embargo, mi lado emocional y predominante, me incitaba a buscarla para lograr quitarme el cargo de conciencia con su perdón.

Algo se me iba a ocurrir, de eso estaba seguro. Después de todo, casi nunca salía a los recreos. Terminaríamos hablándonos tarde o temprano. O al menos eso pensé en un primer momento, ya que como de costumbre nada salió como lo tenía planeado. 




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