Historia de Amor

Capítulo 8: Secuelas

Se me había hecho costumbre despertar con un ligero dolor de cabeza por las mañanas. Mi mamá solía repetirme que se debía a la pequeña rajadura que me hice en el cráneo durante mi accidente ocurrido a principios de semana. Y que según palabras del doctor, fui muy afortunado de haberla sacado “barata” en aquel acto de “heroísmo”.

No podía mirarla a la cara. No al menos cuando sus ojos se tornaban de un brillo particular que desembocaban en un mar de lágrimas.

Detestaba ser el responsable de su sufrimiento. Nunca me llegó a increpar el por qué decidí arrojarme junto a mi compañera, pero en el fondo sabía que lo desaprobaba por completo. Muchos fueron testigos de lo ocurrido, por lo que decir que no había manera de evitarlo era sentenciarme como el hijo más mentiroso del mundo.

Pude evitar que el cuerpo de Matilda cayera sobre mí haciéndome a un lado, pero no quise. Era esa la realidad.

Mis padres me pusieron al corriente de lo que me ocurrió una vez que perdí el conocimiento. Mis compañeros de clase fueron los primeros en darme el alcance, llamando entonces a mi grupo de amigos para posterior a ello, darle aviso al auxiliar general y a nuestra tutora. Recuerdo haber despertado brevemente en los interiores del auditorio, reconociendo vagamente las siluetas de Marita e Isaac. Ambos trataban de mantenerme despierto, pero fue en vano.

En adelante, mis memorias ya me situaron dentro de mi habitación, recostado sobre mi cama.

Quise noticias de la pelinegra, lo que sea. Por lo menos saber que se encontraba bien, pero ni tiempo me dio siquiera de regresar al colegio, ya que los exámenes y radiografías posteriores coparon mi resto de la semana. De hecho, fue gracias a la insistencia de mi madre que llegamos a detectar aquella apertura en mi cráneo. Quiso estar completamente segura de ello, y cuando lo estuvo procedió con el trámite de los medicamentos. Prácticamente otro día perdido, gracias al precario sistema de salud de mi país.

Mis ánimos mejoraron la mañana del sábado cuando Luis, Alfredo y los otros vinieron a visitarme cerca del mediodía, siendo mi padre el encargado de recibirlos en la sala con algo de sorpresa.

“Sí que los tienes bien grandes para faltar en semana de exámenes”, fueron las palabras con las que me recibió el carismático Alex. Mismas, que fueron cuestionadas por una refunfuñona Marita, cuya expresión de rechazo vino acompañada por una aclaración importante.

- Ludwing no se ausentó por vago, sino por un accidente. ¡Tonto!

- Sé que lo dice por molestar _aclaré desde el principio_. Han sido días muy pesados la verdad. Ni siquiera quiero pensar en los exámenes.

Alfredo coincidió conmigo, asegurándome que todos fueron una completa locura. Que a lo mucho, el promedio más alto sería de quince. Posiblemente dieciséis, pero no más que eso.

- ¡YA, CARAJO! _Frank tomó la palabra_. No hemos venido para hablar de eso. Mejor cuéntanos, Ludwing. ¿Cómo has estado? _se sujetó la cabeza_. ¿Todo bien ahí dentro?

Dudé brevemente, pero lo último que quería hacer era mentirles. Por lo que accedí a contarles sobre las secuelas del accidente, y de los raros medicamentos que los doctores me habían obligado a tomar hasta por lo menos, los próximos tres años. Lucho me preguntó para que servían, a lo que contesté que supuestamente impedían cuadros epilépticos.

- Es para descartar problemas futuros _agregué con vergüenza_. Por eso me recomendaron no pensar mucho y evitar todo tipo de situaciones que me demanden un gran desgaste metal. De lo contrario, estos dolores que ya siento pues, nunca desaparecerían… 

Todos guardaron silencio, aunque sin despegarme la mirada.

- Pedirte a ti que dejes de pensar, es como pedirle a Alfredo que deje de ser coqueto o que no juegue al básquetball. Osea, imposible _Isaac se puso de pie y caminó con dirección a mi lugar, cruzando por toda la sala hasta divisarme fijamente_. Te conozco prácticamente de toda la vida, así que al menos a mí no me podrás mentir. Has estado pensándola, ¿no es así? Por eso los dolores no se te han quitado…

Respondí que sí, aunque sin mirarlo a los ojos. Me sentía avergonzado. 

- ¿Han sabido algo de Matilda? _pregunté después.

Guardé la esperanza de que me contaran algo, de que al menos confirmaran que estaba mejor de salud y que al igual que yo, estaba próxima a volver a clases. Lamentablemente, todos negaron con un movimiento de cabeza.

- Ocurrió lo mismo que contigo _Josel suspiró brevemente, apoyando el cuerpo sobre el enorme cojín del sofá para luego cerrar los ojos_. No hemos sabido nada de ella desde ese día. Hubieras visto cómo se puso su papá, estaba hecho un demonio. No dejaba de gritar que demandaría al colegio por lo que le pasó a su “pequeña” _sonrió con picardía_. Stephany fue quien se contactó con él, a lo mejor sabe algo más.

La respuesta era tan obvia que nunca se me hubiera ocurrido. Me pegué un ligero bofetón por mi torpeza. 

Poco antes de volver a articular una pregunta, las palabras de Josel despertaron la curiosidad del resto al querer saber que estaba haciendo junto a Matilda en el segundo piso. En un primer momento, intenté pasar de largo al tema pero al final opté por contárselo, pensando en que podrían ayudarme a esclarecer algunas de mis dudas.




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