Historia de Amor

Capítulo 10: Búsqueda

No pensé volver a trepar un muro de la escuela nunca más en vida. Pero como casi nada salía como lo esperaba, no me resultó sorpresivo que tanto Alfredo como Luis lo plantearan como una posibilidad en caso no quisiera perder la asistencia del día.

Ya había faltado una semana por salud. Era lógico que si quería ir a ver a Matilda al hospital, debía de escaparme del colegio.

Marita averiguó que el horario de visitas en el centro médico comenzaba alrededor de las doce de la mañana y se extendía por un tiempo máximo de una hora. Si movía bien mis fichas, podía salir poco antes de que iniciara el recreo y volver al límite de la salida.

Por fortuna, los muros que esta vez nos tocó escalar eran mucho más bajos que los que colindaban con el pampón de secundaria. Isaac no dejaba de repetir en todo momento lo mucho que había cambiado motivado únicamente por el amor de una mujer. A lo que sin descaros, contesté que era mucho mejor que tener fama de pervertido.

Su rostro colorado fue el mejor de los desestresantes.

- Este es el plan… _Frank tomó la palabra_... Poco antes de marcar las diez de la mañana, Ludwing se pondrá de pie e irá donde el profesor para decirle que no se siente bien. Inventará cualquier excusa _lo único que se me ocurrió fueron dolores de cabeza y mareos_. Una vez fuera, Alfredo y Luis pedirán permiso para ir al baño, ya el resto será cosa de ustedes. Marita les ganará algo de tiempo distrayendo al auxiliar para que no merodee por los muros bajos, y si de casualidad alguien comienza a notar su ausencia solo diremos que están o bien en la hora de educación física o en el recreo. ¡Y listo! ¡Pan comido!

Suspiré aliviado una vez que mis pies tocaron con éxito los exteriores del Javier Heraud. Feliz porque el plan saliera a la perfección.

O bueno, más o menos. Nadie pensó en el dinero que tendríamos que gastar para llegar al hospital lo más pronto posible.

- Tocará hacer la vieja confiable _mencionó Lucho entre sonrisas maliciosas. Alfredo se le quedó viendo con un rostro lleno de desaprobación. Yo en cambio seguía sin entender nada. 

No pasó mucho tiempo para descubrir su “magistral plan”.

De camino a la avenida principal, nos aseguramos de transitar por los callejones paralelos a fin de no ser vistos por algún adulto o docente. El prodigio del baloncesto recalcó que sería algo complicado encontrar a la pelinegra dentro del nosocomio, mencionando que la única vez que fue estaba muy abarrotada de personas.

-  Fácil será entrar al Solidaridad _agregó el más bajo del grupo_. Lo difícil vendrá cuando lleguemos donde el encargado de los internos. Ya que aún no eres mayor de edad, te tocará decir que eres uno de los familiares de Matilda nada más.

Asentí con la cabeza, rogando porque no nos descubrieran.

Cuando el primer bus se aproximó a lo lejos, Alfredo me recalcó que le debería una gaseosa por lo que estaba a punto de hacer. Luis no dejaba de sonreír en tono burlón, dejándome en claro que no dijera nada y que solo dejara “trabajar a los profesionales”. Incluso me dieron el poco dinero que les quedaba para pagarme el pasaje.

Reírme fue casi obligatorio, pero me contuve como todo un campeón.

Ya dentro de la unidad de transporte, las facciones de Lucho cambiaron de forma radical a una mucho más melancólica, tomando del brazo bueno a “Alf” para presentarlo ante los pasajeros como su mejor amigo enfermo. Uno que había perdido la mano derecha por intentar defender a una señora de dos ladrones.

- Pero no venimos acá para darles lástima señorita, joven _se hizo a un lado para que una adolescente se sentara en los asientos delanteros_. Venimos a cantarles una canción para así ablandar siquiera un poquito sus bellos corazones. Por favor, no nos ignoren. No robamos, no fufamos, no nos drogamos. Solo somos estudiantes con ganas de salir adelante pese a las adversidades de la vida. Espero lo disfruten, y de nuevo mil disculpas por haber interrumpido su viaje. ¡Vamos, Al! ¡Y dice uno! ¡Y dice dos! ¡Y dice tres!...

Se presentaron como “bananín” y “bananón”. Luis aplaudía mientras cantaba una canción de Juan Gabriel, mientras que Alfredo trataba de sujetarse de una de las barandas del bus para no caerse.

Creí que se enfadaría por las burlas hacia su condición física, pero todo lo contrario. No dejaba de sonreír. Ambos se veían felices, demasiado pese a estar haciendo el ridículo frente a un montón de desconocidos quienes, lejos de disfrutar del canto, más parecían atentos a sus ocurrencias para seguir soltando una que otra risotada.

Fue así que comprendí todo. Esa era su intención desde un inicio.

El show les bastó el tiempo suficiente como para no solo bajarle del transporte público sin haber pagado sus pasajes, sino también para salir con los bolsillos más llenos de dinero.

- No es la primera vez que lo hacemos _Lucho se estiró de brazos mientras aguardábamos porque la luz del semáforo cambiara a verde para los peatones_. “Alf” ya sabe que todo lo que digo es joda. Aunque claro, siempre trato de medirme en lo posible para no lastimarlo. Tú sabes, una nunca se sabe.

- ¡A callar, porquería humana! _exclamó el ruloso con las emociones a flor de piel, pegándole un manotazo en la espalda_. De todos modos, espero mañana mi gaseosa para el recreo, viejo.




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