Historia de Amor

Capítulo 11: El cuento de las hermanas

Nuestros cuerpos se separaron cuando el reloj que decoraba una de las paredes de la habitación emitió una melodía particular, anunciando que ya era la una de la tarde. Matilda se apartó brevemente y me pidió que la abrazara, dándome el espacio suficiente para recostarme a su lado. Sus pechos, que eran vagamente cubiertos por las finas ropas de hospital, rozaron mi torso sin problemas pese a que en el pasado hubiera sido motivo para una nueva pelea.

Las cosas habían cambiado, y hasta ahora es que empezaba a darme cuenta. Se sintió bien creer que todo era gracias a mí.

- ¿En qué piensas? _su pregunta, acompañada por una sonrisa genuina que no fuera motivada por alguno de los libro de Cuauhtémoc o Coelho, me regresó a la realidad.

Sus ojos, pequeños y brillos, me engatusaron por completo.

- Perdón. Solo… pensaba en lo feliz que estoy ahora. Nunca imaginé que esto llegaría a pasar entre nosotros. Al menos no con lo accidentado que fue conocernos al principio. ¡Pero míranos ahora! _besé su frente con suma delicadeza, lo que provocó que la pelinegra suspirara y apoyara su cabeza sobre mi pecho_. Ahora somos enamorados…

Fue como si mis palabras hubieran despertado en ella aquel lado problemático que tenía, ya que se me quedó viendo con un gesto incrédulo ni bien terminé con mi oración. Para, posterior a ello, apartarme de un leve empujón.

- ¿Enamorados dices? _se cruzó de brazos, enfadada_. Pero Ludwing, aún no me has preguntado si quiero ser tu enamorada…

Por un momento, llegué a pensar que mis cinco minutos de buena suerte se habían agotado y que de nuevo todo volvería a ser como antes entre nosotros. Sin embargo, me quité una gran carga de encima cuando identifiqué que Matilda estaba conteniendo su vergüenza para siquiera poder dirigirme la palabra, desviando la mirada cada tres segundos.

Su cuerpo temblaba por momentos.

Confesé que nunca antes me le había declarado a una chica. Que, pese a mis propias motivaciones, al final siempre terminaba retractándome como un cobarde al no considerarme un buen partido.

- Pues si quieres que seamos enamorados, hoy tendrás que tener toda la confianza del mundo… _acarició mi mejilla, aunque sin mirarme aún a los ojos_... Las mujeres podremos ser una caja de sorpresas, pero nos gusta hacer las cosas como se deben. Solo… pídemelo con gentileza y no seas tan brusco con tus palabras…

“¡Estoy tratando de enmendar mis errores! ¡No puedes atormentarme con eso cada vez que discutimos!”

Siempre permití que se burlaran de mí. Pero la única vez que fui en contra de la corriente, terminé igual de afectado. Yo solo me atormentaba, y eso era peor a que lo hiciera un tercero.

“Puedo y lo haré porque eso es lo que te mereces. ¡Recuerda que si seguimos juntos es únicamente por nuestros hijos!”

Incluso fui usado por mis padres como excusa para mantener a flote su desquebrajada relación. Ni una disculpa, menos un ápice de remordimiento. Me querían, pero solo cuando estaban dentro de sus cinco sentidos. Y luego, estaba ella…

Matilda recobró la confianza y seguía atenta a lo que le fuera a decir. Incluso, llegué a ver en ella una ligera sensación de dudas. Como si se preguntara así misma si me atrevería a pedírselo de una vez.

- Yo solo quiero ser feliz… _sujeté sus manos con firmeza_... y hacer felices a las personas que me rodean. Desconozco cuales habrán sido tus batallas, o la infinidad de veces que saliste lastimada. Pero seguimos adelante, y hoy estamos aquí delante del otro para seguir aprendiendo. Tengo muy en claro lo que quiero para mi vida. Ahora, lo que más quiero eres tú. Matilda… ¿quieres ser mi enamorada?

La pelinegra comenzó a lagrimear. No de tristeza, sino más bien de una enorme felicidad que vino acompañada por una respuesta positiva, jalándome del polo para volver a besarnos. Esta vez, con mayor intensidad y a un ritmo más acelerado.

Mis brazos rodearon su cintura, y ella me lo permitió.

Ya no sentía miedo, mucho menos vergüenza de abrirle mi corazón. De expresarle todos mis miedos y debilidades. Ni siquiera de actuar como un completo idiota en su delante. Después de todo, tenía que retribuirle el haberse a sincerado conmigo pese a ir en contra de su orgullo.

Pasado unos minutos, me preguntó cómo fue que logré dar con su paradero. A lo que respondí con un gran suspiro, captando poderosamente su atención. Empecé diciendo que era una historia algo larga, partiendo desde la conversación que tuve con mis amigos, el interrogatorio semi forzado de Stephany hasta el posterior encuentro explosivo con su progenitor en los interiores del colegio.

Haberle dicho que por poco y me propinaba un golpe en el rostro, o que me vi obligado a contarle toda nuestra historia de amor pasó a un segundo plano casi de inmediato. Lo que más le sorprendió, fue que trepara los muros del colegio no una sino dos veces.

- Ya eres todo un rebelde _me sonrió con malicia.

Revisé mi reloj. Ya iban a ser la una y quince de la tarde.

- ¡Hice lo necesario para verte! _exclamé sonrojado_. Más bien, ya se me hace raro tener mucha suerte. Hasta ahora no ha ingresado ni una enfermera para revisarte o algo. ¿Eso es normal?




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.