Comenzó a ser algo habitual encontrar las calles y pistas de Lima cubiertas de agua empozada por las mañanas. Las personas habían dejado de lado sus prendas sueltas y veraniegas para desempolvar sus abrigos y en general todo tipo de ropa abrigadora. El invierno era cada vez más frío con el pasar de los años.
La ceremonia de reconocimiento, pese al esfuerzo de la tutora y de los alumnos que fueron delegados como policías y brigadieres de aula, tuvo que hacerse de forma apresurada para evitar que el alumnado general terminara ensuciando el uniforme o peor, pescando un resfriado.
Frank, Sandy y Matilda fueron ovacionados por los integrantes de mi grupo mientras recibían sus respectivos cordones de manos de sus padres. El señor Campos, fiel a su estilo, cruzó una rápida mirada a mi fila para luego fruncirme el ceño, ya consiente de la relación que acababa de iniciar con su hijastra.
No hice más que sonreírle. Mi percepción sobre él había cambiado de forma drástica tras escuchar el cuento de las hermanas. Sus acciones tenían un porqué y yo las entendía, por más miedo que me diera.
Ya con el cintillo puesto a la altura de su brazo derecho, la pelinegra rompió filas y se me acercó para preguntarme qué tal le quedaba, respondiéndole que ni el dorado más brilloso podía opacar lo linda que se me hacía su sonrisa.
La escena hubiera sido perfecta, de no ser porque Evans y los otros comenzaron a molestarnos en coro, ganándome el sobrenombre de “Romeo wachafo”. Salvo por eso, y que Stephany no se nos acercó en casi toda la mañana, el resto del día académico fue sumamente tranquilo, vaticinando un buen clima para el paseo de mañana.
- Me dijo “¡A la primera que me entere que ese enclenque te hizo algo, se las verá conmigo!” Y luego me firmó el permiso _fueron las palabras exactas de Matilda, todavía las recordaba a la perfección.
Por lo que supe, el señor Harold terminó cediendo gracias a la intervención de su esposa. La pelinegra me contó que en una plática privada con ella, le terminó confesando que estaba enamorada de un chico de su escuela, y que gracias a eso es que había comenzado a sentirse mejor consigo misma y a superar el trauma de su padre.
- ¿Le hablaste de mí? _me toqué de los nervios_. Pensé que querías que fuéramos de a pocos. Es decir, no me molesta. Es solo que, pues… es sorpresivo, eso es todo.
- Tranquilo, lo sé _levantó los hombros, luego suspiró_. Pero no me quedaba de otra, amor. Tenía que endulzarle el oído para que me apoyara, ella mejor que nadie sabe lo mierda que me he sentido todos estos años por culpa del idiota de mi padre. Es por eso que no puedo evitar llorar cuando le dije que ya estaba mejor. Solo por eso ya le caes bien, alégrate _me empujó con su hombro_. Además, no sé de qué te quejas, si tus papás también ya saben de mí.
Asentí con la cabeza, tenía razón.
Saber de antemano ello, me sirvió para no desviarle la mirada a su progenitora al momento de cruzarnos en los pasillos del colegio durante la hora de la salida. Matilda prometió llegar lo más temprano posible para no viajar de pie en el bus. Yo en cambio, prometí guardarle un asiento a mi lado todo el tiempo que se me fuera posible.
Fue así, que para la mañana del viernes una intensa lluvia comenzó a azotar los alrededores de mi vecindario. Pero ahí estaba yo, temblando en medio de una desolada calle, aguardando porque el conserje abriera el portón principal de secundaria para poder abrigarme bajo uno de los muros de los pabellones educativos.
Mis jean azules, ya fríos, provocaban que mis piernas temblaran como si fueran de gelatina. Mientras que mi robusta y gruesa casaca morada, había dejado de proporcionarme calidez desde hace mucho para cambiar de oficio y actuar como una prenda sumamente pesada por todo el agua que había absorbido.
El resto del alumnado fue llegando con el pasar de los minutos.
Mi soledad momentánea me obligó a socializar brevemente con un par de chicos de los otros quintos. Algunos me incluían en sus conversaciones, otros en cambio no pasaron del saludo. Lo que si no faltó fueron aquellos comentarios que me señalaban como “el chico que se cayó de las escaleras”. Rogaba porque el tema ya fuera dejado de lado para nuestro retorno de las vacaciones de medio año.
Marita y Frank me dieron el alcance poco antes de que las puertas fueran abiertas. La primera, vestida con un pantalón negro y una casaca azul que hacía juego con sus botas, me preguntó desde hace cuánto es que me encontraba en la fila. A lo que respondí que no mucho, apenas desde las siete de la mañana.
- Con razón andas todo mojado, pareces un esquimal _comentó mi compañero de cabeza ovalada_. Bueno ya, ¿dónde se supone que estarían los buses? Quiero subir para calentarme de una vez.
- En los portones de salida. Cerca de nuestro pabellón, tontito _una sonrisita coqueta, de esas que Matilda comenzó a hacerme desde que formalizamos nuestra relación, me advirtió que algo había cambiado entre ambos_. Lud, ¿estás bien? ¿Por qué me miras así?
- No, nada. Lo siento _regresé a la realidad_. Sé que no es mi asunto, pero no puedo evitar preguntarles... ¿ustedes dos son...?
Poco antes de terminar mi oración, mi bajita compañera alzó la mano y me tapó la boca en un santiamén. Dejando en claro que todavía no eran novios, pero que si se estaban conociendo.
Editado: 08.03.2021