Historia de Amor

Capítulo 16: Fotografías

Fuimos a parar hasta el rincón más lejano del pampón de secundaria, sobre una de las dunas ubicada en la parte posterior de la primera portería que era cubierta por frondosos árboles de ramas caídas, lo suficientemente grandes como para darnos sombra. Matilda, consciente de mi malestar, no dejó de repetir que por favor pensara muy bien mis palabras para evitar malos entendidos.

Asentí con la cabeza, pero fue en vano.

- ¡Eso debiste de decírselo a ese idiota! _alcé la voz, ni siquiera me reconocí_. Ustedes… ¿desde hace cuánto se hablan? 

- Poco antes de salir de vacaciones… _confesó, seria y sin mirarme a la cara_... Mira, lo siento. Sé que debí de habértelo dicho antes, Ludwing, pero si no lo hice fue precisamente para evitar todo esto _su respiración se volvió brusca_. Habla, dime todo lo que quieras… ¡pero si me vuelves a alzar la voz te juro que…!

Cortó sus propias palabras. Le exigí que terminara su oración, a lo que me dejó en claro que si se contenía era únicamente porque no quería lastimarme, recordándome que yo sabía mejor que nadie lo hiriente que se volvía cuando nublaba su juicio. Atiné a sonreír con incredulidad, preguntándole entonces si debía de darle las gracias por ello.

La pelinegra no respondió. Solo se limitó a mirarme por unos segundos para luego mover su cabeza de un lado a otro.

- ¿Es en serio? ¿Nuestra primera pelea será por esta tontería? _sus manos volvieron a temblar como en aquella ocasión previo al accidente de las escaleras. Diferente fue ahora, que en vez de ocultarlo entre sus brazos prefirió restregármelo en la cara_. ¿Vez esto? ¿Lo recuerdas, verdad? Paremos ahora que podemos, ¡por favor…!

Como si de un pequeño animalito se tratase, Matilda inclinó la cabeza y se me acercó para darme un abrazo, descubriendo que su cuerpo también liberaba vibraciones cada cierto número de segundos. De repente, me sentí mal conmigo mismo. No pude evitar pensar que yo era el causante de sus inexplicables reacciones. 

Todo mi enojo se transformó en verdadera preocupación, lo que me llevó a corresponderle el gesto en mi afán por calmarla.

El resto del recreo nos la pasamos sentados sobre la duna, conversando acerca de cómo surgió su repentina amistad con Jean Pierre en lo que tratábamos de no movernos mucho para no ensuciarnos. Supuestamente, todo comenzó cuando la tutora Yanet creó un chat grupal para que los encargados de la realización del aniversario del colegio no perdieran contacto durante las vacaciones.

- De hecho, me llamaron la atención por ser la única que no había dado sugerencias para las actividades que supuestamente podrían realizarse ese día _confesó avergonzada_. Te juro que me daba mucha pereza. Lo último que quería era ser brigadier para tener que pasar mis ratos libres encerrada junto a un grupo de desconocidos.

- ¿Y qué pasó con Frank o Sandy? _la abordé, intrigado_. ¿Por qué no les pediste ayuda? _respondió que de nuevo, yo mejor que nadie sabía cómo era y que prefería hacer las cosas por su cuenta. Pero a diferencia de hace un momento, esta vez no me dirigió la mirada. Algo ocultaba, y no tuve miedo en lanzar una suposición_. Y sin embargo, si te dejaste ayudar por ese tipo. ¿No es así?

Matilda se quedó callada. Era todo lo que necesitaba saber.

Poco antes de regresar a nuestro salón, le expliqué lo incómodo que estaba con ciertas actitudes suyas. La principal de todas: querer hacerme ver como el culpable de todas nuestras diferencias, hecho que no fue bien recibido por la pelinegra, cuya expresión sumisa cambió de nuevo a aquella dominante y temperamental. Sin tapujos, aseguró que “toda esta escena que le había armado” respondía a una especie de venganza en su contra, sobrepasando así el límite de mi paciencia.

Se sintió bien tenerla detrás mío buscando que no la dejara con la palabra en la boca. Incluso Alex, Isaac y Stephany se ganaron con el espectáculo que terminó con ambos sentándonos en una de las carpetas del medio, buscándonos con las miradas pero evitando todo tipo de contacto físico en protesta por nuestra inmadurez.

Aburrido, saqué uno de mis cuadernos que usaba como block de notas y mis lapiceros para ponerme escribir un par de cosas en el reverso del encuadernado de cuadrillas. Noté como mi acompañante me observaba de reojo, primero con atención pero luego con fastidio al leer el nombre “Marita” hasta el final de la dedicatoria.

- ¡¿Le estás escribiendo una carta a tu amiga y no a mí que soy tu enamorada?! _preguntó enfadada.

- ¡Shhh! _tapé su boca de inmediato_. ¡Cállate! ¡No quiero que se entere! Es un favor para Frank, me pidió que lo ayude ya que no es tan bueno en esto de la escritura. Ahora trato de recordar si me dijo que le gustaba el helado de menta o de fresa. Uhm… ¿tú que crees?

Para mi sorpresa, la pelinegra se echó a reír de forma amena, pegándome un ligero manotazo en la espalda como antes para luego aferrarse a mi brazo más cercano.

- ¡Eres un tonto, Ludwing! No me gusta que peleemos…

- A mí tampoco, Matilda…

Permanecimos aferrados el uno al otro hasta que nuestro docente hizo acto de presencia. Desde entonces dividí mi trabajo en dos funciones principales. La primera enfocada en escribir los apuntes y recomendaciones que dejaban en clases, y la segunda destinada únicamente a buscar soluciones para mis problemas amorosos. Pero supe que algo iba mal conmigo, cuando descubrí que medio cuaderno se encontraba vacío y lo poco escrito, hecho con una tipografía descuidada y muy poco legible. Incluso había llegado a dibujar un par de caritas tristes en lugar de puntos sobre las “íes”. Todo, ante la atenta mirada de mis amigos.




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