Historia de Amor

Capítulo 17: Bodas de plata

Esquivé las dos primeras patadas, pero la tercera lo recibí de lleno en la boca del estómago, cayendo de golpe sobre el pavimento de vinilo.

Intenté reincorporarme lo más pronto posible para no ser presa de una lluvia de ataques, aunque no fue del todo necesario ya que “Alf” y los otros vinieron en mi ayuda embistiéndolos hacia un lado, en lo que me llamaban la atención por lo que acababa de hacer.

Jean Pierre se levantó con algo de dificultad para sobarse la mandíbula, insultando a mi madre por lo que le hice. Hecho que no tomé de buena manera, ya que volví a abalanzarme sobre él aunque esta vez con mucha menor suerte, ya que logró esquivarme con suma facilidad para conectarme un puñetazo en el torso.

Matilda y Stephany  trataron de separarnos. La primera aferrándose al cuerpo del futbolista y la segunda pidiéndome que me tranquilizara.

- ¡IMBÉCIL DE MIERDA! _graznó con violencia_. ¡¿Quién chucha te crees para venir a ponerme un dedo encima, eh?!

- ¡¿Quién mierda te crees tú para intentar meterte con una chica que ya tiene enamorado?! ¡¿Eh?! ¡RESPONDE!

Ambos bandos frenaron sus golpes al unísono. El hasta ahora descontrolado estudiante de cuarto año, cambió su semblante a uno mucho más sumiso, negado, actuando como no si no supiera de lo que estaba hablando. A ello se sumó el comportamiento errático de Matilda, quien indignada me pidió explicaciones inmediatas. 

Yo solo me limité a entregarle mi celular con la galería abierta.

- Son de lo peor. ¡AMBOS! _me aparté de los brazos de la chaparrita. Mis amigos trataron de frenarme, pero no se los permití_. ¿Pero saben qué? Ya estoy harto de todo. ¿Tantas ganas tienes de estar con ella? _me dirigí a Jean Pierre_. Pues bien… ¡Te la regalo!

Poco tiempo pasó para que mi aún enamorada me callara la boca con una bofetada. Nuevamente con sus respiraciones agitadas y el cuerpo tembloroso, me increpó quién demonios me creía como para hablar de ella de esa manera, a lo que respondí con mucha pena que alguien que la llegó a amar con todo el corazón alguna vez.

Sus ojos por poco y se le terminaron saliendo de las cuencas. Me pidió que me calmara, que por favor la escuchara. A su forma de ver las cosas, todo esto era parte de un gran malentendido que podíamos solucionar conversando, algo que yo siempre profetizaba y que no dudó en ponerlo en mi contra. Pero mi decisión ya estaba tomada.

- ¡Dije que me escuches! ¡Maldita sea! _tomó mi hombro en su afán por retenerme, pero la hice a un lado con todo el rencor del mundo_. Ludwing, no… Por favor, ¡hablemos!…

- ¿Ahora si quieres que hablemos? _sonreí en tono burlesco.

Pude ver de reojo como un enfurecido Jean Pierre trataba de soltarse de los brazos de sus amigos para retenerme, gritando por todo lo alto que tarde o temprano pagaría por lo que le hice no solo a él, sino también por las lágrimas de Matilda.

Simplemente lo ignoré y me retiré también con los ojos llorosos, completamente decepcionado de aquella persona que juró protegerme en mis momentos de debilidad. Que repetía incontables veces lo en contra que estaba de aquellos hombres que se la pasaban afanando a cuanta mujer se cruzara en su camino. Y que me resaltó en su momento de debilidad que yo era una de las poquísimas personas en las que podía confiar de verdad.

Hoy esa mujer ya no estaba.

Y el Ludwing que le creyó, tampoco.

Los días fueron pasando, y cuando menos me di cuenta ya estaba cursando los segundos exámenes trimestrales del año. Por esas fechas, la tutora Yanet mandó a llamar una especialista de la posta más cercana para hablarnos acerca de lo que nos esperaría una vez que terminásemos el quinto año de secundaria: la vida adulta y por supuesto, la tan temida pero a su vez ansiada universidad.

Uno a uno, fue evaluando nuestros gustos y pasatiempos por medio de preguntas orales para determinar qué carrera era con la que mejor encajábamos. Sorprendente fue saber que Frank tenía una clara tendencia por la cocina, o que Josel también aspiraba a formar parte de las canteras de algún club de fútbol popular como Evans o Alex. Isaac en cambio, prefería materias más complejas como la informática o algo que tuviera que ver con la programación contenido digital.

Yo en cambio, lo único que sabía hacer era tumbarme en mi cama a escuchar música para evitar deprimirme por mis problemas. Claramente no había logrado mi cometido hasta ahora.

- ¿No te gusta la psicología o las comunicaciones? _me preguntó la mujer de cabello rubio y manos pequeñas en lo que terminaba de hacer unos apuntes en su libreta_. Tus amigos dicen que eres perseverante. A lo mejor y con algo de esfuerzo logras decantarte por alguna de ellas. ¿Dijiste que también escribías, no?

Respondí que sí, pero sin prestarle mayor atención.

Octubre llegó, y para ese entonces Matilda ya había vuelto a ser la misma chica fría y reservada de siempre. Con la diferencia de que ahora ignoraba hasta a la misma Stephany, quien dé a pocos terminó pasando más tiempo con Evans y el resto de mi grupo.

Pero no fue la única. De alguna manera yo también había imitado la reacción de la pelinegra, llegando al punto de desactivar mis redes sociales para evitar todo tipo de mensajes inesperados. Buscaba tiempo para mí, aunque sin saber realmente para por qué. El único que lograba sacarme de mi rutina era el idiota de Jean Pierre, quien a su manera me advertía que tuviera mucho cuidado por donde caminaba. Esto, únicamente cuando nos cruzábamos a solas en los corredores del colegio. En grupo, simplemente nos ignorábamos.




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