“Mateo y Laura se vieron poco antes de que esta partiera al exterior. Se perdonaron, reconocieron que cometieron errores garrafales a lo largo de su intensa pero breve relación. Se querían, pero ya no podían estar juntos. No porque hubiera una fuerza externa como en los cuentos de hadas que se los impidieran. No, nada de eso.
Simplemente entendieron que lo suyo ya no podía seguir. Que sus caminos estaban por separarse, y que lo mejor para ambos era tratar de mantener aquella amistad tan linda y pura con la comenzó todo.
Ella lo besó, y este se lo permitió pero muy brevemente.
Parte de coexistir en este basto y desconocido mundo implicaba también aceptar que te puedes equivocar. Mateo lo entendió al ver a su amada abordar su avión. Supo que no somos perfectos, y que no siempre tendremos al destino jugando sus fichas de nuestro lado. Fallar está bien, se repetía con lágrimas en los ojos. ¿Su justificación? Porque siempre se podía rescatar algo positivo dentro de todo ese fango de imperfecciones. Él sintió que creció como persona, que esa experiencia no fue simple tiempo perdido. Nada de eso.
Aprendió… Y teniendo eso en claro finalmente pudo encontrar… un nuevo amanecer al final del día…
Pensó entonces en escribir esas vivencias. Muchos se lo recomendaron por lo que al final accedió sin tanto ruego. Sabía que no podía matar a Laura como un final predecible. Ella no se lo merecía, y él quería honrar aquel amor que sintió por su querida pelinegra alguna vez.
Ante los ojos de sus padres, él era el villano que la forzó a salir de su tierra de origen. Para los suyos, solo fue cosa de la vida. Que así como te da, también te quita. Ya no era el mismo llorón y quejumbroso de siempre. Hoy sabía que si en algún momento llegaba a sentirse triste, es porque en su pasado fue feliz.
Y la sola idea de volver a sentir aquella calidez en su interior, lo reconfortaba casi al instante. “¡Soy un ganador!”, repitió hasta el hartazgo. Letra por letra, pulso tras pulso. Día y noche…
En el fondo, sabía que esa no sería la última vez que Laura y él se verían las caras. Por lo que se aseguró de trabajar en la mejor versión de sí mismo para cuando ese entonces llegara…
¿Conseguirá su objetivo? Eso el tiempo lo dirá…”
…
Mis ojos se bañaron en lágrimas, no lo pude reprimir. Ni siquiera el efuso aplauso en el que me envolvieron mis compañeros de clase logró tranquilizarme, por lo que avergonzado no hice más que recibir un afectuoso abrazo de parte de la tutora.
Comentó que fue un bello desenlace. Yo no supe que pensar.
Tal y como ocurrió la primera vez que desahogué mis penas a través de las letras, fue mi inconciente quien se encargó de hacer todo el trabajo sucio. Yo solo movía la mano y ya.
El ambiente de fiesta que arropó a la clase fue tal, que no pasó mucho tiempo para que Alfredo, Evans y el resto de los varones reorganizaran las carpetas alrededor de los muros para dejar todo el centro despejado y dar por iniciado el banquete de despedida.
Seguía sin poder creer lo rápido que habían pasado los meses. Hace no mucho habíamos celebrado mi cumpleaños, luego el de Stephany y pocos días después el de Marita. Siendo ya diciembre, todo el distrito se tiñó prácticamente de colores alusivos a las fechas navideñas. Y por supuesto, el Javier Heraud tampoco se podía quedar atrás.
Un par de docentes se sumaron poco después a la reunión, pidiendo entre todos una orden de varias cajas de pollo a la brasa con sus respectivas porciones de papas fritas y cremas. Todo el mundo parloteaba de la felicidad, y no era para más. Era nuestro último día como estudiantes de quinto año, y una experiencia como esa no se vivía todos los días. ¿Por qué me costaba relajarme entonces?
Intuí que muchos llegaron a pensar que al igual que Mateo, yo también había llegado a superar la ausencia mi primer gran amor, Matilda Campos. Pero no fue así. Aún me afectaba llegar todas las mañanas a clases y encontrar su pupitre vacío, o no toparme con nadie dentro cuando todos jugaban en la hora de educación física. Simplemente mi vida no volvió a ser la misma.
Pero no era el único que sufría. El mismo complejo de culpa que me atormentaba, también hacía lo propio con la chaparrita. Consideré por un tiempo la opción de volver a acercarnos para afrontar esta difícil situación en la que nos metimos juntos. Sin embargo, tan arraigadas tenía las manías de la que en antaño fue su mejor amiga, que no dudó en ignorarme o desviarme la mirada cada vez que nos cruzábamos ya sea en la formación general o durante los recesos.
Y pensar que la última vez que hablamos, todo fue tan diferente.
El señor Campos logró conectarme dos terribles golpes en la cara, arrojándome sin piedad sobre los cuerpos temerosos de Isaac, Frank y Marita. Rápidamente, Alfredo, Evans, Josel y Lucho saltaron en mi defensa y no dudaron ni un segundo en responder a sus agresiones con más violencia. Por fortuna, la riña no llegó a mayores gracias a la intervención de la tutora, del doctor que se encargaba de supervisar la atención de Matilda y de un par de asistentes, quienes rápidamente redujeron al enfurecido adulto el tiempo suficiente para que el personal de seguridad hiciera su aparición.
Sus gritos siguieron retumbando en mis oídos incluso a día de hoy.
Editado: 08.03.2021