Una noche, sentado en el escaño de la plaza. Ruth se sienta a su lado.
—Terminé mi turno... Hace frío, le invito un café.
Alexander sigue mirando hacia el hospital.
—Muchas veces la he visto mirar desde esa ventana, sus labios se mueven pronunciando mi nombre y cuando vuelvo a mirar me doy cuenta de que solo fue un sueño.
Ruth insiste.
—Vamos por ese café. Nos conocemos, ya, hace tanto que lo considero un amigo. Y de paso me cuenta su historia.
Alexander sonríe...
—He tratado de escribir sobre ello, sobre cuan maravilloso puede ser el amor.
Ruth lo mira de reojo, mientras saborean el exquisito café.
—¿No ha pensado en rehacer su vida?
Alexander alza las cejas.
—A qué se refiere, específicamente.
—No lo tome a mal, admiro su devoción... Pero el tiempo pasa. Se quedará muy solo —dijo, Ruth, tocando levemente la mano de él.
Alexander se pone de pie.
—Eso sería como traicionarme a mi mismo... Nunca habrá otro amor, otro momento.
—Pero, debe tener presente que tal vez...no despierte.
—Si eso sucediera, entonces, yo...me dormiré junto con ella.
Ruth toma su brazo.
—Cuánto tiempo más hará el mismo recorrido.
—Los que sean necesarios —contesta Alexander. —Hasta que pueda caminarlos junto con ella.
Ruth insiste.
—Le ofrezco mi amistad, así, quizás el camino sea menos solitario.