La mañana siguiente fue de angustia, pesar, arrepentimiento.
Alexander escucha el agua, correr de la ducha, aprieta sus puños y aunque no recuerda lo sucedido, es cierto que Ruth pasó la noche allí, con él.
El teléfono suena... y Alexander sintió que el corazón se aprieta, lo que se llama presentimiento o lo que sea, él corrió hacia el hospital.
Ruth sale del baño, con una toalla que poco cubría su cuerpo, hace una mueca cuando ve el auricular del teléfono colgando...
En el hospital.
Corrió hacia el cuarto, y antes que diga o pregunta algo, el médico le dice que los reflejos son comunes en esos casos.
—En todos estos años, contesta Alexander, nunca hubo ningún movimiento o reflejo como usted supone.
El médico hizo una anotación.
—No se haga falsas expectativas, dijo antes de salir del cuarto.
Ruth llega y es detenida por Daniel...
—¿Qué pretendes?
Ruth arruga el ceño.
—Quítate...
Daniel respira profundamente.
—Pensaba que eras una mujer fascinante. Siempre admiré tu espíritu, la pasión por todo lo que haces... quise imitarte en todo y terminé enamorándome.
Ruth se sorprendió.
Daniel vuelve la mirada hacia la sala donde está Alexander.
—Me siento conmovido, día tras día, noche tras noche, él recita palabras de amor, con la esperanza de una mirada, una sonrisa de Laura. Cuando se siente agobiado, él busca entre sus recuerdos y sonríe...
Mira a Ruth con desdén.
—No te aproveches de su vulnerabilidad. Así no es la mujer de la que me enamoré.
Ruth quiso explicar que las cosas no sucedieron como él piensa. Pero Daniel no la dejó hablar, se quitó el delantal.
—Mi turno acabó.
Más tarde en la cafetería.
—Es preciso que hablemos, dijo Ruth.
Alexander dejó su taza a medio servir, no quiere escucharla.
—Nada sucedió, dijo ella, me quedé en el sillón, mientras tú no dejabas de llamarla.
Alexander respira profundamente como si se sacara un gran peso de encima.
Ruth sonríe—Creo que me enamoré del amor de ustedes.
Al otro día...
Alexander espera en la oficina del médico.
—He pensado que, tal vez, Laura necesite estímulos más cercanos, su casa, el jardín...su gato. Su cama, nuestra cama.
—¿Se da cuenta de lo descabellado de esa idea?
—¡Estoy seguro de que ella responderá a mis estímulos!
El médico respira hondo, camina y coloca su mano en el hombro de Alexander.
—Puedo comprender lo que está pasando, pero... ya se lo dije antes y se lo repito, esos reflejos no indican nada. Es un hombre interesante, no malgaste su vida en una ilusión que se desvanece día a día.
Alexander alza las cejas...
—¿Qué interés tiene en ella? Yo soy su novio y puedo llevármela.
—Inténtelo y le aseguro que será peor para usted.
Alexander, arregla el cuello de su camisa y sonríe, como si Laura pudiera verlo. Toma su mano y le canta, susurrando, una canción que a ella le gustaba mucho.
Daniel se preparaba para cenar, cuando escuchó que llamaban a la puerta. Ruth alza una botella de vino.
—¿Puedo pasar?
Daniel se apartó para que Ruth pudiera entrar.
—Huele bien.
—Es sopa de sobre...
—Con vino sabrá mejor.
Breve silencio.
—Me equivoqué, ¿qué puedo hacer?
Daniel se encoge de hombros.