El espejo que envejece
Mientras se miraba al espejo, notaba su gran belleza. Camila, una mujer de 47 años, se arreglaba frente al espejo. En su reflejo veía a una mujer bella y elegante.
Al salir hacia su trabajo, se encontró con su compañera.
—Buen día, Camila. Tan bella como siempre.
—Gracias por el cumplido, Rosa. Tú también eres muy hermosa —respondió Camila con una sonrisa.
Mientras intercambiaban cumplidos, Rosa notó algo nuevo en Camila.
—Camila, tienes algo en el cabello... déjame ver qué es.
Rosa extendió sus manos hacia Camila y, al mirar con detenimiento, descubrió que le habían salido algunas canas.
Camila, al notarlo, se puso nerviosa y se apartó rápidamente, cambiando de tema.
Esa noche, al regresar del trabajo, fue directamente al espejo. Observó las nuevas canas que le habían aparecido y, desesperada, empezó a arrancárselas una por una, demorándose toda la noche. Pero al revisarse con más detenimiento, descubrió que aún quedaban más canas escondidas.
Con gran furia tomó su peine y lo lanzó contra el espejo, rompiéndolo en pedazos.
—¡No puede ser! ¿Yo... teniendo canas? ¡Esto es imposible! —se repetía una y otra vez, incapaz de aceptar lo que veía.
Al día siguiente, al tener que ir nuevamente al trabajo y sin confianza alguna, cubrió su cabeza con un pañuelo. En la calle sentía cómo la miraban, o al menos eso creía.
Su compañera Rosa notó el cambio en ella e intentó animarla, diciéndole que no era gran cosa. Pero Camila no escuchaba; solo sentía las miradas y el juicio de los demás.
Esa noche, al regresar a casa, vio tirado en la basura un gran espejo antiguo.
Recordando lo que había hecho con el suyo, lo tomó y se lo llevó a casa.
Rápidamente limpió el desastre que había dejado por la mañana, recogiendo los trozos rotos del espejo anterior, y colocó el nuevo en su lugar. Lo limpió con cuidado y, sin más, lo dejó preparado como reemplazo.
A la mañana siguiente, volvió a arreglarse frente al espejo, aunque sin ánimos.
Pero mientras se miraba, notó algo extraño: su reflejo rejuvenecía.
Las pequeñas arrugas de su rostro se desvanecían y las canas se volvían completamente negras.
Camila se quedó mirando el espejo con gran felicidad, viéndose nuevamente como cuando era joven. Rápidamente corrió hacia el baño en busca de otro espejo para comprobarlo, y con gran sorpresa descubrió que realmente había rejuvenecido, tal como lo mostraba el nuevo espejo.
Encantada por el poder de aquel objeto, volvió a sentarse frente a él y se quedó observándose por un largo rato, mientras veía cómo cada vez rejuvenecía más y más.
Al llegar al trabajo, todos quedaron sorprendidos al verla.
Camila parecía una nueva persona.
Rosa, intrigada, le preguntó cuál era su secreto, pero ella solo respondió con voz arrogante:
—Tal vez sean mis genes... no he hecho nada nuevo.
Esa noche, al regresar a casa, limpió nuevamente el espejo con gran cuidado, para poder mirarse otra vez al día siguiente.
A la mañana siguiente, al levantarse, se duchó. Pero al salir del baño y mirarse en el espejo del baño, su reflejo era el de antes. Desesperada, corrió hacia el otro espejo y se sentó frente a él. Lo observó por un tiempo hasta que, nuevamente, empezó a rejuvenecer.
Ahí comprendió cómo funcionaba el espejo.
Pasaron los días, y Camila había creado una nueva rutina: se levantaba más temprano cada mañana para poder mirarse en el espejo. con el tiempo
En la oficina todos hablaban sobre ella, sobre lo que pasaba, sobre cómo se mantenía tan joven.
Una semana después de haberse visto en el nuevo espejo, empezó a notar que su reflejo se movía solo, aunque ella permaneciera quieta.
Al principio le asustaba y decidió dejar de mirarlo, tapándolo con una manta. Pero, al ver nuevamente su rostro envejecido en otros reflejos, no pudo evitar destaparlo.
Cada día observaba cómo su reflejo comenzaba a moverse sin que ella hiciera nada.
Su reflejo sonreía aunque ella no sonriera; a veces miraba hacia otro lado o simplemente la observaba fijamente, con una mirada seria.
Pero a Camila ya no le importaba: por su belleza, lo aceptaba.
Con el paso del tiempo, el reflejo se volvía más y más independiente.
Comenzó a moverse por toda la habitación, mientras la verdadera Camila permanecía sentada frente al espejo.
El reflejo estiraba la mano, intentando tocarla, intentando llegar hasta ella.
Camila, asustada, lo cubría rápidamente con la manta. Pero, al volver a ver su reflejo lo descubrió, al ver su rostro envejecido, no resistía y lo miraba otra vez.
Hasta que un fuerte golpe proveniente del espejo la sobresaltó.
Parecía que su reflejo quería salir.
Entonces Camila comprendió que aquello no era nada bueno y decidió dejar de mirarse en el espejo.
A la mañana siguiente, al llegar al trabajo, todos la miraban extrañados.
No entendían qué había pasado: de un día para otro, había envejecido de golpe.
Camila, al darse cuenta, corrió hacia el baño para mirarse. Lo que vio la dejó sin aliento: había envejecido aún más.
Las canas cubrían su cabeza, las arrugas se habían profundizado y su piel estaba seca.
Incapaz de soportarlo, salió corriendo del trabajo, sin importarle nada.
Al llegar a casa, destapó nuevamente el espejo y se sentó frente a él. Pero su reflejo ya no estaba.
Camila, aterrada, miraba a su alrededor buscando su imagen.
Tocaba el espejo frenéticamente, desesperada por encontrar su reflejo, pero no había nada.
Desanimada, bajó la cabeza y comenzó a llorar.
En medio de su llanto, su reflejo apareció detrás de ella, dándole un golpe en la cabeza.
Al despertar del golpe, se encontró nuevamente frente al espejo.
Su reflejo estaba allí, arreglándose, luciendo joven y radiante.
Camila, confundida, intentó ir hacia el baño para mirarse de nuevo, pero algo se lo impedía: paredes invisibles bloqueaban su paso.
No podía salir del cuarto.
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Editado: 22.10.2025