Historia de horror

La tradición de Halloween

La tradición de Halloween

En una pequeña ciudad de Estados Unidos, Halloween era una de las celebraciones más grandes, incluso más grande que la Navidad. Todos los niños la esperaban con ansias cada año, y no solo los niños, sino también los adultos la esperaban con gran alegría.

Un viajero que pasaba justo en las fechas de Halloween, Max, un camionero de 32 años, transitaba con su camión por esa ciudad hasta que tuvo un problema: su camión se había detenido debido a una avería en el motor. Sin poder hacer nada, decidió quedarse en la ciudad de Hollow hasta que su camión se arreglara.

A primera vista, esa ciudad era muy tranquila, pero en la noche la tranquilidad desaparecía; se llenaba con risas y alegría. Todos se preparaban para la gran fiesta de Halloween: solo faltaban dos días para ella. Al ver que todos estaban tan animados, Max decidió quedarse hasta que su camión se reparara, disfrutando de aquel festejo.

Todos lo veían extraño, ya que era alguien a quien nunca habían visto, pero no duró mucho para que los habitantes lo aceptaran. Aunque su camión fue reparado al siguiente día, decidió quedarse para experimentar el Halloween en ese pueblo.

El día había llegado. Desde la mañana todos estaban apurados poniendo las decoraciones que faltaban en cada esquina, en cada casa, en cada plaza. En la plaza se alzaba una gran tarima donde todos se reunirían más tarde, en la noche. Max se sorprendía cada vez más al ver cuánto adoraban esa festividad.

En la tarde comenzaron los juegos, los caramelos y la música en vivo. Y ya en la noche, llegó lo más esperado. Todos se pusieron ansiosos, y Max no sabía lo que se avecinaba. No los había visto así desde que había llegado; pensaba que había algo más preparado.

Entonces se hizo el silencio. Hombres aparecieron amarrados, llevados uno tras otro con una bolsa en la cabeza. Sus ropas eran sucias y viejas, y el silencio que se esparcía por toda la plaza era inquietante. Max pensó que era algún tipo de obra de teatro. Toda la población observaba en silencio cómo esas seis personas eran llevadas al centro.

Cuando les quitaron las bolsas de la cabeza, sus rostros estaban completamente heridos, con sangre derramándose. Max pensó que aquello era demasiado para un simple acto, comenzando a asustarse por lo que estaba pasando, pero al mirar a su alrededor, notó que la población presenciaba esto con total normalidad.

El alcalde de la ciudad se levantó y empezó a hablar fuertemente:

—Queridos ciudadanos, hoy es nuestro ansiado Halloween, y nuestra tradición está a punto de comenzar. Estos seis son los condenados de este año, y nuestro deber es purificarlos.

Con esto dio inicio a la tradición de la ciudad de Hollow.

Todos los ciudadanos empezaron a silbar al unísono, un silbido fino, y los perros comenzaron a ladrar con ese sonido. Max no entendía lo que sucedía, pero el miedo ya lo estaba consumiendo. Intentó irse, pero la pared de gente que tenía por detrás era grande, y sin poder salir, siguió mirando lo que ocurría.

Los seis hombres que estaban amarrados fueron liberados, y sin perder tiempo salieron corriendo, mientras que toda la ciudad se ponía en la cabeza una máscara de calabaza. Todos empezaron a formar una fila, y el alcalde, mientras repartía machetes y trinches, los mandaba uno tras otro hacia los seis que habían huido.

Desde mujeres, niños y ancianos, todos eran armados y enviados como perros de caza. Al intentar nuevamente irse, Max se dio cuenta de que comenzaban a mirarlo con atención

Un pequeño niño se le acercó con una máscara de calabaza, ofreciéndosela para que se la pusiera. Max, con las manos temblorosas, la aceptó y se la colocó, pensando que eso era lo mejor que podía hacer. Rápidamente le dieron un hacha. Los niños lo tomaron de las manos y, cantando, fueron a buscar a sus presas.

Mientras más se acercaban, más escuchaba gritos que venían a lo lejos. Al acercarse, miró cómo uno de los seis había sido capturado y descuartizado, tomando la cabeza de uno de ellos. Así siguió transcurriendo la noche.

Max escuchaba los gritos desesperados de quienes pedían ayuda y perdón por lo que habían hecho, dándose cuenta de que aquellos hombres eran criminales. Pero eso a los ciudadanos no les importaba. Pequeños niños pasaban cargando partes mutiladas de los cuerpos. Otro de los seis había sido capturado y mutilado, quedando cuatro hasta el momento. Max veía cómo los rastreaban con perros, los sacaban de sus escondites, los rodeaban y los acababan.

Hasta el amanecer solo quedaba uno. Los niños seguían guiando a Max de las manos, mientras él solo podía temblar de miedo y seguirles el juego para no ser el próximo en ser descuartizado.

De pronto, un silbido alertó a todo el pueblo: por fin habían cazado al último de los seis que había escapado. Pero no lo habían matado. Llevaron a Max al centro, frente al último que quedaba. Toda la ciudad se quedó en silencio mientras lo miraban con esas máscaras de calabaza.

Max entendió lo que querían: querían que él acabara con el último. Mientras el sexto rogaba que lo perdonara, Max soltó el hacha, dominado por el miedo, incapaz de hacerlo. De pronto, los ciudadanos empezaron a acercarse con sus armas alzadas. Un pequeño niño apuñaló la pierna de Max, haciéndolo gritar de dolor. Mientras su sangre caía, se dio cuenta de que la única forma en que podía salir con vida era seguir sus reglas.

Nuevamente tomó el hacha con firmeza y comenzó a cortar las extremidades del preso. La sangre le salpicaba y los gritos se alzaban por toda la plaza, pero ya no le importaba. Siguió cortando hasta que solo quedó carne picada.

Al finalizar el evento, nuevamente el silbido de toda la ciudad se alzó hacia el cielo.

A la mañana siguiente, toda la ciudad volvió a estar en calma, como si nunca hubiera pasado nada. Los niños jugaban y comían dulces, mientras que en el centro de la plaza aún quedaban los rastros de lo que había sucedido la noche anterior.




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